Redacción
Viernes, 07 de Abril de 2017

El dolor del mundo recorrió las calles de Astorga

Salió la procesión más tempranera, la del Viernes de Dolores, la que prende el restrallete de la Semana Santa con un treno de dolor. Salió puntual del Santuario de Fátima donde tiene su sede la Cofradía  de las Damas de la Virgen de la Piedad, la más joven, pues presentó sus estatutos a la Junta Profomento apenas en el año 1993.

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Salió el Viacrucis del Viernes de Dolores por el itinerario nuevo, por el adarve de la muralla, errando a través de una nada infinita, soplándoles de frente el espacio vacío. No hacía nada de frío, pero la noche se hundía en los tuetanos y la comitiva se acurrucaba en torno a la luz del Cristo. El dolor proyectado desde la imagen del Crucificado volvía a ser un dolor actual, si es que aún quedase algo de sensibilidad, afloran motivos recientes, la imagen de esos niños gaseados anteayer por Bashar al-Ásad en Siria, un ejemplo. La noche acompañaba el espectáculo de un Cristo iluminado hendiendo las tinieblas como un dios del rayo. Cada poco un descanso, una estación para el lamento de nuestro actual incomprensible.

 

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Por delante la luz de la moto de un municipal alargaba las sombras de los paseantes como si fueran cipreses derrumbados todo a lo largo del paseo. El espectáculo era lento, algo oscurantista, domesticado; el murete que bordea la muralla estaba a rebosar de gente, los claros clarines venían detrás del Cristo sin anunciar bárbaros atilas. No sé como cada quien incorpora el espectáculo que por fuera venía tan callando...

 

Salió la procesión de la muralla y fue iluminarse, ganar landas a la oscuridad, pasó por delante del Seminario y entró en la plaza de la Semana Santa donde fue la oración más pura, las voces más clarecidas y femeninas.

 

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Un ambiente similar, enrarecido, perturbador, de tránsito abrupto al tiempo del dolor se expresa en los versos del poema X de 'Semana Santa', de Salvador Espriu.

Más allá del hielo

de la lenta comitiva

hay un suplicio

de clarines.

Entre nubes

se extendía,

telaraña

muy sutil,

luz rojiza

de alta luna

por vestigios

de entoldado,

por albores

desmontados,

ya arrumbados,

de la nieve.

Y una voz en agonía

va gritando

que solo quiere

la cenicienta

compañía

de palabras,

una sábana

de amplitud

de viento que cubra

sed y sangre,

agujeros de clavos,

vastedad

de la tristeza,

gran horror

de calles

la desnudez

recordada

de los cabellos

negros del sol.

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