Luis Miguel Suárez
Domingo, 30 de Junio de 2013

Al Acecho. Noemí Sabugal

Noemí Sabugal. Al Acecho, Sevilla, Algaida, 2013, 434 pp.


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'Al acecho', la segunda novela de la periodista y escritora leonesa Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, 1979), se alzó con el XXXI Premio de Novela Felipe Trigo. Ambientada en el Madrid de los últimos meses de la II República y los inicios de la guerra civil, se plantea inicialmente como un relato policiaco: la aparición del cadáver de una niña estrangulada en un callejón obligará al inspector Julián Fierro a iniciar las pesquisas para dar con el asesino. Otras niñas aparecerán asesinadas después en similares circunstancias. La búsqueda del culpable, dificultada por las dramáticas circunstancias del momento histórico, se convertirá en la obsesión del policía. Desde las primeras páginas, se escuchará la voz inquietante del asesino —las cuatro partes del libro se abren con sus palabras—, aunque hasta el final será una voz sin rostro, una sombra como la que puebla las pesadillas del inspector Fierro.

Sin embargo, la novela no se circunscribe únicamente al género histórico y policiaco, pues en ella cobran mayor relieve el plano social —sin apriorismos ideológicos— e incluso el existencial. En efecto, el emponzoñado clima político, —cuyo corolario son los constantes atentados y asesinatos, y al final la contienda civil—, constituirá la atmósfera de fondo en la que discurre toda la trama. Con indudable pericia narrativa, la autora se servirá de distintos elementos (las acciones del propio protagonista, quien por su trabajo, y a su pesar, se verá obligado a participar en diversas operaciones contra los pistoleros de uno y otro bando; las noticias de los periódicos —reproducidas tipográficamente— que leen distintos personajes; los diálogos o los fragmentos de conversaciones captadas en los cafés o en las calles…) para transmitir ese clima de violencia y de odio ideológico, que el narrador resumirá de forma plástica con las siguientes palabras: “Al día siguiente llovieron pistolas sobre Madrid (…). Parecía que en cualquier momento iba a empezar la batalla final, que si alguien rascaba una cerilla contra el suelo, el gas venenoso que envolvía la ciudad estallaría en llamas” (p. 73).


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El protagonista, escéptico y descreído, contemplará con profundo desprecio y hastío este enfrentamiento, a cuyo influjo intentará sustraerse, aunque sepa que, al final, resultará inevitable que la sangre le salpique también a él. En realidad, son otros los conflictos que le acucian: la indecisión entre dos amores, el recuerdo doloroso del padre, el sentimiento de culpa, la inevitable decrepitud de una madre anciana y enferma…Queda planteado así el conflicto entre el mundo interior del protagonista y su entorno social, que él contempla como algo ajeno y absurdo. Su actitud ensimismada y distante, a veces nihilista, oculta, en el fondo, la consciencia de su propia vulnerabilidad, que es la vulnerabilidad de la condición humana (de ahí que pueda hablarse de una perspectiva existencial). Así se lo recordará otro personaje: “Tú solo quieres ver pasar la vida tranquilamente. Quedarte en la ventana. Pero eso no siempre es posible. ¿Sabes? (…). Todos ellos te acechan, los demás. Todo el dolor del mundo acecha al hombre” (p. 256).  Y, después de citar a Heidegger, Kierkegaard y Nietzsche, concluirá: “Dios es un entomólogo y nosotros sus pequeños insectos metidos en una campana de cristal (…). ¡Sí, le gusta este juego feroz! ¡Le gusta el juego! ¡Es un niño malcriado que se aburre!” (p. 257).


El inspector Fierro es, pues, el personaje más complejo, y su peripecia vital ocupará de una parte importante del libro. Pero también el resto de los personajes —la mayoría zarandeados, de diversos modos, por la vida— están bien perfilados y resultan creíbles: Ramos, el compañero de Fierro, modelo de pulcritud y entrega al trabajo; Juanita, una especie de femme fatale de medio pelo; Adela, una antigua prostituta, ahora amante del protagonista; doña Concha, Vidal y muchos otros… Incluso cuando su aparición es fugaz, destaca la habilidad de la autora para sugerir en pocos trazos figuras llenas de vida.


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Así mismo, destaca la evocación de ambientes y lugares. Con una prosa a la vez precisa y elaborada, rica en matices y sugerencias, se reproducen los distintos ambientes por los que deambula el protagonista —calles, oficinas, cafés, hogares humildes…—, con sus contrastes, su cromatismo, sus sonidos o sus olores, lo que transmite una intensa sensación de realidad. Todo ello revela una sólida labor de documentación —conocemos las noticias del día a través de los periódicos y la radio, las películas que se proyectan en los cines, hasta los condiciones atmosféricas…—, pero también un agudo sentido de observación y una notable habilidad descriptiva.


Y todo expresado con un lenguaje muy elaborado y, a la vez, ágil que combina diversos registros y se muestra igualmente eficaz para captar la belleza —algunas páginas son de un hondo lirismo— o la sordidez, las luces y las sombras. En definitiva, Al acecho se caracteriza por la hondura de sus planteamientos, la intensa sensación de realismo que transmiten sus personajes y sus ambientes, y la notable calidad de su estilo. Quizás todo ello deje en un segundo plano la trama propiamente policíaca, que, en todo caso, está más cercana a la novela negra —si bien rebasa las convenciones del género— que a la novela enigma. De cualquier forma, y más allá de las clasificaciones genéricas, se trata de una excelente novela.

                                                                     

                                                               

 

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