Mercedes Unzeta Gullón
Martes, 19 de Julio de 2016

El Tiempo

 

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Una de esas máquinas  que lo saben todo ha calculado que llevo vivido hasta el día de hoy: 23.923 días, lo que hace un total de: 574.152 horas. Me he quedado estupefacta. Tantos días… tantísimas horas…, y ¿qué he hecho yo en todo este tiempo?

 

Realmente es un dato muy fácil de calcular a poco que te mueva cierto interés matemático pero a poca gente, creo yo, se le ocurre hacer cálculos semejantes.

 

Mi sorpresa inmediata ante tamaña información ha sido el cuestionarme cómo, y en qué, he utilizado yo tantísimos días (tantísimas horas), ¿qué he hecho yo con mi vida vivida?  De golpe me parece demasiado tiempo para tan poca cosa. Claro que si a esos  23.923 días le quitamos 5.475 que corresponden, más o menos, a los primeros 15 años de vida en los que el tiempo prácticamente lo han manejado otros por mí, me quedan 18.448 días, y si para despejar el panorama de horas utilizables también le resto las horas que he debido dedicarle al universo onírico (horas que nuestro raciocinio no puede controlar, por lo tanto horas fuera de la actividad real, no útiles), calculando una media de 8 horas al día, me entero de que he dormido 147.584 horas, que traducido a días son: 6.149. 

 

Finalmente resulta, después de tantos cálculos, que he vivido al día de hoy: 12.299 días.

 

Queriendo evadirme de responsabilidades sobre el despilfarro del tiempo hago recuento de lo que he hecho y lo que no he hecho y de lo que me hubiera gustado hacer en esos miles de días vividos. ¿He hecho algo interesante?, sí. ¿Podría haber hecho más?, desde luego. ¿Tengo todavía intereses?, muchos. ¿Me queda aún recorrido?, pienso y deseo que algo, pero, aún así, el ímpetu no es el mismo ahora, hoy, que cuando tenía por delante, en blanco, esos 12.299 días. Tendré que ponerme las pilas.

 

Pienso que el tiempo es el tesoro más preciado, mucho más que el oro o que el platino. Es algo que se pierde con mucha facilidad y con más facilidad no se encuentra nunca. El tiempo no se puede comprar cuando te ves apurado y lo necesitas, ni se puede vender cuando te sobra. Tampoco el tiempo se puede acumular, cuando tienes en abundancia, para cuando te encuentres en escasez. El tiempo es duradero y es efímero; está ahí, en la exuberancia de la naturaleza pero hay que consumirlo en el momento; es ahora y siempre o ahora o nunca.

 

Aún así, a pesar de la generosidad del universo con este ingrediente, la mayoría de las personas constantemente sufren de escasez de tiempo. "No tengo tiempo", "me falta tiempo", son las frases más usadas y con mucha frecuencia oídas. Algo falla: hay abundancia pero tenemos escasez; lo queremos pero lo despreciamos; lo necesitamos pero lo perdemos. ¿Cómo resolver estas contradicciones?

 

Parece que cuando uno está a punto de irse al otro mundo, en esos instantes de lucidez postrera, uno se acuerda no de las cosas que ha hecho en la vida sino de lo que ha dejado de hacer en este mundo. Es aleccionador saber que al final lo que nos duele es lo que no hemos realizado. ¡Es tan corta la vida y hay tanto por hacer y disfrutar!

 

Pienso que lo que habitualmente falta es: la conciencia del tiempo, de su importancia, de su fugacidad, de la imposibilidad de su rescate.

 

El tiempo, como el agua, se nos va entre los dedos de la mano. Hay que estar alerta para sorberlo y saborearlo con rapidez y destreza, si no, ya lo hemos perdido.

 

Dicen que el tiempo no existe, pero entonces ¿por qué nos marca la vida? ¿por  qué nos fastidia con su caducidad? ¿por qué lo deseamos y lo odiamos?  ¿por  qué nos envejece?

 

Y es que: "El tiempo que nos hace nos deshace", como dice Octavio Paz.

 

Oh témpora. Oh mores.

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