Germán Gullón. Un perfil
![[Img #31493]](upload/img/periodico/img_31493.jpg)
¿Quién es Germán Gullón aparte de ser hijo de su padre, Ricardo Gullón?
Es una persona afable, simpática, con sentido del humor, y con una frondosa e interesante conversación. No sólo nació entre libros sino que además nació entre personas que leían los libros, los analizaban y los discutían en la sobremesa familiar. En su casa en lugar de hablar del pantano que había inaugurado Franco ese día o de la gran trucha que había pescado en sus vacaciones en el Pazo de Meirás, hablaban de literatura o de arte. Todo un acontecimiento casi sobrenatural en la España del Generalísimo en una familia de supuestos normales.
Bueno, lo de normales es un decir porque a su padre Ricardo Gullón, como buen descendiente de un diputado liberal y gran abogado “nada menos que de la Iglesia”, Germán Gullón (abuelo), le tocaba por tradición el mundo de las leyes y cumplió, como era de esperar, con su carrera de fiscal, pero…, y en ese 'pero' es donde radica el fenómeno paranormal, resultó ser un fiscal con incontenibles inclinaciones literarias. Y tan inclinado resultó el ángulo de derivación que el mundo de las letras acabó succionándole del de las leyes.
Germán pasó sus años mozos en Madrid añorando los espacios abiertos que ofrece el Cantábrico en su Santander natal. La lectura le resultaba un buen refugio de las calles estrechas y balcones encontrados. Así sorprende a su profesor Lázaro Carreter cuando llega a su aula, en Salamanca, como principiante universitario, para iniciar su carrera y le cuenta, ante la estupefacción de don Fernando, que él ya ha leído: los Episodios Nacionales de Galdós, las obras completas de Unamuno… Pero confiesa modestamente: “Yo era un tío que había leído mucho pero que sabía muy poco” (esta confesión, aunque puede ser un derroche de modestia, supone un suspiro de alivio a mis neuronas que habían alcanzado un alto grado de abatimiento).
![[Img #31491]](upload/img/periodico/img_31491.jpg)
Su padre le añora y tiene la suerte de que la añoranza reside en Austin, Texas. Nada menos que en los Estados Unidos de América, que para los que vivíamos en el plan Marshall nos sonaba como el legendario reino de El Dorado para nuestros conquistadores de épocas imperiales. Y Germán acude a la llamada paternal, así como de visita, en 1970. Y sin habérselo propuesto encuentra su reino dorado y se queda 21 años por aquellos pagos.
Después de Texas pasó a Filadelfia (1973). “Fue una experiencia que me marcó para siempre. Era una Universidad donde lo más importante era la excelencia. La excelencia en todo”. Confiesa que tuvo una carrera muy exitosa. Efectivamente ganó el premio al mejor profesor de la Universidad, y su departamento era el número uno en Pensilvania. Entonces tuvo una clara consciencia de la gran diferencia entre lo que se hacía en España sobre estudios filológicos y lo que se hacía en América, allí “se reflexionaba sobre lo que se hacía”. Para que se entienda la diferencia pone un ejemplo gráfico: “No se contaban todas las patas de la mosca sino que se miraba cómo vuela la mosca”.
Y como en las Américas hablar del ‘money money’ no da ningún pudor, es más, la valoración profesional se mide siempre por el dinero que uno gana y se dice tranquilamente la cantidad sin rubor ni secretismo como en España, pues Germán cuenta que le llamaron de California y le preguntaron, así, a bocajarro “¿cuánto gana?” Y él contestó imperturbable “62.000 dólares”. ¿Quiere usted ganar 130.000 dólares? “Hombre, voy a pensarlo” contestó Germán con un enorme estoicismo. De esta manera tan pragmática se cierran en aquel país los contratos, grandes y pequeños. Nada de “tú de quien eres” o “déjeme su curriculum que ya le llamaremos”, no, siguen más bien el “por sus obras le conoceréis” (es una pena que en esta España nuestra, siendo tan católica, apostólica y romana no se siga esa consigna tan cristiana). Y así de sencillo y comprensible fue el impulso que llevó a Germán a irse al lejano Oeste. Y allí se quedó cinco años en aquella remota Universidad, de jefe del Departamento de Español y Lenguas Clásicas, llevando un programa que elevó el Departamento del número 45 al 12. Eso de marcar con un ranking las calidades es muy importante en el país de las competencias, y Germán en muy poco tiempo elevó a su Departamento 33 puntos en el ranking de valoración. Todo un éxito profesional. “Y mientras tanto yo iba publicando. Publiqué muchos libros y muy diferentes, de mucha teoría literaria de éxito en el ámbito Universitario”.
Cuando los Gullón venían a darse una vuelta por su país natal notaban que el Viejo Mundo se estaba quedando, como su propio nombre indica, algo viejo en sus teorías y enseñanzas universitarias: “Alemania, Menéndez Pidal, Menéndez Pelayo… todo ese mundo”. “Había ocho o diez personas en España que podían colocarse en la primera línea mundial pero eso no es lo que domina en la cultura universitaria española”. Y salvaban a Fernando Lázaro Carreter, Francisco Rico, Vaquero Goyanes…
![[Img #31490]](upload/img/periodico/img_31490.jpg)
“Mi padre tenía una carrera estupenda, y yo también tenía una carrera muy buena en EEUU, pero cuando veníamos a España era llegar a un mundo en el que no conversábamos. Intelectualmente no había ningún interés. Yo había sido durante 16 años el editor de la revista más importante del hispanismo Hispanic Review, en Filadelfia, y eso me había mantenido un poco en contacto con los españoles, pero sobre todo con lo mejor del Hispanismo mundial. Publicábamos poquísimo de los españoles, lo cual también creaba roces y demás”.
Los Estados Unidos de América han marcado y siguen marcando la diferencia en todo y en el campo intelectual no es la excepción. Los Gullón encuentran que en España “hay poco elemento intelectual, pocas ideas”, pero, aún así, como la tierra que ve nacer a uno siempre tira con una fuerza inconmensurable, tanto a los hombres como a los salmones, en un momento determinado deciden, padre e hijo, dejar el país de las grandiosas oportunidades, de la valoración de la valía, del elevado estatus conseguido y del abundante ‘money’, para volver al mundo viejo que era el Viejo Mundo.
“Yo era un profesor que tenía un estatus muy grande, ganaba muchísimo dinero, me reconocían en todas partes en EEUU pero en España eso no contaba para nada porque aquí hay sus propias prioridades. Entonces, en ese momento, pensé que lo mejor era venirme a Europa, no a España”. Y el camino se le abre dulcemente. Le ofrecen en Holanda, en la Universidad de Ámsterdam, una cátedra especial “ganando el mismo dinero que en América, es decir, muchísimo” (valoración a la americana).
Una vez ya con los pies en Europa “empecé a relacionarme con gente del mundo universitario español. Y en la crítica literaria, empecé a colaborar en el ABC cultural y luego en el Cultural del Mundo. Elegí trabajar con la novela internacional y no con la novela española, porque si yo digo la verdad, que me gusta decirla, a los tres días te has enemistado con todos. No puedes decirle a un novelista que ha puesto mal una coma. También, a través del premio Nadal, que he sido diecisiete años jurado, me inserté en todo este mundo intelectual”.
El académico y catedrático en Santiago de Compostela, Darío Villanueva, le pone en contacto con la Universidad española. Le invita a dar un curso en Santiago. “Darío Villanueva es uno de los pocos realmente avanzados y que ha sido amigo mío toda la vida y, claro, con él es como si yo hubiera estado en los EEUU. Él tiene también que vivir esta doble vida del hombre intelectual y el hombre que tiene que andar con los pies…con cuidado, español”.
“Donde hay gotea”, dice mi amiga Lidia. Ella lo aplica al dinero pero se puede aplicar perfectamente al intelecto. No es sólo cuestión de genes sino también de lo que uno se alimenta y Germán Gullón ha alimentado bien a su intelecto. Su padre ha sido el nutrimento base pero también sus amigos han aportado condimentos. Fernando Lázaro Carreter ha sido su gran maestro y amigo, y cuenta entre sus leales afectos con Carmen Riera, Marina Mayoral, Lorenzo Silva, José Donoso, Carlos Fuentes, Darío Villanueva, Andrés Trapiello y… muchos más, en fin, un elenco muy aportador. Y no puede faltar su mujer, Leti, una holandesa doctora en Español.
Ha escrito tres novelas y dos libros de cuentos. “El primer libro de cuentos, Adiós, Helena de Troya, tuvo mucho éxito, se vendió enseguida; el segundo que yo creo que es mejor, Azulete, no. Yo no les llamo cuentos sino cuentelas” Escribe cuentelas de cuentos. “Una vez Merino me dijo, “es que tu no escribes cuentos españoles, escribes cuentos sin imaginación” y yo le dije, no, claro, con la inteligencia, por eso cuentela de cuento no cuentela de imaginación”.
![[Img #31492]](upload/img/periodico/img_31492.jpg)
La primera novela Querida hija “es sobre mi divorcio y de mis amigos, todos los de mi generación, todos, se han divorciado, entonces yo quería contar un poco sobre eso”. La segunda novela es sobre Holanda La codicia de Guillermo de Orange. La tercera Moncloa, es política, “donde yo predigo lo que ha pasado en la política española hace dos años. Lo que está pasando en la política española está ahí predicho”.
En este momento está escribiendo una biografía de Galdós, en la que lleva trabajando cuatro años. “Trabajo con una colega de la Universidad de las Palmas, catedrática de literatura, Yolanda Arencibia, porque creo que nos compaginamos muy bien. Ella conoce muy bien los datos y yo tengo más bien la vista más amplia, me preocupo de la relación de Galdós y Giner de los Ríos, de Galdós y Clarín, de Galdós y Balzac, Galdós y Cervantes, un poco la parte más amplia. Ella sabe maravillosamente bien todos los detalles de la vida de Galdós”. Una biografía con “bastantes novedades”, adelanta Germán, que estará en la calle antes del aniversario de su muerte que es el año veinte.
Galdós le interesa mucho. “He publicado doce ediciones de sus novelas, acabo de publicar en Cátedra las Obras selectas de Galdós”. Los temas que le interesan sobre todo son el ensayo y la novela contemporánea y luego el siglo XIX. “Siempre sigo escribiendo” afirma satisfecho.
Porque Germán Gullón es un hombre satisfecho y feliz. Parece que la consigna para la vida que su padre le repetía con frecuencia caló en él: “Mira, hijo, en la vida lo más importante no es la recompensa es lo que tú disfrutes haciendo. Tú tienes que ser feliz”. Y Germán lo ha conseguido.
¿Quién es Germán Gullón aparte de ser hijo de su padre, Ricardo Gullón?
Es una persona afable, simpática, con sentido del humor, y con una frondosa e interesante conversación. No sólo nació entre libros sino que además nació entre personas que leían los libros, los analizaban y los discutían en la sobremesa familiar. En su casa en lugar de hablar del pantano que había inaugurado Franco ese día o de la gran trucha que había pescado en sus vacaciones en el Pazo de Meirás, hablaban de literatura o de arte. Todo un acontecimiento casi sobrenatural en la España del Generalísimo en una familia de supuestos normales.
Bueno, lo de normales es un decir porque a su padre Ricardo Gullón, como buen descendiente de un diputado liberal y gran abogado “nada menos que de la Iglesia”, Germán Gullón (abuelo), le tocaba por tradición el mundo de las leyes y cumplió, como era de esperar, con su carrera de fiscal, pero…, y en ese 'pero' es donde radica el fenómeno paranormal, resultó ser un fiscal con incontenibles inclinaciones literarias. Y tan inclinado resultó el ángulo de derivación que el mundo de las letras acabó succionándole del de las leyes.
Germán pasó sus años mozos en Madrid añorando los espacios abiertos que ofrece el Cantábrico en su Santander natal. La lectura le resultaba un buen refugio de las calles estrechas y balcones encontrados. Así sorprende a su profesor Lázaro Carreter cuando llega a su aula, en Salamanca, como principiante universitario, para iniciar su carrera y le cuenta, ante la estupefacción de don Fernando, que él ya ha leído: los Episodios Nacionales de Galdós, las obras completas de Unamuno… Pero confiesa modestamente: “Yo era un tío que había leído mucho pero que sabía muy poco” (esta confesión, aunque puede ser un derroche de modestia, supone un suspiro de alivio a mis neuronas que habían alcanzado un alto grado de abatimiento).
Su padre le añora y tiene la suerte de que la añoranza reside en Austin, Texas. Nada menos que en los Estados Unidos de América, que para los que vivíamos en el plan Marshall nos sonaba como el legendario reino de El Dorado para nuestros conquistadores de épocas imperiales. Y Germán acude a la llamada paternal, así como de visita, en 1970. Y sin habérselo propuesto encuentra su reino dorado y se queda 21 años por aquellos pagos.
Después de Texas pasó a Filadelfia (1973). “Fue una experiencia que me marcó para siempre. Era una Universidad donde lo más importante era la excelencia. La excelencia en todo”. Confiesa que tuvo una carrera muy exitosa. Efectivamente ganó el premio al mejor profesor de la Universidad, y su departamento era el número uno en Pensilvania. Entonces tuvo una clara consciencia de la gran diferencia entre lo que se hacía en España sobre estudios filológicos y lo que se hacía en América, allí “se reflexionaba sobre lo que se hacía”. Para que se entienda la diferencia pone un ejemplo gráfico: “No se contaban todas las patas de la mosca sino que se miraba cómo vuela la mosca”.
Y como en las Américas hablar del ‘money money’ no da ningún pudor, es más, la valoración profesional se mide siempre por el dinero que uno gana y se dice tranquilamente la cantidad sin rubor ni secretismo como en España, pues Germán cuenta que le llamaron de California y le preguntaron, así, a bocajarro “¿cuánto gana?” Y él contestó imperturbable “62.000 dólares”. ¿Quiere usted ganar 130.000 dólares? “Hombre, voy a pensarlo” contestó Germán con un enorme estoicismo. De esta manera tan pragmática se cierran en aquel país los contratos, grandes y pequeños. Nada de “tú de quien eres” o “déjeme su curriculum que ya le llamaremos”, no, siguen más bien el “por sus obras le conoceréis” (es una pena que en esta España nuestra, siendo tan católica, apostólica y romana no se siga esa consigna tan cristiana). Y así de sencillo y comprensible fue el impulso que llevó a Germán a irse al lejano Oeste. Y allí se quedó cinco años en aquella remota Universidad, de jefe del Departamento de Español y Lenguas Clásicas, llevando un programa que elevó el Departamento del número 45 al 12. Eso de marcar con un ranking las calidades es muy importante en el país de las competencias, y Germán en muy poco tiempo elevó a su Departamento 33 puntos en el ranking de valoración. Todo un éxito profesional. “Y mientras tanto yo iba publicando. Publiqué muchos libros y muy diferentes, de mucha teoría literaria de éxito en el ámbito Universitario”.
Cuando los Gullón venían a darse una vuelta por su país natal notaban que el Viejo Mundo se estaba quedando, como su propio nombre indica, algo viejo en sus teorías y enseñanzas universitarias: “Alemania, Menéndez Pidal, Menéndez Pelayo… todo ese mundo”. “Había ocho o diez personas en España que podían colocarse en la primera línea mundial pero eso no es lo que domina en la cultura universitaria española”. Y salvaban a Fernando Lázaro Carreter, Francisco Rico, Vaquero Goyanes…
“Mi padre tenía una carrera estupenda, y yo también tenía una carrera muy buena en EEUU, pero cuando veníamos a España era llegar a un mundo en el que no conversábamos. Intelectualmente no había ningún interés. Yo había sido durante 16 años el editor de la revista más importante del hispanismo Hispanic Review, en Filadelfia, y eso me había mantenido un poco en contacto con los españoles, pero sobre todo con lo mejor del Hispanismo mundial. Publicábamos poquísimo de los españoles, lo cual también creaba roces y demás”.
Los Estados Unidos de América han marcado y siguen marcando la diferencia en todo y en el campo intelectual no es la excepción. Los Gullón encuentran que en España “hay poco elemento intelectual, pocas ideas”, pero, aún así, como la tierra que ve nacer a uno siempre tira con una fuerza inconmensurable, tanto a los hombres como a los salmones, en un momento determinado deciden, padre e hijo, dejar el país de las grandiosas oportunidades, de la valoración de la valía, del elevado estatus conseguido y del abundante ‘money’, para volver al mundo viejo que era el Viejo Mundo.
“Yo era un profesor que tenía un estatus muy grande, ganaba muchísimo dinero, me reconocían en todas partes en EEUU pero en España eso no contaba para nada porque aquí hay sus propias prioridades. Entonces, en ese momento, pensé que lo mejor era venirme a Europa, no a España”. Y el camino se le abre dulcemente. Le ofrecen en Holanda, en la Universidad de Ámsterdam, una cátedra especial “ganando el mismo dinero que en América, es decir, muchísimo” (valoración a la americana).
Una vez ya con los pies en Europa “empecé a relacionarme con gente del mundo universitario español. Y en la crítica literaria, empecé a colaborar en el ABC cultural y luego en el Cultural del Mundo. Elegí trabajar con la novela internacional y no con la novela española, porque si yo digo la verdad, que me gusta decirla, a los tres días te has enemistado con todos. No puedes decirle a un novelista que ha puesto mal una coma. También, a través del premio Nadal, que he sido diecisiete años jurado, me inserté en todo este mundo intelectual”.
El académico y catedrático en Santiago de Compostela, Darío Villanueva, le pone en contacto con la Universidad española. Le invita a dar un curso en Santiago. “Darío Villanueva es uno de los pocos realmente avanzados y que ha sido amigo mío toda la vida y, claro, con él es como si yo hubiera estado en los EEUU. Él tiene también que vivir esta doble vida del hombre intelectual y el hombre que tiene que andar con los pies…con cuidado, español”.
“Donde hay gotea”, dice mi amiga Lidia. Ella lo aplica al dinero pero se puede aplicar perfectamente al intelecto. No es sólo cuestión de genes sino también de lo que uno se alimenta y Germán Gullón ha alimentado bien a su intelecto. Su padre ha sido el nutrimento base pero también sus amigos han aportado condimentos. Fernando Lázaro Carreter ha sido su gran maestro y amigo, y cuenta entre sus leales afectos con Carmen Riera, Marina Mayoral, Lorenzo Silva, José Donoso, Carlos Fuentes, Darío Villanueva, Andrés Trapiello y… muchos más, en fin, un elenco muy aportador. Y no puede faltar su mujer, Leti, una holandesa doctora en Español.
Ha escrito tres novelas y dos libros de cuentos. “El primer libro de cuentos, Adiós, Helena de Troya, tuvo mucho éxito, se vendió enseguida; el segundo que yo creo que es mejor, Azulete, no. Yo no les llamo cuentos sino cuentelas” Escribe cuentelas de cuentos. “Una vez Merino me dijo, “es que tu no escribes cuentos españoles, escribes cuentos sin imaginación” y yo le dije, no, claro, con la inteligencia, por eso cuentela de cuento no cuentela de imaginación”.
La primera novela Querida hija “es sobre mi divorcio y de mis amigos, todos los de mi generación, todos, se han divorciado, entonces yo quería contar un poco sobre eso”. La segunda novela es sobre Holanda La codicia de Guillermo de Orange. La tercera Moncloa, es política, “donde yo predigo lo que ha pasado en la política española hace dos años. Lo que está pasando en la política española está ahí predicho”.
En este momento está escribiendo una biografía de Galdós, en la que lleva trabajando cuatro años. “Trabajo con una colega de la Universidad de las Palmas, catedrática de literatura, Yolanda Arencibia, porque creo que nos compaginamos muy bien. Ella conoce muy bien los datos y yo tengo más bien la vista más amplia, me preocupo de la relación de Galdós y Giner de los Ríos, de Galdós y Clarín, de Galdós y Balzac, Galdós y Cervantes, un poco la parte más amplia. Ella sabe maravillosamente bien todos los detalles de la vida de Galdós”. Una biografía con “bastantes novedades”, adelanta Germán, que estará en la calle antes del aniversario de su muerte que es el año veinte.
Galdós le interesa mucho. “He publicado doce ediciones de sus novelas, acabo de publicar en Cátedra las Obras selectas de Galdós”. Los temas que le interesan sobre todo son el ensayo y la novela contemporánea y luego el siglo XIX. “Siempre sigo escribiendo” afirma satisfecho.
Porque Germán Gullón es un hombre satisfecho y feliz. Parece que la consigna para la vida que su padre le repetía con frecuencia caló en él: “Mira, hijo, en la vida lo más importante no es la recompensa es lo que tú disfrutes haciendo. Tú tienes que ser feliz”. Y Germán lo ha conseguido.