Catalina Tamayo
Lunes, 18 de Abril de 2016

A propósito del cielo


                                                                                  “La luna en el mar riela” (José de Espronceda)


Era una noche cálida, azul y serena, perfumada, como corresponde a una noche de verano. En la plaza vagamente iluminada había mucha gente. Los niños pequeños corrían jugando de un lado para otro y los padres jóvenes conversaban animadamente sentados en los bancos o en las sillas de las terrazas. La fuente, situada en un extremo de la plaza, tenía el surtidor cerrado y no sonaba, estaba quieta y callada, como dormida. Esa noche la fuente no sollozaba. En el cielo las estrellas refulgían lejanas y la luna, grande y redonda, hinchada de luz, parecía que se iba a desprender, a caer al suelo. Un niño de un manotazo en el cielo rompió la luna en mil pedazos y se llevó por delante un centenar de estrellas. El pequeño dios, o el pequeño demonio, se reía ante el destrozo. Pero poco a poco esa risa se fue volviendo asombro al ver cómo los pedazos de la luna, dispersados por todo el cielo, se buscaban unos a otros y se unían, quedando la luna perfectamente restaurada, y cómo las estrellas, temblando, regresaban a su sitio, cada una a su constelación. Y el cielo quedaba hecho. Quedaba hecho exactamente igual que antes de que se rompiera. Ya el niño tenía la mano levantada para golpear otra vez, cuando unos brazos poderosos, los de su padre, lo alzaron en el aire y lo retiraron de la fuente empapado. El niño lloraba.
 

 

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