La nueva novela policiaca de Alejandro Gallo
El astorgano Alejandro M. Gallo (1963) ha logrado —con títulos que van desde Asesinato de un trotskista (2004) hasta Oración sangrienta en Vallekas (2014)— un importante reconocimiento en el ámbito de la novela negra (incluso ha llegado a inspirar el personaje de Alex del Toro, creado por el también novelista policiaco Andreu Martín). A este mismo género se adscribe La muerte abrió la leyenda, protagonizada por Gorgonio Llaneza, personaje que ya había aparecido en los relatos de Seis meses con el comisario Gorgonio (2011).
Alejandro M. Gallo, La muerte abrió la leyenda, Madrid, Reino de Cordelia, 257 pp. 18,95 €
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En esta ocasión el comisario acude, por indicación de sus superiores, a un programa de radio local que analiza el mundo del crimen en la realidad y en la ficción. Lo que en un principio se plantea como una entrevista de trámite a una hora intempestiva, se convierte en el punto de partida para rememorar su primer caso, más de cuarenta años atrás; un primer caso que a punto estuvo de convertirse en el último. Nada más incorporarse a su primer destino como subinspector de segunda, en Castellón el 12 de mayo de 1972, Gorgonio recibe la orden de acudir al escenario de un accidente de tráfico para certificar el fallecimiento del ocupante del vehículo. Sin embargo, una vez allí, descubrirá que el fallecido, que se oculta bajo la identidad de un ingeniero chileno, es, en realidad, Amado Granell, un excombatiente republicano español que participó también en la Segunda Guerra Mundial, donde alcanzó la condición de auténtico héroe. Al examinar el coche y el lugar del siniestro tiene la certeza de que no se trata de un simple accidente.
A lo largo de las casi seis horas que dura la emisión radiofónica, Gorgonio reconstruye —para deleite de los oyentes del programa— sus pesquisas para aclarar el caso Granell. No será una investigación fácil, pues la temible Brigada Político Social prevalece por entonces sobre las distintas secciones de la policía. Precisamente una de las características de La muerte abrió la leyenda, que la vincula con el enfoque predominante en la novela negra, es su trasfondo político y social —con un marcado sesgo ideológico—, pues el núcleo de la historia transcurre en la última etapa del franquismo. La brutalidad policial, los métodos represivos del régimen y sus conexiones internacionales, y otros diversos aspectos de la sociedad del momento quedan aquí bien reflejados. Tampoco algunas referencias a la época actual están exentas de un tono crítico. No obstante, esta perspectiva crítica se mezcla con el humor, que constituye otro de los ingredientes fundamental de la novela.
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De hecho, uno de los rasgos que mejor definen el carácter del comisario es su vena humorística e irónica, perceptible tanto en su conducta como en su lenguaje y en sus reflexiones. Cierto es que estas últimas en ocasiones resultan por su tono intelectual —por ejemplo, las referencias a la posmodernidad (p. 14) o a Karl Poper (p. 254)— algo artificiosas, si no un tanto inverosímiles. Entre el resto de los personajes, quizás los mejor perfilados sean doña Encarna, dueña de la pensión en la que se aloja Gorgonio; Amanda, hija de Encarna; y Pedrito, un joven estudiante interesado por la figura de Max Aub. Desabridos o siniestros —y más esquemáticos en su caracterización— resultan algunos de los entonces compañeros y superiores del protagonista.
En cuanto al estilo, además del humor y la ironía, es de subrayar la agilidad del lenguaje y la hábil dosificación de la intriga. A esto último contribuye la estructura del relato, que alterna el presente desde el que se narra la historia con el pasado en que esta transcurre. En diversas ocasiones —capítulos 4, 8 y 13— la historia policiaca se interrumpe (coincidiendo con las pausas del programa radiofónico), para regresar al presente, lo que contribuye a prolongar el suspense. En definitiva, los aficionados a la novela policiaca disfrutarán con La muerte abrió la leyenda de una entretenida lectura.
Alejandro M. Gallo, La muerte abrió la leyenda, Madrid, Reino de Cordelia, 257 pp. 18,95 €
En esta ocasión el comisario acude, por indicación de sus superiores, a un programa de radio local que analiza el mundo del crimen en la realidad y en la ficción. Lo que en un principio se plantea como una entrevista de trámite a una hora intempestiva, se convierte en el punto de partida para rememorar su primer caso, más de cuarenta años atrás; un primer caso que a punto estuvo de convertirse en el último. Nada más incorporarse a su primer destino como subinspector de segunda, en Castellón el 12 de mayo de 1972, Gorgonio recibe la orden de acudir al escenario de un accidente de tráfico para certificar el fallecimiento del ocupante del vehículo. Sin embargo, una vez allí, descubrirá que el fallecido, que se oculta bajo la identidad de un ingeniero chileno, es, en realidad, Amado Granell, un excombatiente republicano español que participó también en la Segunda Guerra Mundial, donde alcanzó la condición de auténtico héroe. Al examinar el coche y el lugar del siniestro tiene la certeza de que no se trata de un simple accidente.
A lo largo de las casi seis horas que dura la emisión radiofónica, Gorgonio reconstruye —para deleite de los oyentes del programa— sus pesquisas para aclarar el caso Granell. No será una investigación fácil, pues la temible Brigada Político Social prevalece por entonces sobre las distintas secciones de la policía. Precisamente una de las características de La muerte abrió la leyenda, que la vincula con el enfoque predominante en la novela negra, es su trasfondo político y social —con un marcado sesgo ideológico—, pues el núcleo de la historia transcurre en la última etapa del franquismo. La brutalidad policial, los métodos represivos del régimen y sus conexiones internacionales, y otros diversos aspectos de la sociedad del momento quedan aquí bien reflejados. Tampoco algunas referencias a la época actual están exentas de un tono crítico. No obstante, esta perspectiva crítica se mezcla con el humor, que constituye otro de los ingredientes fundamental de la novela.
De hecho, uno de los rasgos que mejor definen el carácter del comisario es su vena humorística e irónica, perceptible tanto en su conducta como en su lenguaje y en sus reflexiones. Cierto es que estas últimas en ocasiones resultan por su tono intelectual —por ejemplo, las referencias a la posmodernidad (p. 14) o a Karl Poper (p. 254)— algo artificiosas, si no un tanto inverosímiles. Entre el resto de los personajes, quizás los mejor perfilados sean doña Encarna, dueña de la pensión en la que se aloja Gorgonio; Amanda, hija de Encarna; y Pedrito, un joven estudiante interesado por la figura de Max Aub. Desabridos o siniestros —y más esquemáticos en su caracterización— resultan algunos de los entonces compañeros y superiores del protagonista.
En cuanto al estilo, además del humor y la ironía, es de subrayar la agilidad del lenguaje y la hábil dosificación de la intriga. A esto último contribuye la estructura del relato, que alterna el presente desde el que se narra la historia con el pasado en que esta transcurre. En diversas ocasiones —capítulos 4, 8 y 13— la historia policiaca se interrumpe (coincidiendo con las pausas del programa radiofónico), para regresar al presente, lo que contribuye a prolongar el suspense. En definitiva, los aficionados a la novela policiaca disfrutarán con La muerte abrió la leyenda de una entretenida lectura.