Tomás-Néstor Martínez Álvarez
Domingo, 20 de Marzo de 2016

¡¡Llegaron!!   ¡ …Uuuuuuf!  ¡¡Se fueron!!: Realismo ácido, no mágico

Tomás Néstor Martínez es profesor jubilado, crítico de poesía y animador cultural en la provincia de León

 

 ¡Llegaron!; Fernando Vallejo. Alfaguara, Madrid, 2015

 

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Se asoma a la empinada entrada de la finca Santa Anita un Fordcito cargado con una veintena larga de hermanos, de todas las edades y calaña. Diz que vienen de vacaciones. Quienes los esperan, Raquel y Elenita, abuela y tía abuela, suavemente aterradas y casi sin respiración se preparan indefensas para todo cuanto puedan imaginar por impensable y absurdo  que parezca. “Sí. Llegaron. Los irrepetibles, los hijueputicas, a revolver, a trastornar, a patasarribiar el mundo”. Habían salido de Medellín horas antes. Corta distancia, apenas ocho kilómetros; en aquel entonces como si hubieran viajado a la luna, pero con curvas, mareos, baches; los pasaba el abuelo sin gafas y con humor  -“les estoy sacando el cuerpo a los baches”, añadía cuando manejaba-. En un altico, entre limoneros, naranjos y mangos, alegre y hermosa se alzaba Santa Anita. La tranquilidad y el sosiego mudarán en locura de manicomio.


Fernando Vallejo (Medellín, 1942) en ¡Llegaron!, su reciente novela, regresa a lugares  conocidos, a personajes casi familiares para sus lectores. El avión de la compañía Avianca sale de Méjico con destino a Río de Janeiro. Durante el vuelo un pasajero, Fernando Vallejo, con tarjeta de embarque para Bogotá se entera de que viaja equivocado: este avión se dirige a la ciudad brasileña. No pareció afectarle demasiado el error de Avianca, claro, no el suyo. Tras cinco días, “caminando por las calles como un bobo esperando avión”, consigue plaza para regresar. Aún se desconoce, terminada la novela, si ya ha tomado tierra o sigue en vuelo.


La conversación, casi monólogo del señor Vallejo, regada con unos wkiskicitos, no cesa; relatará sin pausa al viajero de al lado, vida y andanzas de una familia, la suya, de una sociedad y de una Colombia poco convencionales. “Nacidos en familia demócrata y cristiana, vivíamos para boicotear a la democracia y a Cristo. Satanás habrá sembrado en nuestras almas infantiles la semilla del anarquismo”. Apenas intervienen sus interlocutores; el primero, lo acompañará en la ida hasta Río de Janeiro; de regreso, será casualmente un psicoanalista y psiquiatra no muy desconocido para él.

 

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Y repasa a la familia. Su mamá Lía, ¡qué mujer! “De esas no se dan dos por más que rueden los mundos. Da para un libro”; el padre, señor Vallejo, político y honrado, no ladrón, por eso son pobres; el abuelo Leonidas, todo un personaje; Raquel y Elenita, las sufridas abuela y tía abuela; el tropel variopinto de hermanos más dos hermanitas, unas joyas ya desde pequeñas; el tío Ovidio quien despejaba cualquier duda, lo sabía todo, era una Wikipedia. 


Historias, aventuras, fechorías: vida imparable, sin descanso tanto de día como de noche, de niños y ya de mayores. El pedo químico, la desaparición de la caja de dientes del abuelo, las chanzas y perrerías que preparaban a los vecinos de la finca -“Éramos el tifón, el huracán, el tornado, y habíamos llegado a destruir. Lo que estaba bien lo dañábamos, lo que estaba mal lo empeorábamos y lo que estaba aquí lo poníamos allí”-. El abuelo pidiendo permiso a su Raquel para tener otra esposa substituta -Sí, aceptaba la abuela, siempre que sea fea y desdentada-, la Libreta de los muertos -“Vivo que muere, muerto que anoto”, cuenta Fernando-.


Elementos autobiográficos, frescura en un lenguaje creativo y sugerente -descoñetar, eutanasiar, mueco, patirrajado, burletero…-, sus frases son “chorizos de palabras”. La escritura del colombiano Fernando Vallejo no se levanta sobre aquel realismo mágico sino sobre un realismo ácido y provocador. Cuenta el paso del tiempo y la vida desde otra esquina. 


Mordaz, cáustico -“¡Qué horrorosa es la pobreza! ¿Por qué habrá hecho Dios a los pobres?”-, trasgresor, burlón -“En las comunas de Medellín los niños son como los terneros, solo tienen vaca”-, descreído, sugerente, cálido por momentos, divertido, provocador, inesperado, imaginativo, iconoclasta: siempre necesario este otro modo de mirar hacia el mundo, aunque sea crudo.      
                                                                               

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