Gazel escribe sobre los museos en Londres
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Muchas veces tomé la pluma para escribir este artículo de opinión y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría. Por más que le daba vueltas y más vueltas nada acudía a mi mente. Y estando en suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla no es que entrara un amigo mío, gracioso y bien entendido sino que me deslumbró (es una forma de hablar) lo que creí un pequeño manojo de hojas que sobresalía de uno de los libros de mi estantería. Inmediatamente, corrí a su encuentro y, con asombro, leí en la página inicial: «Carta inédita y anacrónica, escrita tan solo unos siglos más tarde, y que debería añadirse a la obra Cartas escritas por un moro llamado Gazel Ben-Aly, a Ben-Beley, amigo suyo, sobre los usos y costumbres de los españoles antiguos y modernos, con algunas respuestas de Ben-Beley, y otras cartas relativas a éstas, encontrada, editada y publicada por el eminente escritor José Cadalso». Como él, la transcribo para solaz de todos ustedes y, también como él, afirmo que se humillaría demasiado mi amor propio dándome al público como mero editor de estas cartas.
Gazel a Ben-Beley
Sin duda, muchas son las cosas que los españoles tienen que aprender de los ingleses. Ese pueblo que ha convertido en plato nacional la cocina de todos los demás países y que cuenta con la suerte de disfrutar de las cuatro estaciones del año en solo un día todavía va, en muchos aspectos, unos pasos por delante de nosotros. Después de pasar unos días en España visitando algunas de sus ciudades más emblemáticas, decidí viajar a Inglaterra, pues había oído maravillas sobre sus pueblos, sus paisajes y sus grandes ciudades, Londres especialmente. La mañana antes de mi viaje decidí visitar una magnífica exposición dedicada al Bosco (artista del que te hablaré en otra de mis cartas) en el no menos magnífico museo del Prado —algún día, Ben-Beley, tienes que venir a visitarlo. No obstante, tuve que desistir de mi empeño porque una interminable cola rodeaba el edificio.
Como soy de naturaleza precavida, no quería que me sucediera esto de nuevo en mi visita a Londres, por lo que, durante el viaje, decidí los museos que quería ver en la capital y me dije a mí mismo que, esta vez, saldría con tiempo más que de sobra. Pero no te puedes imaginar lo asombrado que me dejó el hecho de que fueran completamente gratis. Y no es por el dinero —de hecho, en la entrada de cada uno de ellos, había un gran recipiente lleno de billetes que los visitantes dejaban a modo de donativo—, sino por todo lo que ello implica. Un museo en Londres, ya sea la National Gallery, el British Museum o el Tate Modern, entre otros muchos, es un espacio totalmente integrado en la ciudad. Cuando me citaba con unos amigos en Trafalgar Square, me gustaba llegar unos minutos antes y esperar dentro de la National Gallery que preside esa misma plaza. El hecho de que sea gratis, además de en la cartera, repercute en la desaparición de las incómodas esperas, pues no se requiere entrada de ningún tipo. Aquí entrar a un museo es lo mismo que avanzar hasta la próxima calle. Visitas tu sala favorita, te detienes en un cuadro que te gusta y continúas con tu rutina cotidiana. Los museos, junto con los parques, no son una mera atracción turística (como sí lo es, por ejemplo, el London Eye, de precio prohibitivo), sino que se entienden como dos elementos esenciales, necesarios para la buena salud de la vida de la ciudad. Créeme, Ben-Beley, no es solo una cuestión de pagar más o menos, sino que es la expresión de una concepción del arte completamente diferente a la que tienen los ciudadanos del país desde el que te escribo. Sí, sin duda, los españoles todavía tienen que aprender mucho.
Muchas veces tomé la pluma para escribir este artículo de opinión y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría. Por más que le daba vueltas y más vueltas nada acudía a mi mente. Y estando en suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla no es que entrara un amigo mío, gracioso y bien entendido sino que me deslumbró (es una forma de hablar) lo que creí un pequeño manojo de hojas que sobresalía de uno de los libros de mi estantería. Inmediatamente, corrí a su encuentro y, con asombro, leí en la página inicial: «Carta inédita y anacrónica, escrita tan solo unos siglos más tarde, y que debería añadirse a la obra Cartas escritas por un moro llamado Gazel Ben-Aly, a Ben-Beley, amigo suyo, sobre los usos y costumbres de los españoles antiguos y modernos, con algunas respuestas de Ben-Beley, y otras cartas relativas a éstas, encontrada, editada y publicada por el eminente escritor José Cadalso». Como él, la transcribo para solaz de todos ustedes y, también como él, afirmo que se humillaría demasiado mi amor propio dándome al público como mero editor de estas cartas.
Gazel a Ben-Beley
Sin duda, muchas son las cosas que los españoles tienen que aprender de los ingleses. Ese pueblo que ha convertido en plato nacional la cocina de todos los demás países y que cuenta con la suerte de disfrutar de las cuatro estaciones del año en solo un día todavía va, en muchos aspectos, unos pasos por delante de nosotros. Después de pasar unos días en España visitando algunas de sus ciudades más emblemáticas, decidí viajar a Inglaterra, pues había oído maravillas sobre sus pueblos, sus paisajes y sus grandes ciudades, Londres especialmente. La mañana antes de mi viaje decidí visitar una magnífica exposición dedicada al Bosco (artista del que te hablaré en otra de mis cartas) en el no menos magnífico museo del Prado —algún día, Ben-Beley, tienes que venir a visitarlo. No obstante, tuve que desistir de mi empeño porque una interminable cola rodeaba el edificio.
Como soy de naturaleza precavida, no quería que me sucediera esto de nuevo en mi visita a Londres, por lo que, durante el viaje, decidí los museos que quería ver en la capital y me dije a mí mismo que, esta vez, saldría con tiempo más que de sobra. Pero no te puedes imaginar lo asombrado que me dejó el hecho de que fueran completamente gratis. Y no es por el dinero —de hecho, en la entrada de cada uno de ellos, había un gran recipiente lleno de billetes que los visitantes dejaban a modo de donativo—, sino por todo lo que ello implica. Un museo en Londres, ya sea la National Gallery, el British Museum o el Tate Modern, entre otros muchos, es un espacio totalmente integrado en la ciudad. Cuando me citaba con unos amigos en Trafalgar Square, me gustaba llegar unos minutos antes y esperar dentro de la National Gallery que preside esa misma plaza. El hecho de que sea gratis, además de en la cartera, repercute en la desaparición de las incómodas esperas, pues no se requiere entrada de ningún tipo. Aquí entrar a un museo es lo mismo que avanzar hasta la próxima calle. Visitas tu sala favorita, te detienes en un cuadro que te gusta y continúas con tu rutina cotidiana. Los museos, junto con los parques, no son una mera atracción turística (como sí lo es, por ejemplo, el London Eye, de precio prohibitivo), sino que se entienden como dos elementos esenciales, necesarios para la buena salud de la vida de la ciudad. Créeme, Ben-Beley, no es solo una cuestión de pagar más o menos, sino que es la expresión de una concepción del arte completamente diferente a la que tienen los ciudadanos del país desde el que te escribo. Sí, sin duda, los españoles todavía tienen que aprender mucho.