Mercedes Unzeta Gullón
Miércoles, 03 de Febrero de 2016

Pura envidia

Mis amigas Lala y Lidia arremeten sin escrúpulos contra nuestro mayor emblema nacional de las revistas del corazón, nuestra eterna Isabel Presley. ¿Qué les pasa?

 

Lala desprecia su notoriedad porque considera que es una mujer que no ha hecho nada nunca en la vida para merecerla, y le parece un sinsentido. Yo discrepo absolutamente de este razonamiento. Isabel Presley merece nuestra más rendida estimación y admiración. Una joven normalita de aspecto, más bien tirando a poca cosa, con ascendencias chinescas (eso dice mi amiga Lidia), que llega de Filipinas allá por los años sesenta y se acaba casando con nuestro cantante más de moda, y más internacional, es ya un buen arranque a tener en cuenta. Naturalmente tiene sus tres hijos, como debe ser según ciertas normas de mantenimiento. Más tarde las influencias de una buena amiga la empujan a desmelenarse un poco cuando el marido está de gira y acaba dejando que el artista gire y gire a sus anchas por esos mundos de Dios para cobijarse bajo los escudos de un marquesado. Ser marquesa, así, de golpe, no es poca cosa, es algo muy meritorio. Naturalmente hay que dejar estirpe para que el paso por la nobleza no quede en baldío. Y, una vez agotados los rancios efluvios del abolengo, la exquisita Isabel dirige su impulso cariñoso al sector político, eligiendo siempre lo mejor, naturalmente. Escoge al ministro más en boga de ese momento y más considerado por los estamentos políticos y sociales, nada menos que al Ministro de Economía. Impresionante. Bombazo. ¡Ay, la semilla! Otra hija para dejar recuerdo de saga y asegurar futuros (en eso estoy de acuerdo con mi amiga Lidia).

 

En este recorrido han ido pasando los años y llegamos a los nada despreciables sesenta y cinco años de la pretérita joven y, la pobre, enviuda. Pero a pesar del duelo, y de la edad, aún le queda coraje para confortar su dolor con rapidez y en pocos meses llevarse del brazo al escritor más reconocido y seductor de habla hispana, eso sí, con ochenta años, pero hombre impecable a pesar de ello. Ahora lo de la saga parece bastante difícil (como apunta mi amiga Lidia), pero… con las orientales nunca se sabe.

 

¿Qué tienen que decir mis amigas de una mujer que ha tenido cuatro maridos supermaridos, bien elegidos, notables todos en sus respectivos campos, de grandes dignidades económicas y sociales, a los que les ha dejado huella familiar para que su fragancia perdure en el tiempo y a los que ha superado con creces en celebridad, honores y brillo?

 

Una mujer que sin hacer nada más que estar al lado de hombres ilustres y que llega a alcanzar mayor renombre que sus maridos ¿no es una mujer digna de admirar? Naturalmente que sí. Aunque lo de “sin hacer nada” es muy relativo porque para mantenerse tan impecable como la vemos en las revistas (descontando lo del fotoshop), con un tipo tan estupendo y una cara tan transformada (no se parece en nada la del ochentero de ahora a la joven del primero, el artista; contrariamente a lo esperado está muchísimo más lucida) conlleva un trabajo ímprobo, no sólo de cirugías sino también de mantenimiento diario, de dedicación plena. Es un trabajo muy, pero que muy esclavo el estar pendiente del cuerpo y el de ir a la contra de la naturaleza, es decir, el ir rejuveneciendo en lugar de envejeciendo. Yo sería incapaz de dedicar  mi vida a ello y mis amigas creo que también. Así nos va.

 

Por tanto: error de apreciación por parte de mis amigas el considerar que esta mujer no se ha ganado por sus propios méritos su prestigio, opino que se lo ha ganado con mucho trabajo y con mucho mérito. No han considerado el esfuerzo y se han quedado en el resultado, y como el resultado es brillante, creo que a mis amigas les ha agitado la fastidiosa envidia, y la dulce Isabel, con su eterna sonrisa y su halo de triunfadora, ha pagado los platos.

 

En cuanto a la Sección Femenina, a la que alude mi amiga Lala, como causante de las lacras de las mujeres… no, no es esa organización, que confunde feminismo con servilismo, la principal causante. En realidad la S.F. es la portavoz de la Santa Madre Iglesia que desde tiempos inmemoriales ha colocado a la mujer en una posición de sumisión y de vasallaje. Y entre otras cosas irracionales promulga que las relaciones sexuales sólo son permitidas para procrear. El placer del sexo está absolutamente prohibido y es un gran pecado. Esta proclama ha suscitado a los contribuyentes un gran miedo al más allá -a pesar de que el pecado sea fácil de redimir con solo confesarlo- y ha coartado cualquier conato de desmadre.

 

El placer sempiternamente ha llegado de Oriente. Y como una característica de las gentes de Oriente es la androginia, y, además, parece que los hombres “la tienen muy pequeña”, pues los orientales han tenido que desarrollar destrezas amatorias sofisticadísimas y  muy sugestivas para llegar a algo en las voluptuosas artes carnales.

 

Y con esta idea presente pasamos a otro de los grandes valores de nuestra (mía y de alguien más) héroe Isabel. Nuestra Isabel parece que trajo de Oriente los vehementes talentos del amor, a parte de sus desmayos (que dice mi amiga Lala). En su tiempo corría la voz, con mucho morbo, que La Filipina utilizaba la técnica del carrete en el gabinete del célebre señor Ministro. Una refinada técnica amatoria de aquellos países lejanos (se supone) que elevaba el placer masculino a grados insospechados. Claro, ¡así ya se puede! No hay ministro ni marqués ni ídolo de la canción que pueda resistirse, y mucho menos un premio Nobel a los ochenta. Siempre me ha intrigado en qué consiste esa técnica, me imagino cosas un tanto inverosímiles pero… la realidad suele superar la imaginación y sorprendernos.

 

Así que el misterio de las artes amatorias, el misterio de la eterna sonrisa, el misterio del hechizo para captar maridos, el misterio de mantenerse décadas en la cota más alta de la admiración, el misterio del arte de hacer dinero de la nada, el misterio…, el misterio…, tantos misterios entorno a esta mujer venida de más allá de las estepas que hacen de Isabel Presley la reina del papel cuché y verdaderamente merece que la admiremos como a Nefertiti.

 

Amigas, ¿no será que la envidia os corroe ante la inmortalidad de la seducción?

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