Catalina Tamayo
Martes, 22 de Marzo de 2016

A propósito de la memoria: su anverso y su reverso

                                                                             Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido (Pablo Neruda)

 

La memoria rescata del tiempo, un viento que sopla hacia el olvido algunos sucesos pasados y nos los devuelve al presente, donde cobran vida. Recordar, etimológicamente, es hacer pasar por el corazón lo que ya pasó una vez. Recordar es volver a vivir. La memoria hace que algo de lo que nos sucedió vuelva a sucedernos de nuevo y que sintamos lo mismo que sentimos entonces. Con el recuerdo algunas cosas no acaban nunca, duran siempre.

 

Cuando mi padre se vaya, que se irá y no tardando mucho, gracias a la memoria no se irá del todo; en mi memoria quedará su cara, su sonrisa, los besos y abrazos que me dio de niño, sus mejores palabras, y yo podré ver todo esto cuando quiera y cuantas veces quiera. También a mí, como a él, como a todos, me llegará la hora; pero me consuela saber que cuando llegue, no moriré definitivamente, sino que en cierto modo seguiré viviendo en la memoria, en el corazón, mientras vivan, de quienes me han querido; viviré en el corazón de mi madre, de mi marido, de mis hijas, de mis verdaderos amigos. La memoria combate el olvido, que es la nada, el no-ser, la muerte total y definitiva. Porque la memoria es eso, vida.


Pero la memoria, como todo lo femenino, es más de lo que parece; tiene un punto oscuro, perverso, que resulta muy peligroso. La memoria es peligrosa. No solo le arranca al viento del tiempo los momentos felices sino también los desdichados. En ocasiones, eso horrible, que quisiéramos que cayera en el olvido, nos lo revive una y otra vez instalándonos en un dolor casi permanente; más aún, la malvada, como si se ensañara con nosotros, cuanto más hacemos por olvidar, más hace ella por recordar. Incluso, cuando se trata de lo más feliz, la memoria puede ser también fuente de sufrimiento. Al recordar la eclosión de aquel primer beso, seguramente furtivo, en aquellos labios indecisos, generosos, tentadores, y el temblor que nos produjo, nos damos cuenta de que eso no es nada más que un recuerdo; nos damos cuenta de que la memoria lo único que alcanza a quitarle al tiempo es reflejos o sombras de aquello que sucedió y que ya no volverá a suceder jamás. Entonces, no podemos menos que entristecernos. Esto es la nostalgia. Pero lo peor de todo es ver cómo el tiempo no deja de acosar a la memoria y cómo esta va cediendo; ver cómo el reflejo de ese beso, y de esos labios, va palideciendo, cada vez más, hasta que un día descubrimos que ya no podemos decir cómo eran aquellos labios ni a qué supo aquel beso. Y saber que acabará llegando el día en que beso, labios y temblor se hayan quedado en nada, en olvido. Entonces, será como si esos labios nunca hubieran existido y ese beso jamás se hubiera dado. Como si no hubiéramos temblado.
 

 


 

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