Samuel Yebra Pimentel
Domingo, 27 de Marzo de 2016

Caminan las nubes descalzas

Jorge Pascual. Caminan las nubes descalzas. Ilustrado por Amancio González. Eolas ediciones. 2016

 

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Tres tipos de conformaciones nubosas organizan el presente libro, Stratus, Cumulus y Cirrus, recordando enseguida a aquellos estudios formales sobre las nubes en los que Alfred Stieglitz las invoca con los nombres de sus propios sentimientos. Las nubes serían el aspecto cosmológico bajo el que acaece el mundo humano. El telón de fondo del mundo de estos versos es la recesión de las galaxias cuyo personaje es el sentir de un corazón, las sutiles y finísimas sensaciones incorporadas al rostro de la piel, a la vacuola celular de un paseante solitario.


Ya en el primer poema asistimos a una delectación (morosa) de la ausencia del ser amado. Se lo rastrea en la huella que ha dejado en cuerpo propio. Hubo un tesoro que reclama toda la atención de lo por venir; una mirada en soledad, en la penumbra para abrirse a un cúmulo de refinados detalles: “el temblor de las esquinas del costado tuyo”. 


Pero que quede claro que este ‘pobre y hambriento enamorado’ parece vivir y deleitarse premonitoriamente para la ausencia, un ‘Funes memorioso’ de cada sedimento del amor que hubo y que vendrá.
Se trataría de una forma reconcentrada de ir más lejos en el sentimiento, de una manera de sustento del amado más allá de su querer mismo.

 

El poema 2 (p. 16) es a un tiempo poema y fragmento para un poema futuro o posterior. ¿Hace el poema lo que hace el poeta? ¿Se visualiza para una visión futura? ¿Es esto una declaración de intenciones?

 

Asistimos a un viaje astral, un sueño y un ensueño en el que en ocasiones se incorpora la cotidianeidad externa: “pasa gente que murmura, / tengo sed, cae lluvia…”


Ese sueño nos hace de la propia materia de los sueños y podemos mirar como desde 'los aeroplanos del calor' el reverbero de la sombra del durmiente (que es quién sueña a ese que le está mirando)


Entonces el arriba y el abajo, el cielo y la tierra son uno y  ya no sabemos si es el trastorno de las nubes lo que forja la belleza del primer amor o es este el que hermosea lo celeste y lo terrestre.


En la memoria de los olores se reconstruye nuestra pasión, pero es también nuestra pasión la que consigue que los olores den fe de nosotros. Incluso la nostalgia vira sobre sí misma y se lamenta del recuerdo que se pierde los detalles…Sentir nostalgia de algo que se difumina no obstante las huellas permanezcan, cansarse del eterno retornar. 

 

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¿Cuáles son los sentimientos que se invocan en ‘Cumulus’? Aquí ver es recordar y las nubes son de vuelta. Vienen y van en oleadas los restos tristes del naufragio, la memoria ruinosa de aquellos que por unos segundos se cruzaron en nosotros.


Se alza en un esfuerzo más, por encima de lo temporal y trata de realzar la huella desde lo inscrito en el cuerpo y de lo que el cuerpo escribe; convoca a este abrazo los abrazos primordiales…En el 14 esas dos caras, ser poseído y estar poseso, se apuntalan mutuamente: “El único modo que la arena / tiene de encauzar el agua, / la sostiene, después de entrar en ella / como una bala entra en el pecho de un ave.”


Ser el ave herida es ser el ave de la bala, señal de distinción, labor cansina. Por ello querría ahora dormir, ensimismarse, aturdirse.

 
El espacio del olor no deja resquicio, no tiene opacidades, es el lugar de las mixturas. En el comienzo esta ya mi fin, viene a decir; retoma el oxímoron ya empleado con anterioridad, en el “cuchicheo del silencio” y en ese poema, en una visión alejada del mundo, se imagina piedra rodante, “como un ovillo / de lana sobre la hierba…” Y luego otro oxímoron más, un sonido de silencio, “parece todo silencio que relincha / la noche oscura”. En 20 (p 55) el continuo torpedeo de sinestesias con trastoque y exacerbación de todos los sentidos dispone a una ‘unio’ amplificada. Van tan juntas las sensaciones cósmicas y los propios sentimientos que llegan a fundirse: “parece como si un rocío o una nevada / te agarrasen de las muñecas / y te hablasen dentro de la frente…” Un viaje guiado por una mano de muchacha y el silencio una práctica para la escucha de lo que nos entra descalzo.

 

Lo cósmico incorporado se revierte, se desvive como forma de volver la muerte a la vida (en esta fusión rememorar es revivir). Pero esta reviviscencia producto del recuerdo parece darse solo en la conciencia, es entonces un ensimismamiento que trae un más allá infranqueable. La vida se queda aquí, aunque haya sido recuperada. “Las nubes son muros de la piel…/ La vida / transpira.”…

 

Este poemario transita por varios habitáculos y son los interiores y no la calle desde donde se accede a lo cósmico. La postura del paseo a ese confín es la de decúbito supino. En “Los paisajes de una habitación” 20 (p 61) esos paisajes del ensueño son ocupados por sentimientos de amor más actuales; aunque los paisajes del amor sean los mismos y también las nubes que caminan permanezcan ¿Esa reviviscencia revitaliza el amor? Sí habrá sido capaz de transformar los quebrados girasoles en “girasoles ardientes”. La visión vuelve en círculo, la melancolía no se subsana con la recuperación del amor en una andadura nueva. De esta manera deambulan las nubes, igual suele ponerse un pie después del otro, así se camina y pasa la vida. Pretende vivir la añoranza del amor renacido en la añoranza del amor perdido. Vuelta al decúbito supino del comienzo: “La luna me anochece por los pies”  2 y 24 (p 16 y p 62)

 

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Cirrus, es la tercera parte. En el poema 25 (p 65), la ola que viene y va refresca unos pies y embebe sus pisadas. Ahora se anticipa la ausencia como un eslabón distinto de ese encadenamiento a lo mismo...


Esto crea una distancia, la distancia de recorrer ahora aquello de antes, a costa de expulsar la primera viveza. Esa tarea tan intensa con la reviviscencia emborrona parte de lo nuevo y desasosiega. No obstante el sentir es ambiguo: “Calma / y marea… / del desasosiego” 25/02/08 (p 77). 


En “Carta para escucharse desde lejos” 36 (p 91) se expresa el anhelo de fusión “contigo” y cósmica. Un modo de luna en el que Ella se trasforma ‘velut luna’, le lleva a una danza, a un silbo donde se interpenetran y se solapan Él, la Luna y Ella: “Cuando me despierto me oigo silbarte pero ya no está ella, / como avergonzada, / con su mano que baila oscura y profunda y radiante / y sola y peinada, / como tú que a veces silbas tan bella / que suelo tiritarte en noches como esta...”


Pero a pesar de tanta fusión, de tanto anhelo, de tanto vivir melancólico lo ya vivido, de la conciencia de la imposibilidad de hacer esto y de la otra imposibilidad que de resultas supone amar de nuevo en la inocencia; pareciera que las fusiones, confusiones, el mar la ola que regresa suceden tan solo en la sola mente del poeta, pasan las nubes por el sueño sí, descalzas sin que su pasar roce apenas.

 

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Vuelve en su final el poemario sobre sí, sobre el modo de hacerse un poema, tras una tentativa racional falsaria, irónica de darnos instrucciones, se concluye: “No sé que hace falta para hacer un poema”. 37 (p 93). En el poema 38 (p 96) se muestra aquello que no se supo decir, la suerte de salir del mundo mudo, de la muerte, de la irrelevancia, para ingresar en la palabra. Un tumulto de evocaciones atrae la palabra que ronronea sinestésica, gatuna, odorífera; que se masca como un chicle en graznido hacia el futuro. Lluvias, soles filamentos, tiempo luego: “Me sale un susurro…” 


Una nueva estancia como fin de poemario. En ella, “me siento, me tiendo, me echo, me yazgo, me tiento y no soy yo”. “Tienes miedo…?”, se pregunta. “No tengo miedo”, se responde. Silencio tras la pregunta y la respuesta “(Silencio)”. “Todo lo que seré ya lo soy”.

 

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