La estrafalaria comunidad del sentido común
![[Img #22947]](upload/img/periodico/img_22947.jpg)
¿Qué es ese ‘más’ que comunica quien no tiene nada que decir?
No se trata del silencio que se viene mistificando desde que el ruido lo ha ocupado todo, desde que se ha vuelto imposible. Ese ‘más’ es el poder que no suele decir nada y que si todavía dijera algo sospecharíamos de su debilidad.
Pero lo que sí hace el poder es dar concesiones o denegarlas, así consigue que algo suceda en un sentido o en otro; esta sola decisión de dejar o no dejar le justifica para apropiarse de lo valioso, sea producto de otro o espontaneidad del sistema.
El poder como ya dijera Foucault está en todas partes, hasta en las cazuelas; socaba todas las relaciones, las entontece o las desvirtúa, otorga beneplácitos, marca arbitrariamente las líneas rojas.
“El poder pasa por la insignificancia de quien lo ejerce”. Ya a nivel local y provinciano, quien lo posee se crece y lo ejerce en propio defecto, otorgándose dones que de suyo nadie le concedería.
Decía Descartes que en cuanto a inteligencia nadie se cree desprovisto de ella. Tan pronto como ese ‘nadie’ se alza con el poder usará su claridad de juicio innato, su certidumbre a la que tacha de sentido común. Este es el gran 'streptease', la colonización del saber por el poder o por cualquiera otra cosa; pero sobre todo el del rey cuyo poder más infalible le desnuda hasta la entraña. ¿Qué niños de esta sociedad envejecida podrán gritárselo en el próximo desfile de los maniquíes, sean estos de la Semana Santa, lansquenetes o arcabuceros 'Zuiceños'?
Esa sabiduría, además, pretende ser reconocida. Exige de nosotros, que aún olemos el humo en la piel de las hogueras y la nausea en las heridas, que alabemos sus roñas, esos harapos. Sobre todo quienes mangonean en la cultura provinciana desearían obtener todos los premios, todos los reconocimientos y halagos: hoy para ti, mañana es a mí. En Astorga recientemente hemos asistido a ese cambalache en su forma más desnuda e impúdica, a mutuas deferencias por no saber ya diferir. ¡Oh santa impaciencia! ¡Oh nube del no saber que dice que ya lo sabe!
No pasa nada, la corrupción como el poder, como el dinero contamina cualquier ámbito, márgenes incluidos.
Ordena la consigna pluralista: “Todo está en todo”, la pureza está muerta, en todos los lugares la basura campa, campa también una belleza.
Pero lo peor del poder es cuando se hace sentir, cuando se usa como impedimento de la creación de riqueza, cuando favorece en un sistema de libre competencia a la parte amiga, cuando se ejerce para significarse por encima de su insignificancia, para hacerse de más. Muy mucho de más tendrían que hacerse para aparentar tan solo un poco de lo que sin ser suyo se han venido otorgando.
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¿Qué es ese ‘más’ que comunica quien no tiene nada que decir?
No se trata del silencio que se viene mistificando desde que el ruido lo ha ocupado todo, desde que se ha vuelto imposible. Ese ‘más’ es el poder que no suele decir nada y que si todavía dijera algo sospecharíamos de su debilidad.
Pero lo que sí hace el poder es dar concesiones o denegarlas, así consigue que algo suceda en un sentido o en otro; esta sola decisión de dejar o no dejar le justifica para apropiarse de lo valioso, sea producto de otro o espontaneidad del sistema.
El poder como ya dijera Foucault está en todas partes, hasta en las cazuelas; socaba todas las relaciones, las entontece o las desvirtúa, otorga beneplácitos, marca arbitrariamente las líneas rojas.
“El poder pasa por la insignificancia de quien lo ejerce”. Ya a nivel local y provinciano, quien lo posee se crece y lo ejerce en propio defecto, otorgándose dones que de suyo nadie le concedería.
Decía Descartes que en cuanto a inteligencia nadie se cree desprovisto de ella. Tan pronto como ese ‘nadie’ se alza con el poder usará su claridad de juicio innato, su certidumbre a la que tacha de sentido común. Este es el gran 'streptease', la colonización del saber por el poder o por cualquiera otra cosa; pero sobre todo el del rey cuyo poder más infalible le desnuda hasta la entraña. ¿Qué niños de esta sociedad envejecida podrán gritárselo en el próximo desfile de los maniquíes, sean estos de la Semana Santa, lansquenetes o arcabuceros 'Zuiceños'?
Esa sabiduría, además, pretende ser reconocida. Exige de nosotros, que aún olemos el humo en la piel de las hogueras y la nausea en las heridas, que alabemos sus roñas, esos harapos. Sobre todo quienes mangonean en la cultura provinciana desearían obtener todos los premios, todos los reconocimientos y halagos: hoy para ti, mañana es a mí. En Astorga recientemente hemos asistido a ese cambalache en su forma más desnuda e impúdica, a mutuas deferencias por no saber ya diferir. ¡Oh santa impaciencia! ¡Oh nube del no saber que dice que ya lo sabe!
No pasa nada, la corrupción como el poder, como el dinero contamina cualquier ámbito, márgenes incluidos.
Ordena la consigna pluralista: “Todo está en todo”, la pureza está muerta, en todos los lugares la basura campa, campa también una belleza.
Pero lo peor del poder es cuando se hace sentir, cuando se usa como impedimento de la creación de riqueza, cuando favorece en un sistema de libre competencia a la parte amiga, cuando se ejerce para significarse por encima de su insignificancia, para hacerse de más. Muy mucho de más tendrían que hacerse para aparentar tan solo un poco de lo que sin ser suyo se han venido otorgando.






