De una pérdida casi irreparable más: los Diarios del Marqués de Sade
Seguimos con la fuente inagotable de La Galerna, la revista de Manual de Ultramarinos, en su número ya mítico y de culto dedicado a los diarios y que lleva por título 'Diarismos'. Todavía podría encontrar el lector o coleccionista avisado algún número perdido en la chamarilería de Cantareros, en León.
De los diarios del Marqués de Sade y de la desaparición de los mismos, a causa de la expurga por parte de sus carceleros convertidos en censores de la revolución naciente, nos habla hoy el profesor y crítico Carlos de Diego
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Es más que habitual que los creadores ?hijos o no de dios y como cualquier otro hijo de vecino? tengan que soportar, a lo largo de su existencia o solo puntualmente, las dificultades, incomprensiones y trabas de todo tipo que la sociedad, sus semejantes y la vida en general colocan como mojones o trampas en su camino; en la historia, sin embargo, muy pocas veces un escritor ha tenido que habérselas con una amalgama tal de adversidades y contratiempos, de persecuciones, vigilancias, censuras e, incluso, curiosas o no tan pintorescas prisiones como acaban mostrando ?directa o indirectamente? sus diarios que enfrentó el ‘Divino’, maldito y "surrealista en el sadismo" Marqués de Sade, a poco que el lector se empeñe en adentrarse, siquiera someramente, en la parquedad de testimonios y variedad de informaciones que aquellos transmiten y/o (medio) velan o cifran (Diario último, Madrid, Felmar, 1974, 37-106).
Quizá por ello, de un autor que consignaba por escrito más o menos en clave los detalles y sucesos de su vida diaria, al menos desde el 13 de febrero de 1777 (fecha de su segundo encarcelamiento en Vincennes), solo se conservan los cuadernos que corresponden a los espacios de tiempo, casi últimos de su vida, que van del 5-VI-1807 al 26-VIII-1808 y del 18-VII-1814 al 30-XI-1814 (dos días antes de su muerte). Esto se explica, sobre todo, por los continuos registros y confiscaciones de escritos que sufrió, durante los más largos de sus cinco confinamientos (que suman algo más de un tercio de su vida), por parte de la policía y de sus guardianes carcelarios o médicos; de ahí que afirmara, al frente de lo conservado: “Este diario [de 1807 que comienza «El día 5, después de dos horas»] es continuación de los que me han sido quitados” junto con “manuscritos que había redactado y salvado de la Bastilla”, a causa del “mandato de recoger todos mis papeles [y “recibos, memorias, etc.”], lo que fue hecho sin previo examen [...] y arrambla[ndo] con todo” (39).
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A pesar de esto, y afortunadamente, los dos cuadernos conservados permiten reconstruir, en bastante buena medida, su vida en el centro psiquiátrico de Charenton en que acabó recluido como respuesta, más que a una escandalosa vida apurada sin cortapisas y al margen de las normas imperantes entonces, a la publicación de La nueva Justine o los infortunios de la virtud (1797), que nadie dudó en atribuirle entonces también, a pesar del anonimato con el que fue editada.
Allí vivía junto con la actriz retirada Madame Quesnet (“Mi pobre hija” (40) ? como tal quería hacerla pasar en Charenton, aunque solo tuviera once años menos que él?, “a quien más quiero en el mundo” [41]), su fiel acompañante desde que la conociera, en el verano de 1790, abandonada por su marido y con un hijo. Y allí puede imaginársele dedicado a muy diversas actividades, con relativa libertad y tales comodidades que acabaron provocando las quejas y denuncias del médico jefe del lugar, A.-A. Royer-Collard: recibe y envía cartas de continuo, está acompañado de algunos criados (Varennes, Annette...), realiza encargos y trata de diversas cuestiones de intendencia (un escritorio, leña, provisiones, botas, un chaleco, vino añejo como medicina...), se ocupa del pago de quienes le sirven (zapatero, peluquero...), se interesa en recuperar los papeles confiscados, lee o hace que le lean los periódicos, envía y recibe informaciones sobre unas hoy oscuras ‘fábulas’ (quizá escritos clandestinos, quizá papeles comprometidos, quizá cartas confidenciales), trata de enderezar el estado de sus cuentas y negocios (y se las ve con toda una pequeña caterva de enredadores: Lenormand, Diart, Martin, Trecourt..., entre los que se encuentran también su propia esposa y, sobre todo, su primogénito, que en algún momento intentará, incluso, chantajearlo), recibe muy diversas visitas de conocidos o desconocidos (curiosa y casi lógicamente, por el tipo de vida y la inmoralidad que se le suponía, nunca de su hija ni de su esposa, que había roto con él mucho antes), tiene invitados a comer y a cenar (a veces inesperadamente: Mezange, sus dos hijos ?sobre todo su primogénito?...), asiste a diversas celebraciones o fiestas (e, incluso, tiene parte en la preparación de algunas de ellas), recibe libros y se le permite tener a mano una nutrida biblioteca, puede escribir con relativa libertad o hacer que le escriban sus creaciones, se relaciona con algunos otros internos (aquellos que intervienen en la representación de sus obras: el músico Descamps ?al que finalmente le prohíben intervenir en ellas?, la Santeuil,...), se ocupa de la representación de obras suyas tanto en Charenton (en donde son continuos los enfrentamientos y discusiones con el director del centro) como fuera de allí (para intentar de ganar dinero, aunque de continuo se encuentre con cambios de programación o lugar, suspensiones...), recibe visitas íntimas (sobre todo de Magdaleine Leclerc ?de quien contabiliza hasta 94 visitas y 70 en la habitación [con una ocasión, incluso, en que ella “tuvo durante un instante una idea Ø”], lo que acabará poniendo celosa a Mme. Quesnet? y, antes, de un tal Prosper ?que “viene con ideas Ø Ø”? y su criada ?“Es su 3.ª visita y la 2.ª de su criada, lo que remite a un Ø por primera vez”?, “El 27 vino una jovencita de 13 años que acompañaba a M. Lepiani, y todo el día se señaló al traidor”..., para lo que le resultaban de gran ayuda las abreviaturas, que en más de una ocasión velan en parte o por completo el sentido final de lo transcrito), se le ve ocupado en desentrañar el sentido oculto y el valor simbólico de los números (que anota con profusión: “Se hizo notar la cifra 1 durante todo el día”, “todas estas cifras lo asimilan [a Descamps] prodigiosamente a Mand.”, “Durante el 25 se marca mucho el 2”, “El 26 marca el 2”)...
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No todo era tan agradable, sin embargo, hasta el punto de resultar quizá lo más llamativo y sorprendente de todo lo que se le ve hacer y padecer entonces ?así como a lo largo de sus más de treinta años de prisiones diversas en las diferentes épocas de aquella convulsa etapa de la historia de Francia? el que no acabara perdiendo por completo la cabeza. Y, así, consigna en sus diarios las muy variadas y distintas discusiones, cambios de trato, amenazas, reconvenciones, negativas, reorganizaciones de su vida, de los estrenos de sus obras o de los ensayos... que hubo de padecer del director del centro de Charenton en que estaba recluido (M. de Coulmier) y que se prodigaron junto con otros momentos de cordialidad e, incluso, de afecto entre ambos; presenta alusiones y referencias a otros internos del Centro y a sus malas relaciones o malestares con ellos (“Durante la noche del 2 al 3 [del VIII-1808], gran alboroto que me afecta la cabeza”, “El 5 ocupan de nuevo el cuarto de Monfort, y esto me obliga a soportar grandes ruidos”...); se le filtran o niegan algunas visitas; revisa y analiza, calcula y recalcula en muy diversas ocasiones el tiempo que ha estado detenido a lo largo de su vida y el que le queda de detención, obsesivamente, buscando desentrañar su sentido más o menos oculto; debe hacer frente a todo tipo de espionajes o intrigas (policiales, del director, familiares, económicas... e, incluso, provenientes de los celos de Mme. Quesnet), siendo quizá las más tristes y desagradables para él las numerosas que tramara su primogénito para conseguir casarse, impedir el enlace de su hermano menor, sacarle dinero padre o, incluso, mantenerlo en prisión; padece continuamente la visita o el espionaje de la policía, vigilancias, inspecciones (“El 1.º [de junio de 1808] falta el diario”)..., que dan un carácter de provisionalidad a su vida y sus cosas y que le provocaban todo tipo de obsesiones, inseguridades, angustias y temores; sufre cada vez más de diversas disfunciones (“desde hace tres semanas experimentaba espantosos insomnios”, “El 30 [por 4.ª vez] paso mi noche en blanco”), dolencias y malestares (“El 12, Mgl. vino [...] yo estaba muy enfermo y ella se dio cuenta...”, “El 30 de 9bre de 1814 me ponen un vendaje de cuero por primera vez”), que le acabarán provocando la muerte; padece momentos de cierta desazón o angustia (“¡¡¡Si [mi padre] hubiera vivido, no habría permitido todas las brutalidades de que soy víctima!!!”, “El 11, nada”), tiene pesadillas (con un “registro en mi habitación y que destrozaban todos mis libros”, “que encontraba todos mis papeles en el patio”) y presenta, a veces, todo un dolorido sentir (“la historia de las vejaciones nunca termina para mí: de una u otra manera, siempre tengo que ser la víctima”)..., de todo lo cual le acabaría salvando, relativamente, más su ansia de disfrutar todo lo posible de la vida y sus cosas que la insólita intuición entonces de ser una verdadera oveja negra que quedará muy bien con el tiempo en cualquier parque, llegado el caso.
De los diarios del Marqués de Sade y de la desaparición de los mismos, a causa de la expurga por parte de sus carceleros convertidos en censores de la revolución naciente, nos habla hoy el profesor y crítico Carlos de Diego
Es más que habitual que los creadores ?hijos o no de dios y como cualquier otro hijo de vecino? tengan que soportar, a lo largo de su existencia o solo puntualmente, las dificultades, incomprensiones y trabas de todo tipo que la sociedad, sus semejantes y la vida en general colocan como mojones o trampas en su camino; en la historia, sin embargo, muy pocas veces un escritor ha tenido que habérselas con una amalgama tal de adversidades y contratiempos, de persecuciones, vigilancias, censuras e, incluso, curiosas o no tan pintorescas prisiones como acaban mostrando ?directa o indirectamente? sus diarios que enfrentó el ‘Divino’, maldito y "surrealista en el sadismo" Marqués de Sade, a poco que el lector se empeñe en adentrarse, siquiera someramente, en la parquedad de testimonios y variedad de informaciones que aquellos transmiten y/o (medio) velan o cifran (Diario último, Madrid, Felmar, 1974, 37-106).
Quizá por ello, de un autor que consignaba por escrito más o menos en clave los detalles y sucesos de su vida diaria, al menos desde el 13 de febrero de 1777 (fecha de su segundo encarcelamiento en Vincennes), solo se conservan los cuadernos que corresponden a los espacios de tiempo, casi últimos de su vida, que van del 5-VI-1807 al 26-VIII-1808 y del 18-VII-1814 al 30-XI-1814 (dos días antes de su muerte). Esto se explica, sobre todo, por los continuos registros y confiscaciones de escritos que sufrió, durante los más largos de sus cinco confinamientos (que suman algo más de un tercio de su vida), por parte de la policía y de sus guardianes carcelarios o médicos; de ahí que afirmara, al frente de lo conservado: “Este diario [de 1807 que comienza «El día 5, después de dos horas»] es continuación de los que me han sido quitados” junto con “manuscritos que había redactado y salvado de la Bastilla”, a causa del “mandato de recoger todos mis papeles [y “recibos, memorias, etc.”], lo que fue hecho sin previo examen [...] y arrambla[ndo] con todo” (39).
A pesar de esto, y afortunadamente, los dos cuadernos conservados permiten reconstruir, en bastante buena medida, su vida en el centro psiquiátrico de Charenton en que acabó recluido como respuesta, más que a una escandalosa vida apurada sin cortapisas y al margen de las normas imperantes entonces, a la publicación de La nueva Justine o los infortunios de la virtud (1797), que nadie dudó en atribuirle entonces también, a pesar del anonimato con el que fue editada.
Allí vivía junto con la actriz retirada Madame Quesnet (“Mi pobre hija” (40) ? como tal quería hacerla pasar en Charenton, aunque solo tuviera once años menos que él?, “a quien más quiero en el mundo” [41]), su fiel acompañante desde que la conociera, en el verano de 1790, abandonada por su marido y con un hijo. Y allí puede imaginársele dedicado a muy diversas actividades, con relativa libertad y tales comodidades que acabaron provocando las quejas y denuncias del médico jefe del lugar, A.-A. Royer-Collard: recibe y envía cartas de continuo, está acompañado de algunos criados (Varennes, Annette...), realiza encargos y trata de diversas cuestiones de intendencia (un escritorio, leña, provisiones, botas, un chaleco, vino añejo como medicina...), se ocupa del pago de quienes le sirven (zapatero, peluquero...), se interesa en recuperar los papeles confiscados, lee o hace que le lean los periódicos, envía y recibe informaciones sobre unas hoy oscuras ‘fábulas’ (quizá escritos clandestinos, quizá papeles comprometidos, quizá cartas confidenciales), trata de enderezar el estado de sus cuentas y negocios (y se las ve con toda una pequeña caterva de enredadores: Lenormand, Diart, Martin, Trecourt..., entre los que se encuentran también su propia esposa y, sobre todo, su primogénito, que en algún momento intentará, incluso, chantajearlo), recibe muy diversas visitas de conocidos o desconocidos (curiosa y casi lógicamente, por el tipo de vida y la inmoralidad que se le suponía, nunca de su hija ni de su esposa, que había roto con él mucho antes), tiene invitados a comer y a cenar (a veces inesperadamente: Mezange, sus dos hijos ?sobre todo su primogénito?...), asiste a diversas celebraciones o fiestas (e, incluso, tiene parte en la preparación de algunas de ellas), recibe libros y se le permite tener a mano una nutrida biblioteca, puede escribir con relativa libertad o hacer que le escriban sus creaciones, se relaciona con algunos otros internos (aquellos que intervienen en la representación de sus obras: el músico Descamps ?al que finalmente le prohíben intervenir en ellas?, la Santeuil,...), se ocupa de la representación de obras suyas tanto en Charenton (en donde son continuos los enfrentamientos y discusiones con el director del centro) como fuera de allí (para intentar de ganar dinero, aunque de continuo se encuentre con cambios de programación o lugar, suspensiones...), recibe visitas íntimas (sobre todo de Magdaleine Leclerc ?de quien contabiliza hasta 94 visitas y 70 en la habitación [con una ocasión, incluso, en que ella “tuvo durante un instante una idea Ø”], lo que acabará poniendo celosa a Mme. Quesnet? y, antes, de un tal Prosper ?que “viene con ideas Ø Ø”? y su criada ?“Es su 3.ª visita y la 2.ª de su criada, lo que remite a un Ø por primera vez”?, “El 27 vino una jovencita de 13 años que acompañaba a M. Lepiani, y todo el día se señaló al traidor”..., para lo que le resultaban de gran ayuda las abreviaturas, que en más de una ocasión velan en parte o por completo el sentido final de lo transcrito), se le ve ocupado en desentrañar el sentido oculto y el valor simbólico de los números (que anota con profusión: “Se hizo notar la cifra 1 durante todo el día”, “todas estas cifras lo asimilan [a Descamps] prodigiosamente a Mand.”, “Durante el 25 se marca mucho el 2”, “El 26 marca el 2”)...
No todo era tan agradable, sin embargo, hasta el punto de resultar quizá lo más llamativo y sorprendente de todo lo que se le ve hacer y padecer entonces ?así como a lo largo de sus más de treinta años de prisiones diversas en las diferentes épocas de aquella convulsa etapa de la historia de Francia? el que no acabara perdiendo por completo la cabeza. Y, así, consigna en sus diarios las muy variadas y distintas discusiones, cambios de trato, amenazas, reconvenciones, negativas, reorganizaciones de su vida, de los estrenos de sus obras o de los ensayos... que hubo de padecer del director del centro de Charenton en que estaba recluido (M. de Coulmier) y que se prodigaron junto con otros momentos de cordialidad e, incluso, de afecto entre ambos; presenta alusiones y referencias a otros internos del Centro y a sus malas relaciones o malestares con ellos (“Durante la noche del 2 al 3 [del VIII-1808], gran alboroto que me afecta la cabeza”, “El 5 ocupan de nuevo el cuarto de Monfort, y esto me obliga a soportar grandes ruidos”...); se le filtran o niegan algunas visitas; revisa y analiza, calcula y recalcula en muy diversas ocasiones el tiempo que ha estado detenido a lo largo de su vida y el que le queda de detención, obsesivamente, buscando desentrañar su sentido más o menos oculto; debe hacer frente a todo tipo de espionajes o intrigas (policiales, del director, familiares, económicas... e, incluso, provenientes de los celos de Mme. Quesnet), siendo quizá las más tristes y desagradables para él las numerosas que tramara su primogénito para conseguir casarse, impedir el enlace de su hermano menor, sacarle dinero padre o, incluso, mantenerlo en prisión; padece continuamente la visita o el espionaje de la policía, vigilancias, inspecciones (“El 1.º [de junio de 1808] falta el diario”)..., que dan un carácter de provisionalidad a su vida y sus cosas y que le provocaban todo tipo de obsesiones, inseguridades, angustias y temores; sufre cada vez más de diversas disfunciones (“desde hace tres semanas experimentaba espantosos insomnios”, “El 30 [por 4.ª vez] paso mi noche en blanco”), dolencias y malestares (“El 12, Mgl. vino [...] yo estaba muy enfermo y ella se dio cuenta...”, “El 30 de 9bre de 1814 me ponen un vendaje de cuero por primera vez”), que le acabarán provocando la muerte; padece momentos de cierta desazón o angustia (“¡¡¡Si [mi padre] hubiera vivido, no habría permitido todas las brutalidades de que soy víctima!!!”, “El 11, nada”), tiene pesadillas (con un “registro en mi habitación y que destrozaban todos mis libros”, “que encontraba todos mis papeles en el patio”) y presenta, a veces, todo un dolorido sentir (“la historia de las vejaciones nunca termina para mí: de una u otra manera, siempre tengo que ser la víctima”)..., de todo lo cual le acabaría salvando, relativamente, más su ansia de disfrutar todo lo posible de la vida y sus cosas que la insólita intuición entonces de ser una verdadera oveja negra que quedará muy bien con el tiempo en cualquier parque, llegado el caso.