Largarse o tirar una moneda al aire
En estos días, las universidades de toda
España se llenan de folios garabateados, aulas en silencio y tablones que
disparan notas. Después de cuatro, cinco o seis años de carrera (o siete, ocho,
nueve…) llegan, escupiendo sobre el tiempo, los exámenes finales. El último examen, ese punto y final que
separa el limbo de la vida adulta, nunca ha sido más deprimente. Es una
despedida de estación, un funeral sin flores, un octogenario que se despide de
septiembre sin la certeza de saber que por su puerta volverá a pasar el verano.
La facultad cierra sus puertas para ti y la losa de la incertidumbre se sube a
tus hombros. Encogiéndote. A la dosis de incertidumbre que ya de por sí lleva
asociada el final de la etapa académica, se le suma la relacionada con las
nubes negras que recorren el mercado laboral español.
Un whisky doble, por favor. ¿Dónde coño está el camarero?
![[Img #3885]](upload/img/periodico/img_3885.jpg)
Estar
estudiando para los últimos exámenes y estar haciendo, al mismo tiempo, con la
mano derecha, la maleta, no es nada extraño. La maleta se llena con cada dato de
desempleo, con cada previsión económica y con cada declaración de políticos
empeñados en taladrar nuestros oídos con el desfile de eufemismos y
charlatanería al que ya nos estamos acostumbrando. Un país con un 27% de desempleo y un 57% de paro juvenil y que, en
épocas de recuperación ha generado lentamente empleo (en la década de los
noventa la economía española tardó ocho años en tener una tasa de desempleo similar al nivel anterior a la
crisis), no se pone en marcha de la noche a la mañana. Las previsiones tampoco
son nada halagüeñas. La economía parece un calendario al que le han arrancado
los meses de primavera y verano. A nadie
le puede extrañar que la primera opción, al caer el telón sobre los años
formativos, sea correr fuera de un país que yace en mitad de un incendio.
La OCDE, en su reciente estudio sobre las
migraciones internacionales, ha puesto datos sobre la mesa que nos permiten
conocer la incidencia de la crisis sobre la emigración. España es el segundo país en donde más ha aumentado. El primer
lugar, bastante predecible, corresponde a Grecia. Aún podemos ganar, no tiremos
la toalla, diría el tipo que nunca se entera de nada. Entre enero y septiembre
de 2012 emigraron 55000 españoles. El número
de emigrantes ha ido incrementándose
con cada estribillo de esa banda de grunge llamada “Crisis”. En 2010, 37000
personas compraron un billete de ida, mientras que en 2011 lo hicieron 57000.
La tendencia es ascendente y parece que no habrá interrupción inmediata.
A lo largo de la crisis se ha equiparado la
emigración española de la década de los sesenta con la actual. Nada tienen que
ver. En los años sesenta los emigrantes procedían del entorno rural y, ante una
España en donde la libertad estaba atada de pies y manos, decidieron “hacer
dinero” fuera de las fronteras. La situación socioeconómica del emigrante
actual es muy distinta. Estamos hablando de una persona cualificada, que se ha
formado académicamente mientras la crisis estaba gestándose o ya había
explotado y que ve como las oportunidades de empleo dentro del país son nulas o
pésimas. Una persona que termine hoy sus
estudios, y que se de una vuelta por los portales de empleo, verá que tiene dos
opciones: largarse o tirar la moneda al aire para ver si hay suerte.
La primera opción no es fácil. Los cambios
nunca son fáciles. Irse sin tener una posibilidad de empleo asegurada en el
país de destino es una tarea arriesgada. Una aventura se puede convertir en desventura
en un segundo y el dinero, se consume mientras surge la oportunidad que permita
deshacer las maletas. La adaptación al país de destino no es una cuestión
menor. Dos de cada tres españoles que han emigrado a Alemania en los últimos
años han vuelto. El paraíso nunca es tan
bonito como lo pintan: también hay
flores muertas y animales heridos.
![[Img #3887]](upload/img/periodico/img_3887.jpg)
La segunda opción también es bastante
incierta. Tirar una moneda al aire tiene sus riesgos. Triunfar o perder. No hay
tablas. No hay término medio. Por un lado, el paro, la ausencia de empleo. En
el lado contrario, un contrato laboral cómico (en ocasiones el salario es
inexistente). “Habrá que conformarse con la opción menos mala”, diremos
resignados. Los contratos que se están firmando hoy en día son irrisorios. Tener 25 años y ser mileurista
es como si se colase en un reggaeton
un riff de guitarra de Jimi Hendrix: bastante extraño y casi se puede decir que se ha
colado por error. Cuando el desempleo aumenta, los salarios caen. El desempleo
sigue aumentando y las perspectivas, como ya se ha dicho, no son muy positivas.
Al mismo tiempo, acceder a ese contrato laboral no es sencillo. Mil personas intentan entrar, en el mismo instante, por
una puerta minúscula. La tarea se complica si alguna de esas personas parte con
ventaja: el enchufismo es otra gran losa en la espalda de todos aquellos que,
como canta Loquillo, son hijos de nadie. ¿Emprender?
Suena bien pero… ¿quién financia los proyectos en una economía en donde el
crédito camina moribundo?
La emigración de personas cualificadas no
solo repercute sobre el presente. España se está despertando de unos años que
se construyeron sobre actividades de poca cualificación y de escaso valor
añadido. También es bastante obvio que la economía mundial está cambiando y que las actividades de alto
nivel tecnológico y, aquellas cuyo papel protagonista es para el conocimiento,
se están colocando en un primer plano. Es
difícil construir un nuevo sistema productivo cuando la fuga de cerebros está en marcha. Si a esto le añadimos los
recortes en I+D, ya podemos ir cerrando los ojos y preguntarnos seriamente en
qué cubo de basura metemos al futuro. No se puede
predicar que hay que cambiar el sistema productivo pensando, al mismo tiempo, “ojalá
pudiésemos volver a 2002”
Se está hablando de un plan europeo para
luchar contra el desempleo juvenil. La UE, como ya sabemos, se mueve a un ritmo
bastante lento. El desempleo genera descontento y el euro ya está lo
suficientemente tocado: cada vez más personas ven la moneda única como un error.
Habrá que ver que pasa en los próximos meses. Toda medida que sirva para frenar el desempleo, en este caso el
juvenil, será bienvenida pero…habrá llegado tarde.
En estos días, las universidades de toda
España se llenan de folios garabateados, aulas en silencio y tablones que
disparan notas. Después de cuatro, cinco o seis años de carrera (o siete, ocho,
nueve…) llegan, escupiendo sobre el tiempo, los exámenes finales. El último examen, ese punto y final que
separa el limbo de la vida adulta, nunca ha sido más deprimente. Es una
despedida de estación, un funeral sin flores, un octogenario que se despide de
septiembre sin la certeza de saber que por su puerta volverá a pasar el verano.
La facultad cierra sus puertas para ti y la losa de la incertidumbre se sube a
tus hombros. Encogiéndote. A la dosis de incertidumbre que ya de por sí lleva
asociada el final de la etapa académica, se le suma la relacionada con las
nubes negras que recorren el mercado laboral español.
Un whisky doble, por favor. ¿Dónde coño está el camarero?
![[Img #3885]](upload/img/periodico/img_3885.jpg)
Estar
estudiando para los últimos exámenes y estar haciendo, al mismo tiempo, con la
mano derecha, la maleta, no es nada extraño. La maleta se llena con cada dato de
desempleo, con cada previsión económica y con cada declaración de políticos
empeñados en taladrar nuestros oídos con el desfile de eufemismos y
charlatanería al que ya nos estamos acostumbrando. Un país con un 27% de desempleo y un 57% de paro juvenil y que, en
épocas de recuperación ha generado lentamente empleo (en la década de los
noventa la economía española tardó ocho años en tener una tasa de desempleo similar al nivel anterior a la
crisis), no se pone en marcha de la noche a la mañana. Las previsiones tampoco
son nada halagüeñas. La economía parece un calendario al que le han arrancado
los meses de primavera y verano. A nadie
le puede extrañar que la primera opción, al caer el telón sobre los años
formativos, sea correr fuera de un país que yace en mitad de un incendio.
La OCDE, en su reciente estudio sobre las
migraciones internacionales, ha puesto datos sobre la mesa que nos permiten
conocer la incidencia de la crisis sobre la emigración. España es el segundo país en donde más ha aumentado. El primer
lugar, bastante predecible, corresponde a Grecia. Aún podemos ganar, no tiremos
la toalla, diría el tipo que nunca se entera de nada. Entre enero y septiembre
de 2012 emigraron 55000 españoles. El número
de emigrantes ha ido incrementándose
con cada estribillo de esa banda de grunge llamada “Crisis”. En 2010, 37000
personas compraron un billete de ida, mientras que en 2011 lo hicieron 57000.
La tendencia es ascendente y parece que no habrá interrupción inmediata.
A lo largo de la crisis se ha equiparado la
emigración española de la década de los sesenta con la actual. Nada tienen que
ver. En los años sesenta los emigrantes procedían del entorno rural y, ante una
España en donde la libertad estaba atada de pies y manos, decidieron “hacer
dinero” fuera de las fronteras. La situación socioeconómica del emigrante
actual es muy distinta. Estamos hablando de una persona cualificada, que se ha
formado académicamente mientras la crisis estaba gestándose o ya había
explotado y que ve como las oportunidades de empleo dentro del país son nulas o
pésimas. Una persona que termine hoy sus
estudios, y que se de una vuelta por los portales de empleo, verá que tiene dos
opciones: largarse o tirar la moneda al aire para ver si hay suerte.
La primera opción no es fácil. Los cambios nunca son fáciles. Irse sin tener una posibilidad de empleo asegurada en el país de destino es una tarea arriesgada. Una aventura se puede convertir en desventura en un segundo y el dinero, se consume mientras surge la oportunidad que permita deshacer las maletas. La adaptación al país de destino no es una cuestión menor. Dos de cada tres españoles que han emigrado a Alemania en los últimos años han vuelto. El paraíso nunca es tan bonito como lo pintan: también hay flores muertas y animales heridos.
![[Img #3887]](upload/img/periodico/img_3887.jpg)
La segunda opción también es bastante
incierta. Tirar una moneda al aire tiene sus riesgos. Triunfar o perder. No hay
tablas. No hay término medio. Por un lado, el paro, la ausencia de empleo. En
el lado contrario, un contrato laboral cómico (en ocasiones el salario es
inexistente). “Habrá que conformarse con la opción menos mala”, diremos
resignados. Los contratos que se están firmando hoy en día son irrisorios. Tener 25 años y ser mileurista
es como si se colase en un reggaeton
un riff de guitarra de Jimi Hendrix: bastante extraño y casi se puede decir que se ha
colado por error. Cuando el desempleo aumenta, los salarios caen. El desempleo
sigue aumentando y las perspectivas, como ya se ha dicho, no son muy positivas.
Al mismo tiempo, acceder a ese contrato laboral no es sencillo. Mil personas intentan entrar, en el mismo instante, por
una puerta minúscula. La tarea se complica si alguna de esas personas parte con
ventaja: el enchufismo es otra gran losa en la espalda de todos aquellos que,
como canta Loquillo, son hijos de nadie. ¿Emprender?
Suena bien pero… ¿quién financia los proyectos en una economía en donde el
crédito camina moribundo?
La emigración de personas cualificadas no solo repercute sobre el presente. España se está despertando de unos años que se construyeron sobre actividades de poca cualificación y de escaso valor añadido. También es bastante obvio que la economía mundial está cambiando y que las actividades de alto nivel tecnológico y, aquellas cuyo papel protagonista es para el conocimiento, se están colocando en un primer plano. Es difícil construir un nuevo sistema productivo cuando la fuga de cerebros está en marcha. Si a esto le añadimos los recortes en I+D, ya podemos ir cerrando los ojos y preguntarnos seriamente en qué cubo de basura metemos al futuro. No se puede predicar que hay que cambiar el sistema productivo pensando, al mismo tiempo, “ojalá pudiésemos volver a 2002”
Se está hablando de un plan europeo para luchar contra el desempleo juvenil. La UE, como ya sabemos, se mueve a un ritmo bastante lento. El desempleo genera descontento y el euro ya está lo suficientemente tocado: cada vez más personas ven la moneda única como un error. Habrá que ver que pasa en los próximos meses. Toda medida que sirva para frenar el desempleo, en este caso el juvenil, será bienvenida pero…habrá llegado tarde.






