Sábado, 20 de Abril de 2013

Sombras en el camino y otros relatos

VENANCIO IGLESIAS MARTÍN
Editorial csed (serie narrativa). Astorga, 2012.
207 páginas.

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Hay libros cuya intención y significado últimos se nos ocultan deliberadamente, libros que no muestran sus secretos a las primeras de cambio, que se disfrazan de otra cosa para regalarnos después el placer de conocerlos y desvelar todos sus misterios. Esas obras son muy interesantes porque hacen pensar, dejan un regusto agradable cuando te asomas intelectualmente a sus abismos y te aportan algo que ya no puedes olvidar: libros que dejan huella.

Sombras en el camino, de Venancio Iglesias, tiene la apariencia de ser un libro más de relatos, y sin embargo se trata de un libro de viajes un tanto especial, un viaje iniciático en nueve capítulos, estaciones o relatos cuya lectura nos convierte en una suerte de caminantes o peregrinos hacia la luz, o hacia el ocaso, según se mire, pues todo viaje puede tener su retorno y empezar donde aparentemente había terminado. Una composición, pues, que nos sitúa en el camino –símbolo machadiano por excelencia– que conduce hacia los límites materiales y espirituales de la existencia humana, hacia lo desconocido del alma y del cuerpo, de la personalidad y de los instintos. Es un grito que se traduce: Mira a todos éstos, a tu alrededor, y después mira tu interior, conócete a ti mismo.

Crisanto representa el viaje con la muerte de copiloto, con el ángel de la muerte disfrazado de ayudante de carga y descarga de mercancías; una pesadilla paradójica, pues para el protagonista comienza al despertar de ese sueño cíclico, de ese desplazamiento pendular que finalmente le lleva a descubrir la amarga realidad en su casa y en su camión de reparto. 

Balada de la trompeta, con algunos detalles que se nos antojan autobiográficos (D. Amancio, profesor de instituto...), es la expresión del goce del maestro cuando encuentra un discípulo aventajado que le entiende y le pide más conocimiento, unida a la presencia de la casualidad no tan casual (quien la experimentó lo sabe) de una línea invisible entre el pasado y el presente: de repente un recuerdo, una presencia latente que se había instalado en la memoria de una manera especial, se convierte en protagonista del presente por otra circunstancia poco común. En La xana del cenobio hay un prologuillo que es homenaje a Lázaro de Tormes (muchas referencias literarias en toda la obra) y que da paso a un texto que cuenta un misterio: el peregrino desconocido se topa con la presencia de lo mitológico, cuya mezcla con la realidad es en el espacio narrativo de toda la obra –tan cercano– una constante que este relato recoge con sabia delicadeza, aunque el realismo mágico se lleve la fama... 

Amor en la calle Ordoño II es una muestra de tratamiento de personajes, un paseo por los sentimientos más profundos, los que brotan del alma a borbotones, una historia de supervivencia cotidiana y resignada, y una recensión de las contradicciones de la vida (“La verdad y la mentira son buenas cuando nos hacen felices”, pág. 80). En La corona vuelven a aparecer elementos mitológicos y religiosidad popular: el peregrino se encuentra con árboles sagrados a cuya sombra se cobijan leyendas que se han ido incorporando a la religión local, ingredientes que se entrelazan en un asunto enrevesado con personajes inopinados y final sorprendente y milagroso.

Pajarín es un relato de relaciones humanas y sentimientos a flor de piel, un alarde de conocimiento y expresión de la naturaleza de las personas en el que los diálogos son un verdadero hallazgo. “El mal que las personas llevan dentro es su infierno” (trad. de la pág. 128) resume el tono de El agua sombría, reflexión entre luces y sombras sobre la maldad, el odio, la envidia y la miseria de las personas. En Apócrifos del peregrino encontramos un repaso de lo que pudo haber sido y no fue, la búsqueda de un último refugio, la esperanza de una creencia que finalmente se instala en cada uno y le hace creer que todo es posible y que la inocencia le salvará (“No todo está perdido mientras...”). Sombras en el camino es el último relato y el que da título a toda la obra: es una especie de microcosmos de todos los anteriores fragmentos, contiene algo de cada uno de ellos y los supera cuando el peregrino llega al final del trayecto, aunque no sea un final que signifique que todo haya acabado, sino que concluye con un guiño que sugiere que todo vuelve a comenzar: “...antes de perderse en la calleja se vuelve y columbra en el portal la efigie de san Daniel y sonríe a la risueña imagen”.

En cuanto a los recursos expresivos y aspectos técnicos de la narración de este viaje iniciático, podemos citar el frecuente y magistral empleo de diferentes registros, que consolidan la caracterización de personajes: el autor utiliza el nivel coloquial y el culto con fluidez, y con frecuencia los mezcla con el nivel vulgar, según quiénes sean los interlocutores. Son frecuentes las alusiones a la tradición literaria y a mitos, leyendas y tradiciones del Camino de Santiago, que están presentes a lo largo de toda la obra. Hay una alternancia de tiempos y espacios que contribuye a trasladar al lector la imagen de la eternidad del camino, de su circularidad y del incesante retorno a partir de las conexiones entre el presente y el pasado: así como el final del camino no es nada más que otro comienzo, el final del tiempo habrá de ser un nuevo principio de las cosas porque el tiempo también estará conectado de alguna manera. Erudición y facilidad literaria plasmada también en la alternancia y dominio de formas literarias como la narración en estilo indirecto, el diálogo y la descripción de paisajes humanos, urbanos y naturales que ese peregrino homo viator descubre a su paso.

La peregrinación a Santiago, detrás de la luz, siguiendo el camino del sol hacia el significado de lo oculto, es el viaje hasta el lugar donde se encuentra la explicación del principio: buscando el final en la Costa de la Muerte del sol, se encuentra el origen y la explicación de todos los misterios del hombre.

                                                                                                              ANTONIO GARCÍA MONTES



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