Mi mismo
El otro día un amigo me dijo la siguiente frase: “si, ahora viajo mucho porque huyo de mí mismo”, a lo que inmediatamente le manifesté: “pues a mí me pasa lo contrario, que sólo quiero estar conmigo misma”.
Luego me quedé pensando en lo que me había dicho. ¿Cómo puede uno huir de mí mismo? No lo veo.
“Me voy a Paris pero tú, mí mismo, te quedas en casa”. Y mí mismo, perplejo e impertinente, se cierra como un capullo y se esconde en un rincón de la maleta. “Qué ingenuo”, piensa el desahuciado, “cree que no me va a llevar; iré, claro que iré, a mí mismo nadie le puede dejar plantado”. Y mí mismo va, oculto entre ropajes pero va. A su llegada a París el ingenuo escapista acaba encontrando, con gran sorpresa y desazón, entre los enseres de su maleta, a mí mismo. ¡Qué pesadumbre!, su huída no ha servido de nada ¡no ha conseguido abandonarlo en casa! Una situación verdaderamente engorrosa que le va a impedir disfrutar a sus anchas de los paseos por la bella ciudad del amor.
Rotundamente se resiste a sacarlo de la maleta, no quiere su compañía, no quiere saber nada de mí mismo, no, no; lo mete en varias bolsas para no verlo cada vez que abra la maleta, y lo deja dentro, tapado, arrinconado. Pero ahora por mucho que quiera sentirse libre… ya no es lo mismo. Mientras disfruta paseando por la rue Saint Honoré o comiendo en un agradable bistró logra no acordarse de su secuestrado. ¡Ah! pero cuando vuelve a la habitación del hotel, cuando ya no tiene signos externos que le entretengan…, es entonces cuando, a pesar de todas las mordazas, le es absolutamente imposible evitar el impacto de la presencia de mí mismo en la misma habitación.
Y finalmente, y muy a su pesar, le es obligado compartir las noches, ratos libres y algún que otro paseo por el Sena, con su mí mismo.
Imposible desprendernos de mí mismo, por mucho que queramos nunca nos va a dejar. Su misión en esta vida es estar siempre con nosotros y tiene muchas mañas para resistirse a los ninguneos. Es muy hábil en el arte de permanecer inmutable a pesar de la vehemencia con la que se le quiere anular.
Hay una muy útil sugerencia de estrategia bélica que puede ser aplicable especialmente a este vital e ineludible compañero de viaje cuando se empeña en arrebatarnos el sosiego de nuestro espíritu: “cuando es imposible vencer al enemigo únete a él”. Así que, siguiendo este consejo, lo mejor que uno puede hacer ante el ataque de conmoción emocional de mí mismo es no amordazarle sino todo lo contrario, conciliarse con él, escucharlo, comprenderlo y favorecerlo.
Ya que no nos podemos desprender, que tenemos que convivir con él aquí y allá, en la Place Vendome, en el baño y en la cama, lo mejor que podemos hacer es tenerlo contento, alegre y feliz. Tener al lado una amargura es harto insatisfactorio.
Hay que tener en cuenta que mí mismo es la única compañía fiel, la única que va a estar a nuestro lado siempre y nos va a seguir allá donde vayamos, así que lo más sabio y sensato es estar en buena armonía con ella.
Tengo que preguntarle a mi amigo si en sus huídas ha conseguido alguna vez enmudecer y anular a mí mismo. Si es así será mi héroe.
Me viene a la cabeza una reflexión de L.Moharan: “Tú estás donde están tus pensamientos, Asegúrate de que tus pensamientos estén allí donde tú deseas estar.”
Oh tempora Oh mores
El otro día un amigo me dijo la siguiente frase: “si, ahora viajo mucho porque huyo de mí mismo”, a lo que inmediatamente le manifesté: “pues a mí me pasa lo contrario, que sólo quiero estar conmigo misma”.
Luego me quedé pensando en lo que me había dicho. ¿Cómo puede uno huir de mí mismo? No lo veo.
“Me voy a Paris pero tú, mí mismo, te quedas en casa”. Y mí mismo, perplejo e impertinente, se cierra como un capullo y se esconde en un rincón de la maleta. “Qué ingenuo”, piensa el desahuciado, “cree que no me va a llevar; iré, claro que iré, a mí mismo nadie le puede dejar plantado”. Y mí mismo va, oculto entre ropajes pero va. A su llegada a París el ingenuo escapista acaba encontrando, con gran sorpresa y desazón, entre los enseres de su maleta, a mí mismo. ¡Qué pesadumbre!, su huída no ha servido de nada ¡no ha conseguido abandonarlo en casa! Una situación verdaderamente engorrosa que le va a impedir disfrutar a sus anchas de los paseos por la bella ciudad del amor.
Rotundamente se resiste a sacarlo de la maleta, no quiere su compañía, no quiere saber nada de mí mismo, no, no; lo mete en varias bolsas para no verlo cada vez que abra la maleta, y lo deja dentro, tapado, arrinconado. Pero ahora por mucho que quiera sentirse libre… ya no es lo mismo. Mientras disfruta paseando por la rue Saint Honoré o comiendo en un agradable bistró logra no acordarse de su secuestrado. ¡Ah! pero cuando vuelve a la habitación del hotel, cuando ya no tiene signos externos que le entretengan…, es entonces cuando, a pesar de todas las mordazas, le es absolutamente imposible evitar el impacto de la presencia de mí mismo en la misma habitación.
Y finalmente, y muy a su pesar, le es obligado compartir las noches, ratos libres y algún que otro paseo por el Sena, con su mí mismo.
Imposible desprendernos de mí mismo, por mucho que queramos nunca nos va a dejar. Su misión en esta vida es estar siempre con nosotros y tiene muchas mañas para resistirse a los ninguneos. Es muy hábil en el arte de permanecer inmutable a pesar de la vehemencia con la que se le quiere anular.
Hay una muy útil sugerencia de estrategia bélica que puede ser aplicable especialmente a este vital e ineludible compañero de viaje cuando se empeña en arrebatarnos el sosiego de nuestro espíritu: “cuando es imposible vencer al enemigo únete a él”. Así que, siguiendo este consejo, lo mejor que uno puede hacer ante el ataque de conmoción emocional de mí mismo es no amordazarle sino todo lo contrario, conciliarse con él, escucharlo, comprenderlo y favorecerlo.
Ya que no nos podemos desprender, que tenemos que convivir con él aquí y allá, en la Place Vendome, en el baño y en la cama, lo mejor que podemos hacer es tenerlo contento, alegre y feliz. Tener al lado una amargura es harto insatisfactorio.
Hay que tener en cuenta que mí mismo es la única compañía fiel, la única que va a estar a nuestro lado siempre y nos va a seguir allá donde vayamos, así que lo más sabio y sensato es estar en buena armonía con ella.
Tengo que preguntarle a mi amigo si en sus huídas ha conseguido alguna vez enmudecer y anular a mí mismo. Si es así será mi héroe.
Me viene a la cabeza una reflexión de L.Moharan: “Tú estás donde están tus pensamientos, Asegúrate de que tus pensamientos estén allí donde tú deseas estar.”
Oh tempora Oh mores




