Breve apunte sobre la ciencia
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“La sustitución de la idea de que lo que cuenta son los datos y los hechos por la de que todo se reduce a intereses y puntos de vista es la manifestación más visible y más perniciosa de antiintelectualismo en nuestra época” (Larry Laudan, La ciencia y el relativismo)
En las últimas décadas, la idea de que hay muchos tipos de conocimiento del mundo igualmente válidos, de los cuales la ciencia es tan solo uno más, ha echado raíces en el mundo académico, especialmente en el ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales, hasta el punto de adquirir el estatus de una ortodoxia. Así, algunos arqueólogos, como el británico Roger Anyon y el norteamericano Larry Zimmerman, profesor de la Universidad de Iowa, según el artículo “Los creacionistas de las tribus indígenas frustran a los arqueólogos”, publicado en primera plana el 22 de octubre de 1996 en el New York Times, “se han visto empujados hacia un relativismo posmoderno, para el cual la ciencia es solo un sistema de creencias entre otros”. Zimmerman declara: “Personalmente rechazo la ciencia como un modo privilegiado de ver el mundo”. A esto añade Anyon: “La ciencia es solo una de las numerosas maneras de conocer el mundo y la concepción zuñi del mundo es tan válida como el punto de vista de la arqueología acerca de la prehistoria”.
Por lo tanto, respecto a la cuestión del origen de los primeros habitantes de América, la respuesta que da el mito creacionista de los indígenas norteamericanos, según la cual esos primeros habitantes vinieron del mundo subterráneo de los espíritus, tiene tanto valor epistémico, o sea, es tan verdadera, como la respuesta de la arqueología, que, por el contrario, afirma que tales habitantes llegaron de Asia a través del estrecho de Bering hace aproximadamente 10.000 años. La primera respuesta carece de todo apoyo empírico y racional, mientras que la segunda, por el contrario, está extensamente confirmada tanto empírica como racionalmente. Pero, al parecer, estos arqueólogos estiman que esto no es importante.
El resultado es el abandono, casi definitivo, de la imagen tradicional de la ciencia que había difundido el neopositivismo, la cual sostiene que para saber cómo son las cosas de este mundo es mejor tomar el camino de la prueba lógica y el argumento racional que el camino de la lectura de las hojas de té o de la observación de una bola de cristal, a pesar de que con ello no se logra garantizar el éxito. Ciertamente, podría ser falsa la respuesta de que los primeros americanos llegaron de Asia atravesando el estrecho de Bering; sin embargo, es una respuesta más razonable que la respuesta de que los primeros habitantes americanos salieron del mundo subterráneo de los espíritus.
Además, este relativismo posmoderno ha trascendido los límites de lo académico y ya hay mucha gente no académica que cree que la ciencia es un conocimiento que, si bien es distinto a otros tipos de conocimiento, como el mito, la magia o la religión, tiene la misma validez cognoscitiva que ellos y que, por lo tanto, no es un tipo de conocimiento superior y privilegiado que merezca más confianza que cualesquiera otros conocimientos. Sin embargo, esta nueva imagen de la ciencia implica algunas consecuencias, tanto en nuestra vida individual como comunitaria, que resulta muy difícil llevarlas a la práctica. En la vida comunitaria, implica al menos dos consecuencias, una en el ámbito jurídico y otra en el ámbito educativo.
En el ámbito judicial, implica que, cuando en los tribunales haya que fijar lo que se debe aceptar como probatorio, lo mismo daría escuchar la opinión de un científico, que puede ser un médico o ingeniero, que la de un mago, pues ambos gozarían de la misma credibilidad, y en el campo educativo, llegado el momento de determinar los contenidos sobre el origen del hombre que deben enseñarse a nuestros hijos en el colegio, se tendría que incluir tanto la teoría de la evolución como el creacionismo cristiano, porque ambas teorías contarían con igual valor cognoscitivo; lo mismo ocurriría cuando se tratara de establecer los contenidos referentes a la forma que tiene el universo: habría que incluir, además del heliocentrismo, el geocentrismo, y no se podría decir: “La Tierra se mueve alrededor del Sol”, sino que habría que decir: “Algunas personas creen que la Tierra se mueve alrededor del sol, mientras que otras conciben la Tierra como una esfera hueca que contiene el Sol, los planetas y las estrellas fijas”. Si cuesta llevar a la práctica estas consecuencias, no menos cuesta llevar aquellas otras que afectan a nuestra vida individual; por ejemplo, si tuviéramos que hacer un viaje transoceánico, podríamos montarnos en una escoba con la misma confianza de llegar a nuestro destino que si montáramos en un avión, y si tuviéramos la mala suerte de padecer una enfermedad del corazón lo mismo nos daría ponernos en manos de un cardiólogo que en las de un curandero, pues al fin y al cabo los conocimientos de uno no son mejores que los del otro. Es tan difícil, y acaso sea imposible, ser coherente en la práctica con esta imagen de la ciencia, que de momento los tribunales prefieren los científicos a los magos, los profesores enseñan que la Tierra se mueve alrededor del Sol, la gente –incluidos Anyon y Zimmerman cuando tienen que viajar a otro continente para dar una conferencia sobre la ciencia– opta por montar en avión antes que en una escoba y casi todo el mundo si tiene un enfermedad grave consulta con un médico y no con un curandero.
“La sustitución de la idea de que lo que cuenta son los datos y los hechos por la de que todo se reduce a intereses y puntos de vista es la manifestación más visible y más perniciosa de antiintelectualismo en nuestra época” (Larry Laudan, La ciencia y el relativismo)
En las últimas décadas, la idea de que hay muchos tipos de conocimiento del mundo igualmente válidos, de los cuales la ciencia es tan solo uno más, ha echado raíces en el mundo académico, especialmente en el ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales, hasta el punto de adquirir el estatus de una ortodoxia. Así, algunos arqueólogos, como el británico Roger Anyon y el norteamericano Larry Zimmerman, profesor de la Universidad de Iowa, según el artículo “Los creacionistas de las tribus indígenas frustran a los arqueólogos”, publicado en primera plana el 22 de octubre de 1996 en el New York Times, “se han visto empujados hacia un relativismo posmoderno, para el cual la ciencia es solo un sistema de creencias entre otros”. Zimmerman declara: “Personalmente rechazo la ciencia como un modo privilegiado de ver el mundo”. A esto añade Anyon: “La ciencia es solo una de las numerosas maneras de conocer el mundo y la concepción zuñi del mundo es tan válida como el punto de vista de la arqueología acerca de la prehistoria”.
Por lo tanto, respecto a la cuestión del origen de los primeros habitantes de América, la respuesta que da el mito creacionista de los indígenas norteamericanos, según la cual esos primeros habitantes vinieron del mundo subterráneo de los espíritus, tiene tanto valor epistémico, o sea, es tan verdadera, como la respuesta de la arqueología, que, por el contrario, afirma que tales habitantes llegaron de Asia a través del estrecho de Bering hace aproximadamente 10.000 años. La primera respuesta carece de todo apoyo empírico y racional, mientras que la segunda, por el contrario, está extensamente confirmada tanto empírica como racionalmente. Pero, al parecer, estos arqueólogos estiman que esto no es importante.
El resultado es el abandono, casi definitivo, de la imagen tradicional de la ciencia que había difundido el neopositivismo, la cual sostiene que para saber cómo son las cosas de este mundo es mejor tomar el camino de la prueba lógica y el argumento racional que el camino de la lectura de las hojas de té o de la observación de una bola de cristal, a pesar de que con ello no se logra garantizar el éxito. Ciertamente, podría ser falsa la respuesta de que los primeros americanos llegaron de Asia atravesando el estrecho de Bering; sin embargo, es una respuesta más razonable que la respuesta de que los primeros habitantes americanos salieron del mundo subterráneo de los espíritus.
Además, este relativismo posmoderno ha trascendido los límites de lo académico y ya hay mucha gente no académica que cree que la ciencia es un conocimiento que, si bien es distinto a otros tipos de conocimiento, como el mito, la magia o la religión, tiene la misma validez cognoscitiva que ellos y que, por lo tanto, no es un tipo de conocimiento superior y privilegiado que merezca más confianza que cualesquiera otros conocimientos. Sin embargo, esta nueva imagen de la ciencia implica algunas consecuencias, tanto en nuestra vida individual como comunitaria, que resulta muy difícil llevarlas a la práctica. En la vida comunitaria, implica al menos dos consecuencias, una en el ámbito jurídico y otra en el ámbito educativo.
En el ámbito judicial, implica que, cuando en los tribunales haya que fijar lo que se debe aceptar como probatorio, lo mismo daría escuchar la opinión de un científico, que puede ser un médico o ingeniero, que la de un mago, pues ambos gozarían de la misma credibilidad, y en el campo educativo, llegado el momento de determinar los contenidos sobre el origen del hombre que deben enseñarse a nuestros hijos en el colegio, se tendría que incluir tanto la teoría de la evolución como el creacionismo cristiano, porque ambas teorías contarían con igual valor cognoscitivo; lo mismo ocurriría cuando se tratara de establecer los contenidos referentes a la forma que tiene el universo: habría que incluir, además del heliocentrismo, el geocentrismo, y no se podría decir: “La Tierra se mueve alrededor del Sol”, sino que habría que decir: “Algunas personas creen que la Tierra se mueve alrededor del sol, mientras que otras conciben la Tierra como una esfera hueca que contiene el Sol, los planetas y las estrellas fijas”. Si cuesta llevar a la práctica estas consecuencias, no menos cuesta llevar aquellas otras que afectan a nuestra vida individual; por ejemplo, si tuviéramos que hacer un viaje transoceánico, podríamos montarnos en una escoba con la misma confianza de llegar a nuestro destino que si montáramos en un avión, y si tuviéramos la mala suerte de padecer una enfermedad del corazón lo mismo nos daría ponernos en manos de un cardiólogo que en las de un curandero, pues al fin y al cabo los conocimientos de uno no son mejores que los del otro. Es tan difícil, y acaso sea imposible, ser coherente en la práctica con esta imagen de la ciencia, que de momento los tribunales prefieren los científicos a los magos, los profesores enseñan que la Tierra se mueve alrededor del Sol, la gente –incluidos Anyon y Zimmerman cuando tienen que viajar a otro continente para dar una conferencia sobre la ciencia– opta por montar en avión antes que en una escoba y casi todo el mundo si tiene un enfermedad grave consulta con un médico y no con un curandero.