[Salto] UN HOTEL
![[Img #33370]](upload/img/periodico/img_33370.jpg)
Desisto. Mi organización con el tiempo siempre ha sido deplorable, y no lo voy a cambiar a estas alturas. No es que no quiera, es que he asumido que es parte de mí, de como soy. Así que una vez más, en vez de estar haciendo lo que debería (¡Ay!, los puñeteros ‘debería’), algo así tan entretenido como corregir los contenidos a defensa para los tribunales académicos a los que he venido a Murcia, paro, detengo todo y me engancho a escribir. A veces quiero y no sale. A veces sale y no quiero. Esta es de las segundas ocasiones.
Mil cosas a punto de brotar de los dedos sobre el teclado, siempre sin conocerlas de antemano, porque cuando tengo tiempo y silencio siempre se me acaba yendo la cabeza. Desde pequeña era de pasarme horas embelesada, viviendo en mi imaginación mil historias mientras la aburrida cotidianeidad se amparaba en el reloj. Hoy también. Con los TFMs abiertos ante mí parezco Heidi imaginando las cabritas en las notas de música de los pentagramas. Miro y no veo. Lo que leo y lo que siento van en diferido.
Quizás es que alojarme en hoteles siempre me retrotrae a una soledad perniciosa. Ese anonimato en un lugar que no es el propio, en unas calles que le miran a uno con indiferencia e irrelevancia, me apunta la liga de lo insustancial y perenne, de lo nimio, de la invisibilidad no buscada. Esa invisibilidad que está trágicamente arraigada en los ojos de los relegados a habitar las calles, a pedir limosna, a mirar desde abajo, no porque sea su lugar, sino por una mera posición en el espacio, sentados en las calles, postrados en portales, que acaba condicionando su relación con el otro en la dicotomía de poder que siempre enmarca las relaciones interpersonales, dejando de lado la que siempre es utópica y falsa igualdad. [Salto]
De un pensamiento viajo a otro, y de ese a otro distinto, concatenando disparidades disparatadas. Y hoy, recuerdo, es un cumpleaños. Cada día es un cumpleaños… o un no cumpleaños. ¡Cómo me gusta Alicia en el País delas Maravillas! [Sonrío para mí misma. Salto] Con mis cumpleaños me pasa lo mismo que con la Navidad. Me gustan y me hacen mucha ilusión durante el ‘antes’, porque siempre los imagino felices y ñoños. Cuando se acercan se cambian de cara y de repente se pasan al lado oscuro, y resultan ser solitarios y amargos. Uff… Nochevieja siempre es una noche maldita y escribo cosas raras antes de la cena* y los cumpleaños…
Recuerdo el de mis dieciséis años. Yo sola en casa, siendo parte de una coartada perfecta para ayudarla a ella, a mi madre. Me sentía bien por facilitarle la oportunidad, pero a la vez tan, tan sola… Me dispuse a hacerme un día especial: yo sola para mí sola. Y me planteé una comida diferente. Hurgando en la nevera encontré un bote de fabada. Leí “calentar al baño María”. Sí, pero no ponía que abrir antes y no después. La grasienta salsa roja salió disparada tan pronto hinqué el abrelatas salpicando paredes, techo, ropa, cara… parecía una imitación castiza de la Carrie de Stephen King. [Salto]
Hace poco me dijeron que escribiera. Últimamente este comentario se repite. Pero me lo dijo alguien de quien agradezco, mucho, sus letras. Poder dar las gracias a quien te hace sentir con su arte es un privilegio, muchos ya no están vivos. Es la única forma que uno tiene de devolver una pizquita de lo que ha recibido. [Salto]
Los dedos se paran y se crea un silencio sostenido en una mirada perdida. Ahora es cuando quiero y no sale. O lo que sale pasa por el tamiz de la cabeza y entonces ya no sirve, porque tiene el freno de la coherencia. No se puede… no, generalizar tampoco, no quiero escribir con coherencia. Para la coherencia está la vida. Ese lugar en el que uno debe comportarse porque si no le tildan de loco. Hum… no, no quiero vivir con coherencia. A veces no lo hago (la mayoría) y voy por la vida diciendo lo que se me pasa por la cabeza. Me gusta sorprender con la verdad. A veces es bien acogida, pero, lamentablemente, y aunque presuman diciendo lo contrario, muy, muy pocas personas juegan con las mismas cartas, prefieren taparse los oídos porque la verdad es un lugar al que no se está acostumbrado, y desestabiliza y da vértigo. Me gustan los valientes. Los locos valientes que se asoman al precipicio a pecho descubierto simplemente por puro deleite.
*NOCHEVIEJA 2015
Están más los que no están que los que están,
las grietas de las paredes se asemejan al mapamundi de tu destino,
ríos de lava enjuagan tu añoranza
y el acompasado reloj se erige en verdugo de esperanzas.
Mueres.
Mueres una y otra vez en la noche eterna,
inmensa y estrafalaria.
Recuerdos que a punzadas se embrollan de fantasías
para torturarte más que la realidad desgastada.
Y duele.
Duele el alma en el pecho,
duele la ilusión perdida
la decepción aceptada
el bagaje apuntalado de la vida.
Cerrar los ojos para no despertar jamás.
El agridulce de la ironía empapa los trasiegos de una cena hipócrita,
croquetas de mentiras empanadas de halagos.
No llegan las uvas y no se van los años.
Quisieras derretirte, intercambiarte por las velas
morir de ardor plástico
materializarte en juego
entremezclarte con barreduras de cotillones
y que te despidiesen en el basurero,
crepitar entre papeles de regalos desechados,
subir al cielo entre negras cenizas rampantes
antes de caer en la tolva del olvido.
Desear ser olvidada,
como si nunca hubieras sido,
pasar despacito y sin ruido
que nadie sepa que estuviste.
Irte sin dejar legado
sin huella alguna
tan liviana como llegaste,
nada sin nada.
¿Cuánto debe esperar la muerte
para ser admitida a trámite?
Ser invisible,
incolora,
insabora,
indolora,
todos los ‘in’ en ti editados.
Ser nada en la nada,
vacío en el inmenso,
minuto en un reloj sin agujas,
constancia en un juguete sin pilas.
Deleitarse en la nimiedad
desaparecer con la última campanada,
con el año que se aleja
para ser olvidado
para ser recordado recomponiéndolo de trazos imperfectos,
para no ser nunca
lo que ya se fue.
![[Img #33370]](upload/img/periodico/img_33370.jpg)
Desisto. Mi organización con el tiempo siempre ha sido deplorable, y no lo voy a cambiar a estas alturas. No es que no quiera, es que he asumido que es parte de mí, de como soy. Así que una vez más, en vez de estar haciendo lo que debería (¡Ay!, los puñeteros ‘debería’), algo así tan entretenido como corregir los contenidos a defensa para los tribunales académicos a los que he venido a Murcia, paro, detengo todo y me engancho a escribir. A veces quiero y no sale. A veces sale y no quiero. Esta es de las segundas ocasiones.
Mil cosas a punto de brotar de los dedos sobre el teclado, siempre sin conocerlas de antemano, porque cuando tengo tiempo y silencio siempre se me acaba yendo la cabeza. Desde pequeña era de pasarme horas embelesada, viviendo en mi imaginación mil historias mientras la aburrida cotidianeidad se amparaba en el reloj. Hoy también. Con los TFMs abiertos ante mí parezco Heidi imaginando las cabritas en las notas de música de los pentagramas. Miro y no veo. Lo que leo y lo que siento van en diferido.
Quizás es que alojarme en hoteles siempre me retrotrae a una soledad perniciosa. Ese anonimato en un lugar que no es el propio, en unas calles que le miran a uno con indiferencia e irrelevancia, me apunta la liga de lo insustancial y perenne, de lo nimio, de la invisibilidad no buscada. Esa invisibilidad que está trágicamente arraigada en los ojos de los relegados a habitar las calles, a pedir limosna, a mirar desde abajo, no porque sea su lugar, sino por una mera posición en el espacio, sentados en las calles, postrados en portales, que acaba condicionando su relación con el otro en la dicotomía de poder que siempre enmarca las relaciones interpersonales, dejando de lado la que siempre es utópica y falsa igualdad. [Salto]
De un pensamiento viajo a otro, y de ese a otro distinto, concatenando disparidades disparatadas. Y hoy, recuerdo, es un cumpleaños. Cada día es un cumpleaños… o un no cumpleaños. ¡Cómo me gusta Alicia en el País delas Maravillas! [Sonrío para mí misma. Salto] Con mis cumpleaños me pasa lo mismo que con la Navidad. Me gustan y me hacen mucha ilusión durante el ‘antes’, porque siempre los imagino felices y ñoños. Cuando se acercan se cambian de cara y de repente se pasan al lado oscuro, y resultan ser solitarios y amargos. Uff… Nochevieja siempre es una noche maldita y escribo cosas raras antes de la cena* y los cumpleaños…
Recuerdo el de mis dieciséis años. Yo sola en casa, siendo parte de una coartada perfecta para ayudarla a ella, a mi madre. Me sentía bien por facilitarle la oportunidad, pero a la vez tan, tan sola… Me dispuse a hacerme un día especial: yo sola para mí sola. Y me planteé una comida diferente. Hurgando en la nevera encontré un bote de fabada. Leí “calentar al baño María”. Sí, pero no ponía que abrir antes y no después. La grasienta salsa roja salió disparada tan pronto hinqué el abrelatas salpicando paredes, techo, ropa, cara… parecía una imitación castiza de la Carrie de Stephen King. [Salto]
Hace poco me dijeron que escribiera. Últimamente este comentario se repite. Pero me lo dijo alguien de quien agradezco, mucho, sus letras. Poder dar las gracias a quien te hace sentir con su arte es un privilegio, muchos ya no están vivos. Es la única forma que uno tiene de devolver una pizquita de lo que ha recibido. [Salto]
Los dedos se paran y se crea un silencio sostenido en una mirada perdida. Ahora es cuando quiero y no sale. O lo que sale pasa por el tamiz de la cabeza y entonces ya no sirve, porque tiene el freno de la coherencia. No se puede… no, generalizar tampoco, no quiero escribir con coherencia. Para la coherencia está la vida. Ese lugar en el que uno debe comportarse porque si no le tildan de loco. Hum… no, no quiero vivir con coherencia. A veces no lo hago (la mayoría) y voy por la vida diciendo lo que se me pasa por la cabeza. Me gusta sorprender con la verdad. A veces es bien acogida, pero, lamentablemente, y aunque presuman diciendo lo contrario, muy, muy pocas personas juegan con las mismas cartas, prefieren taparse los oídos porque la verdad es un lugar al que no se está acostumbrado, y desestabiliza y da vértigo. Me gustan los valientes. Los locos valientes que se asoman al precipicio a pecho descubierto simplemente por puro deleite.
*NOCHEVIEJA 2015
Están más los que no están que los que están,
las grietas de las paredes se asemejan al mapamundi de tu destino,
ríos de lava enjuagan tu añoranza
y el acompasado reloj se erige en verdugo de esperanzas.
Mueres.
Mueres una y otra vez en la noche eterna,
inmensa y estrafalaria.
Recuerdos que a punzadas se embrollan de fantasías
para torturarte más que la realidad desgastada.
Y duele.
Duele el alma en el pecho,
duele la ilusión perdida
la decepción aceptada
el bagaje apuntalado de la vida.
Cerrar los ojos para no despertar jamás.
El agridulce de la ironía empapa los trasiegos de una cena hipócrita,
croquetas de mentiras empanadas de halagos.
No llegan las uvas y no se van los años.
Quisieras derretirte, intercambiarte por las velas
morir de ardor plástico
materializarte en juego
entremezclarte con barreduras de cotillones
y que te despidiesen en el basurero,
crepitar entre papeles de regalos desechados,
subir al cielo entre negras cenizas rampantes
antes de caer en la tolva del olvido.
Desear ser olvidada,
como si nunca hubieras sido,
pasar despacito y sin ruido
que nadie sepa que estuviste.
Irte sin dejar legado
sin huella alguna
tan liviana como llegaste,
nada sin nada.
¿Cuánto debe esperar la muerte
para ser admitida a trámite?
Ser invisible,
incolora,
insabora,
indolora,
todos los ‘in’ en ti editados.
Ser nada en la nada,
vacío en el inmenso,
minuto en un reloj sin agujas,
constancia en un juguete sin pilas.
Deleitarse en la nimiedad
desaparecer con la última campanada,
con el año que se aleja
para ser olvidado
para ser recordado recomponiéndolo de trazos imperfectos,
para no ser nunca
lo que ya se fue.






