Tomás Valle Villalibre
Miércoles, 27 de Julio de 2016

Richard el hippie

En realidad su nombre era Ricardo, nació en un pueblecito no muy distante de nuestra ciudad y sus padres lo habían enviado a Madrid para  estudiar en un colegio de frailes, donde aparentemente durante unos años todo transcurría de forma normal. El  mismo día que decidió irse, el profesor de Física le había felicitado por el extraordinario examen que había realizado.

 

Los años sesenta, una década de intensos movimientos sociales, culturales y musicales estaban a punto de expirar. Vietnam había ardido bajo el napalm y los disturbios racistas recorrían las calles de Estados Unidos y Europa. Eran tiempos de cambios, de humo de marihuana, de jóvenes melenudos, de metralla y ráfagas de conciencia agitadas al ritmo de la música de Janis Joplin, Jimi Hendrix, Bob Dylan, Erik Clapton y los envolventes sonidos de Grateful Dead.

 

Ricardo dejándolo todo se subió en una colorida furgoneta atestada de sexo, drogas y rock&roll  y deambuló con un grupo de hippies en busca de la conciencia y la paz. Ricardo se había transformado en Richard el hippie. La forma particular de vestir y su cabello largo era una de las señales de pertenencia a este movimiento, al igual que su actitud contestataria y contracultural, que se caracterizaba por la anarquía no violenta, el interés por el medio ambiente y el rechazo al materialismo occidental. 

 

Hoy Ricardo recuerda aquella etapa y nos habla  con nostalgia de los años que pasó en una comuna donde conoció a su primera compañera, una fotógrafa Danesa con la que tuvo dos hijos. “Teníamos agua, sol, árboles, energía positiva, amor libre. Hacíamos cantidad de cosas: ropa, mochilas, pulsera, diseños de artes gráficas, música, etc. Era un estilo psicodélico y la multiplicidad de colores con los que trabajábamos estaban inspirados en las drogas alucinógenas de la época, concretamente en el LSD. No necesitábamos nada más”. 

 

Los hippies formaron una contracultura políticamente atrevida y antibelicista, y artísticamente prolífica tanto en Estados Unidos  como en Europa. El entonces presidente de Estados Unidos Ronald Reagan no tenía muchas simpatías por este movimiento, llegando a definir al  hippie de modo despectivo diciendo que era “un tío con el pelo como Tarzán, que caminaba como Jane y que olía como Chita”. Este comentario todavía hoy le hace poner  una mueca de desaprobación a nuestro protagonista. Pero tiene otros recuerdos agradables.

 

Él estuvo en el festival de Woodstock del 15 al17 de Agosto de 1969. Fue el mayor acontecimiento emblemático del movimiento juvenil de los ´60. En él se dieron cita más de 400.000 jóvenes a pesar de la lluvia y el barro. "Fueron tres días de paz y amor” a los que acudieron estudiantes, profesores, fumadores de marihuana, residentes en comunas, y hippies, en general, que crearon una de las leyendas que quedaría viva para siempre en la cultura musical y roquera. Joan Baez; Crosby, Stills, Nash y Young; The Who; Janis Joplin; Jimi Hendrix; Sly and the Family Stone; Jefferson Airplane ; Santana o Creedence Clearwater Revival, fueron solo algunos de los músicos que actuaron en este festival en el que se vivieron intensas noches de sexo y drogas, donde destacó el consumo de marihuana y LSD. Allí Ricardo conoció a  una joven de Arkansas, se trasladaron a vivir a Ibiza y tuvieron una hija. Durante años la familia vivió de la artesanía que vendían a los turistas.

 

Seis años más tarde Ricardo lo dejó todo y vino con su familia para un pueblo de Zamora donde trabajó de jardinero mientras su mujer daba clases de inglés. Se sentían queridos y la vida les fue bien. Richard el hippie como le conocen en la zona, ahora está jubilado, con casi setenta años y cuatro nietos. En ocasiones vienen él y su familia al pueblecito cerca de Astorga de donde se fue siendo un adolescente. No se arrepiente de su deambular por la vida y si pudiera volvería atrás sin dudarlo un segundo. “No puedo imaginar nada más puro y hermoso que la vida que tuve esos años. Las comunas, los viajes de un lado para otro en aquellos vehículos llenos de color y vida, la música, la paz…el amor. Fue la experiencia más definitoria de mi vida”.

 

La casa huele a incienso, en las paredes cuelgan algunos recuerdos de aquellos años y durante el tiempo que hemos sido sus invitados han sonado de fondo Jefferson Airplane y Pink Floyd.

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