Al Acecho. Noemí Sabugal
Noemí Sabugal. Al Acecho, Sevilla, Algaida, 2013, 434 pp.
![[Img #3994]](upload/img/periodico/img_3994.jpg)
'Al acecho', la
segunda novela de la periodista y escritora leonesa Noemí Sabugal (Santa Lucía
de Gordón, 1979), se alzó con el XXXI Premio de Novela Felipe Trigo. Ambientada
en el Madrid de los últimos meses de la II República y los inicios de la guerra civil, se
plantea inicialmente como un relato policiaco: la aparición del cadáver de una
niña estrangulada en un callejón obligará al inspector Julián Fierro a iniciar
las pesquisas para dar con el asesino. Otras niñas aparecerán asesinadas
después en similares circunstancias. La búsqueda del culpable, dificultada por
las dramáticas circunstancias del momento histórico, se convertirá en la
obsesión del policía. Desde las primeras páginas, se escuchará la voz inquietante
del asesino —las cuatro partes del libro se abren con sus palabras—, aunque
hasta el final será una voz sin rostro, una sombra como la que puebla las
pesadillas del inspector Fierro.
Sin
embargo, la novela no se circunscribe únicamente al género histórico y
policiaco, pues en ella cobran mayor relieve el plano social —sin apriorismos
ideológicos— e incluso el existencial. En efecto, el emponzoñado clima político,
—cuyo corolario son los constantes atentados y asesinatos, y al final la contienda
civil—, constituirá la atmósfera de fondo en la que discurre toda la trama. Con
indudable pericia narrativa, la autora se servirá de distintos elementos (las
acciones del propio protagonista, quien por su trabajo, y a su pesar, se verá
obligado a participar en diversas operaciones contra los pistoleros de uno y
otro bando; las noticias de los periódicos —reproducidas tipográficamente— que
leen distintos personajes; los diálogos o los fragmentos de conversaciones
captadas en los cafés o en las calles…) para transmitir ese clima de violencia
y de odio ideológico, que el narrador resumirá de forma plástica con las
siguientes palabras: “Al día siguiente llovieron pistolas sobre Madrid (…).
Parecía que en cualquier momento iba a empezar la batalla final, que si alguien
rascaba una cerilla contra el suelo, el gas venenoso que envolvía la ciudad
estallaría en llamas” (p. 73).
![[Img #4175]](upload/img/periodico/img_4175.jpg)
El
protagonista, escéptico y descreído, contemplará con profundo desprecio y
hastío este enfrentamiento, a cuyo influjo intentará sustraerse, aunque sepa
que, al final, resultará inevitable que la sangre le salpique también a él. En
realidad, son otros los conflictos que le acucian: la indecisión entre dos
amores, el recuerdo doloroso del padre, el sentimiento de culpa, la inevitable
decrepitud de una madre anciana y enferma…Queda planteado así el conflicto
entre el mundo interior del protagonista y su entorno social, que él contempla
como algo ajeno y absurdo. Su actitud ensimismada y distante, a veces
nihilista, oculta, en el fondo, la consciencia de su propia vulnerabilidad, que
es la vulnerabilidad de la condición humana (de ahí que pueda hablarse de una
perspectiva existencial). Así se lo recordará otro personaje: “Tú solo quieres
ver pasar la vida tranquilamente. Quedarte en la ventana. Pero eso no siempre
es posible. ¿Sabes? (…). Todos ellos te acechan, los demás. Todo el dolor del
mundo acecha al hombre” (p. 256). Y,
después de citar a Heidegger, Kierkegaard y Nietzsche, concluirá: “Dios es un
entomólogo y nosotros sus pequeños insectos metidos en una campana de cristal
(…). ¡Sí, le gusta este juego feroz! ¡Le gusta el juego! ¡Es un niño malcriado
que se aburre!” (p. 257).
El
inspector Fierro es, pues, el personaje más complejo, y su peripecia vital
ocupará de una parte importante del libro. Pero también el resto de los
personajes —la mayoría zarandeados, de diversos modos, por la vida— están bien
perfilados y resultan creíbles: Ramos, el compañero de Fierro, modelo de
pulcritud y entrega al trabajo; Juanita, una especie de femme fatale de medio pelo; Adela, una antigua prostituta, ahora
amante del protagonista; doña Concha, Vidal y muchos otros… Incluso cuando su
aparición es fugaz, destaca la habilidad de la autora para sugerir en pocos
trazos figuras llenas de vida.
![[Img #4174]](upload/img/periodico/img_4174.jpg)
Así
mismo, destaca la evocación de ambientes y lugares. Con una prosa a la vez
precisa y elaborada, rica en matices y sugerencias, se reproducen los distintos
ambientes por los que deambula el protagonista —calles, oficinas, cafés,
hogares humildes…—, con sus contrastes, su cromatismo, sus sonidos o sus olores,
lo que transmite una intensa sensación de realidad. Todo ello revela una sólida
labor de documentación —conocemos las noticias del día a través de los
periódicos y la radio, las películas que se proyectan en los cines, hasta los condiciones
atmosféricas…—, pero también un agudo sentido de observación y una notable
habilidad descriptiva.
Y
todo expresado con un lenguaje muy elaborado y, a la vez, ágil que combina
diversos registros y se muestra igualmente eficaz para captar la belleza —algunas
páginas son de un hondo lirismo— o la sordidez, las luces y las sombras. En
definitiva, Al acecho se caracteriza
por la hondura de sus planteamientos, la intensa sensación de realismo que
transmiten sus personajes y sus ambientes, y la notable calidad de su estilo.
Quizás todo ello deje en un segundo plano la trama propiamente policíaca, que,
en todo caso, está más cercana a la novela negra —si bien rebasa las
convenciones del género— que a la novela enigma. De cualquier forma, y más allá
de las clasificaciones genéricas, se trata de una excelente novela.
![[Img #3994]](upload/img/periodico/img_3994.jpg)
'Al acecho', la
segunda novela de la periodista y escritora leonesa Noemí Sabugal (Santa Lucía
de Gordón, 1979), se alzó con el XXXI Premio de Novela Felipe Trigo. Ambientada
en el Madrid de los últimos meses de la II República y los inicios de la guerra civil, se
plantea inicialmente como un relato policiaco: la aparición del cadáver de una
niña estrangulada en un callejón obligará al inspector Julián Fierro a iniciar
las pesquisas para dar con el asesino. Otras niñas aparecerán asesinadas
después en similares circunstancias. La búsqueda del culpable, dificultada por
las dramáticas circunstancias del momento histórico, se convertirá en la
obsesión del policía. Desde las primeras páginas, se escuchará la voz inquietante
del asesino —las cuatro partes del libro se abren con sus palabras—, aunque
hasta el final será una voz sin rostro, una sombra como la que puebla las
pesadillas del inspector Fierro.
Sin
embargo, la novela no se circunscribe únicamente al género histórico y
policiaco, pues en ella cobran mayor relieve el plano social —sin apriorismos
ideológicos— e incluso el existencial. En efecto, el emponzoñado clima político,
—cuyo corolario son los constantes atentados y asesinatos, y al final la contienda
civil—, constituirá la atmósfera de fondo en la que discurre toda la trama. Con
indudable pericia narrativa, la autora se servirá de distintos elementos (las
acciones del propio protagonista, quien por su trabajo, y a su pesar, se verá
obligado a participar en diversas operaciones contra los pistoleros de uno y
otro bando; las noticias de los periódicos —reproducidas tipográficamente— que
leen distintos personajes; los diálogos o los fragmentos de conversaciones
captadas en los cafés o en las calles…) para transmitir ese clima de violencia
y de odio ideológico, que el narrador resumirá de forma plástica con las
siguientes palabras: “Al día siguiente llovieron pistolas sobre Madrid (…).
Parecía que en cualquier momento iba a empezar la batalla final, que si alguien
rascaba una cerilla contra el suelo, el gas venenoso que envolvía la ciudad
estallaría en llamas” (p. 73).
![[Img #4175]](upload/img/periodico/img_4175.jpg)
El
protagonista, escéptico y descreído, contemplará con profundo desprecio y
hastío este enfrentamiento, a cuyo influjo intentará sustraerse, aunque sepa
que, al final, resultará inevitable que la sangre le salpique también a él. En
realidad, son otros los conflictos que le acucian: la indecisión entre dos
amores, el recuerdo doloroso del padre, el sentimiento de culpa, la inevitable
decrepitud de una madre anciana y enferma…Queda planteado así el conflicto
entre el mundo interior del protagonista y su entorno social, que él contempla
como algo ajeno y absurdo. Su actitud ensimismada y distante, a veces
nihilista, oculta, en el fondo, la consciencia de su propia vulnerabilidad, que
es la vulnerabilidad de la condición humana (de ahí que pueda hablarse de una
perspectiva existencial). Así se lo recordará otro personaje: “Tú solo quieres
ver pasar la vida tranquilamente. Quedarte en la ventana. Pero eso no siempre
es posible. ¿Sabes? (…). Todos ellos te acechan, los demás. Todo el dolor del
mundo acecha al hombre” (p. 256). Y,
después de citar a Heidegger, Kierkegaard y Nietzsche, concluirá: “Dios es un
entomólogo y nosotros sus pequeños insectos metidos en una campana de cristal
(…). ¡Sí, le gusta este juego feroz! ¡Le gusta el juego! ¡Es un niño malcriado
que se aburre!” (p. 257).
El
inspector Fierro es, pues, el personaje más complejo, y su peripecia vital
ocupará de una parte importante del libro. Pero también el resto de los
personajes —la mayoría zarandeados, de diversos modos, por la vida— están bien
perfilados y resultan creíbles: Ramos, el compañero de Fierro, modelo de
pulcritud y entrega al trabajo; Juanita, una especie de femme fatale de medio pelo; Adela, una antigua prostituta, ahora
amante del protagonista; doña Concha, Vidal y muchos otros… Incluso cuando su
aparición es fugaz, destaca la habilidad de la autora para sugerir en pocos
trazos figuras llenas de vida.![[Img #4174]](upload/img/periodico/img_4174.jpg)
Así
mismo, destaca la evocación de ambientes y lugares. Con una prosa a la vez
precisa y elaborada, rica en matices y sugerencias, se reproducen los distintos
ambientes por los que deambula el protagonista —calles, oficinas, cafés,
hogares humildes…—, con sus contrastes, su cromatismo, sus sonidos o sus olores,
lo que transmite una intensa sensación de realidad. Todo ello revela una sólida
labor de documentación —conocemos las noticias del día a través de los
periódicos y la radio, las películas que se proyectan en los cines, hasta los condiciones
atmosféricas…—, pero también un agudo sentido de observación y una notable
habilidad descriptiva.
Y
todo expresado con un lenguaje muy elaborado y, a la vez, ágil que combina
diversos registros y se muestra igualmente eficaz para captar la belleza —algunas
páginas son de un hondo lirismo— o la sordidez, las luces y las sombras. En
definitiva, Al acecho se caracteriza
por la hondura de sus planteamientos, la intensa sensación de realismo que
transmiten sus personajes y sus ambientes, y la notable calidad de su estilo.
Quizás todo ello deje en un segundo plano la trama propiamente policíaca, que,
en todo caso, está más cercana a la novela negra —si bien rebasa las
convenciones del género— que a la novela enigma. De cualquier forma, y más allá
de las clasificaciones genéricas, se trata de una excelente novela.






