El Bierzo y la Maragatería. Ramón González Alegre
Ramón González Alegre. El Bierzo y la Maragatería, Instituto de Estudios Bercianos y Centro de Estudios Astorganos 'Marcelo Macías'. Astorga, 2013. 118 pg.
Ramón González Alegre realizó estos viajes a la
Maragatería y al Bajo Bierzo, el 7 de
junio de 1966 y en los meses de junio y
julio de 1967 y de 1968 respectivamente. Se trata de unos itinerarios de tipo
costumbrista, con una importante carga de denuncia social. Tenía la intención
de publicar cuatro reportajes en el ABC, pero aquellos reportajes le fueron
devueltos. El motivo de la devolución a decir de ‘Vicente Fernández Vázquez’,
prologuista de la presente edición, era que no hacía mucho que ‘Nemesio
Fernández Cuesta’ había escrito el 19 de julio de 1968 un artículo para el
propio ABC que se hacía eco de otro aparecido en ‘Día 7’ de Astorga, en el que
denunciaba las condiciones de vida de los habitantes de la Somoza Berciana. La
denuncia social de los artículos de Ramón sobre ambas Somozas junto al previo
recalentamiento de los antecitados artículos de ‘Día 7’ y el de ‘Nemesio Fernández Cuesta’, con el
añadido aún no cicatrizado del libro de Ramón Carnicer, ‘Donde las Hurdes se
llaman Cabrera’, explicarían la negativa censora del ABC.
![[Img #4011]](upload/img/periodico/img_4011.jpg)
Hoy nos ocuparemos tan solo del viaje realizado a la
Somoza maragata y que comienza el 7 de junio de 1966. Este viaje parece
dispuesto al azar; esto no es un contrasentido. Ramón quería billete para su
Villafranca natal, peno no le dan pasaje en la estación de Madrid, una estación
descrita con la fantasía de un Ramón Gómez de la Serna o del periodismo
costumbrista y acerbo de un González Ruano. La sucesión de tipos, pícaros,
ladronzuelos, excursionistas del movimiento, maragatos, parejitas de monjas,
portabahúles, cuerdas de presos es exhuberante. En la reventa ‘el Candelas’
maletero y pícaro a un tiempo, le consigue un billete para el tren ‘maragatario’
que le llevará hasta Astorga.
Allí en el tren surge la idea de el viaje, se despierta la gana y la curiosidad a partir de las conversaciones con un maragato y una
astorgana que viajaban en su compartimento, trae entonces a colación una
bibliografía de memoria sobre el tema maragato para cotejar
lo que fuera el maragato de antes y lo que queda actualmente de la maragatería: ” En
maragatería solo quedan los signos de las sombras.”
Según llega a Astorga escuchará “el pregón seco y escueto
del vendedor de mantecadas (…) que dejaba clavado en el aire el nombre de la
ciudad”. Pasará una noche y el día siguiente en la ciudad donde, Carmen Martín,
de la Oficina de Turismo le dibuja un mapa con la ruta que debería seguir. Sabemos
que en agradecimiento a su atención, cuando al año regrese para continuar el
viaje que ahora emprende, le dedicará su libro de idas y venidas, vueltas y
revueltas por España; ‘El libro de los andares’.
![[Img #3999]](upload/img/periodico/img_3999.jpg)
Comienza a pie, camino de Murias de Rechivaldo. A
lo largo de su periplo, en cada población, donde los haya, los primeros en
recibirle son los niños. Puede más la curiosidad que la timidez. En el Ganso,
juegan niños y muchachas “desaseados, aunque no miserables”. En Rabanal le
salen al encuentro “un grupo de niños y niñas que miran con extrañeza (…) No
deja de ser un acontecimiento la llegada de gente forastera, y más en estos
pueblos casi abandonados por el verdadero habitante”. Estos niños carecen de
escuela, pero no de picardía y ya saben como responder a un presunto inspector;
pues la maestra ya estuvo por aquí tan de mañana que luego tuvo que ir a atender otras escuelas de la Somoza. En fin, en Murias de Rechivaldo, donde el tiempo
no debió de irse nunca y donde se encuentra “solo unos niños cubiertos de
andrajos que comen pan y juegan con el barro".
Juguetes y alimentos primordiales no faltaban.
Escasas son las personas con las que se topa en su
itinerario, pero en la facundia de Ramón parecen multitud y adquieren espesor e
incluso voz única, reiterativa: Los hombres se han marchado, los jóvenes se
están yendo, tan solo quedamos nosotras y mal vivimos con estos rebaños de
cabra enjuta y en trabajos de la tierra. “Toda la tierra que usted ve tiene
sed”, le dice ‘el Sordico’, juez de paz y a un tiempo cartero de Castrillo. “¡Si
abriesen el pantano de Casares!”. “Estas tierras son de Don Elías y de Don
Pedro, dos maragatos podridos de duros”, le comenta un campesino que fumaba a
la sombra de una palera antes de Castrillo. “Quedamos nosotros, los que no
somos de aquí y que ahora vivimos en estas tierras. Más arriba, en el Ganso le
dirán: “Pues sepa que este pueblo está ocupado por gente que vino de la Sequeda
que está muy cerca, pero que no son maragatos”.
Con la muerte se topa en Murias de Rechivaldo, el cortejo
fúnebre de Doña Marta se funde en el negror de la tarde, el cura rezando en pos
del cadáver. En la cantina, Consuelo, una muchacha fascinada por el cine, que
languidece en el pueblo donde siempre es lo mismo y desde siempre se habla de
lo mismo, le dice: “No hacemos otra cosa
que repetir palabras aprendidas de los muertos”.
Todos parecen haberse ido ya, muertos o expulsados por la
miseria, en busca de algo mejor, pero como aquellos sefarditas de Esmirna,
llevándose consigo la llave de la casa familiar. En el viaje en tren se había
acordado de un escrito que ya menta el tema. En su ‘Paseo por Madrid’ de 1885, Antonio Ferrer
Herrera describe la calle de Segovia con los mesones donde solían parar los
maragatos: “El alma de esta gente se mantiene viva y aguarda por sus sueños.
Diseminados muchos por España entera, todavía conservan el recuerdo permanente
de sus rincones amados. Recóndito amor que no se resigna a morir.” Como le
repite ahora el Juez de Paz de Castrillo: “Los veranos vienen todos los
maragatos a sus hogares, no falta ninguno, es como si cumplieran un deber”.
La sed es un asunto omnipresente, la tierra no produce,
no tenemos agua. “Ojalá el Teleno llore un año entero el agua de la nieve”,
anhela el juez-cartero de Castrillo. En Santa Catalina la mujer de Santiago
Cepeda apostilla: “¡ El agua! ¡El agua!, ¿Quiere más que tener que ir nosotros
a San Martín del Agostedo a lavar la ropa? ¡Más que eso no puede haber!. ¡Ni
para beber, señor hay casi! ¡Cuatro kilómetros hasta San Martín del Agostedo!
A menudo de las sombras emana la visión y con la noche
echada escribe: “Me pareció ver la sombra de unas alas volando por cerca del
campanario de la iglesia. Creí que era alguna lechuza que acechaba el nido de
la cigüeña. Anduve por el pueblo casi en total oscuridad. las casas permanecían
cerradas y no había ni un alma por las callejuelas”. A punto de entrar en
Rabanal siente el “pequeño rumor de los conejos en sus madrigueras que
parecieran escuetas palabras de la tierra dichas con la voz opaca, inquieta,
desvelada”
![[Img #3998]](upload/img/periodico/img_3998.jpg)
En fin, un camino hacia atrás al que hicieran y aún hacen
los pocos habitantes que le quedan, un camino de huida de la escasez, de la
miseria. El marido de Josefa Martínez se ha ido a Alemania como casi todos los
mozos y los hombres: “ Y no tuve más remedio que ponerme yo a cuidar del ganado.”
Francisco Mayo, tratante de ganados: “Aquí ya no hay oficios porque todos
quieren escapar”. Venimos de Rabanal Viejo, vamos a Astorga a ver a un hijo que
está en el seminario, le cuentan unas mujeres que venían a lomos de un borrico:
“La agricultura está muerta o la mataron. En Rabanal no quedan casi hombres.
Unos se fueron al extranjero y otros a la ciudad. ¿Quién trabaja todo esto?
¡Nosotras! Claro que aquí siempre trabajamos nosotras.”Por si no hubiera quedado
claro el papel de la mujer maragata. Santiago Cepeda en Santa Catalina
apostilla: “Para no vivir es mejor marcharse; porque para existir tan mal, tan
mal, no tiene objeto permanecer aquí.”
Rabanal dispone de dos cantinas en lo alto; en una de
ellas “unos hombres juegan al naipe. Pequeños y mal encarados (…) En el suelo
algunas maletas y hatillos que denuncian un viaje.”
“- Son de Fuencebadón que se van a Francia contratados
para trabajar, explica el cantinero (…) Con estos ya me parece que quedan
cuatro o cinco vecinos en el pueblo”.
Al llegar el carromato que les había de llevar, Ramón les
pregunta:
“- ¿Me han dicho que vais a Francia?”
“-Allá vamos, a sacar fuera la miseria en que se vive
aquí.”
Este es el itinerario que descubre Ramón González Alegre en
su periplo maragato. Era el año de 1966, un viaje que no solía ser de ida y
vuelta.
Ramón González Alegre realizó estos viajes a la Maragatería y al Bajo Bierzo, el 7 de junio de 1966 y en los meses de junio y julio de 1967 y de 1968 respectivamente. Se trata de unos itinerarios de tipo costumbrista, con una importante carga de denuncia social. Tenía la intención de publicar cuatro reportajes en el ABC, pero aquellos reportajes le fueron devueltos. El motivo de la devolución a decir de ‘Vicente Fernández Vázquez’, prologuista de la presente edición, era que no hacía mucho que ‘Nemesio Fernández Cuesta’ había escrito el 19 de julio de 1968 un artículo para el propio ABC que se hacía eco de otro aparecido en ‘Día 7’ de Astorga, en el que denunciaba las condiciones de vida de los habitantes de la Somoza Berciana. La denuncia social de los artículos de Ramón sobre ambas Somozas junto al previo recalentamiento de los antecitados artículos de ‘Día 7’ y el de ‘Nemesio Fernández Cuesta’, con el añadido aún no cicatrizado del libro de Ramón Carnicer, ‘Donde las Hurdes se llaman Cabrera’, explicarían la negativa censora del ABC.
![[Img #4011]](upload/img/periodico/img_4011.jpg)
Hoy nos ocuparemos tan solo del viaje realizado a la Somoza maragata y que comienza el 7 de junio de 1966. Este viaje parece dispuesto al azar; esto no es un contrasentido. Ramón quería billete para su Villafranca natal, peno no le dan pasaje en la estación de Madrid, una estación descrita con la fantasía de un Ramón Gómez de la Serna o del periodismo costumbrista y acerbo de un González Ruano. La sucesión de tipos, pícaros, ladronzuelos, excursionistas del movimiento, maragatos, parejitas de monjas, portabahúles, cuerdas de presos es exhuberante. En la reventa ‘el Candelas’ maletero y pícaro a un tiempo, le consigue un billete para el tren ‘maragatario’ que le llevará hasta Astorga.
Allí en el tren surge la idea de el viaje, se despierta la gana y la curiosidad a partir de las conversaciones con un maragato y una astorgana que viajaban en su compartimento, trae entonces a colación una bibliografía de memoria sobre el tema maragato para cotejar lo que fuera el maragato de antes y lo que queda actualmente de la maragatería: ” En maragatería solo quedan los signos de las sombras.”
Según llega a Astorga escuchará “el pregón seco y escueto del vendedor de mantecadas (…) que dejaba clavado en el aire el nombre de la ciudad”. Pasará una noche y el día siguiente en la ciudad donde, Carmen Martín, de la Oficina de Turismo le dibuja un mapa con la ruta que debería seguir. Sabemos que en agradecimiento a su atención, cuando al año regrese para continuar el viaje que ahora emprende, le dedicará su libro de idas y venidas, vueltas y revueltas por España; ‘El libro de los andares’.
![[Img #3999]](upload/img/periodico/img_3999.jpg)
Comienza a pie, camino de Murias de Rechivaldo. A lo largo de su periplo, en cada población, donde los haya, los primeros en recibirle son los niños. Puede más la curiosidad que la timidez. En el Ganso, juegan niños y muchachas “desaseados, aunque no miserables”. En Rabanal le salen al encuentro “un grupo de niños y niñas que miran con extrañeza (…) No deja de ser un acontecimiento la llegada de gente forastera, y más en estos pueblos casi abandonados por el verdadero habitante”. Estos niños carecen de escuela, pero no de picardía y ya saben como responder a un presunto inspector; pues la maestra ya estuvo por aquí tan de mañana que luego tuvo que ir a atender otras escuelas de la Somoza. En fin, en Murias de Rechivaldo, donde el tiempo no debió de irse nunca y donde se encuentra “solo unos niños cubiertos de andrajos que comen pan y juegan con el barro". Juguetes y alimentos primordiales no faltaban.
Escasas son las personas con las que se topa en su itinerario, pero en la facundia de Ramón parecen multitud y adquieren espesor e incluso voz única, reiterativa: Los hombres se han marchado, los jóvenes se están yendo, tan solo quedamos nosotras y mal vivimos con estos rebaños de cabra enjuta y en trabajos de la tierra. “Toda la tierra que usted ve tiene sed”, le dice ‘el Sordico’, juez de paz y a un tiempo cartero de Castrillo. “¡Si abriesen el pantano de Casares!”. “Estas tierras son de Don Elías y de Don Pedro, dos maragatos podridos de duros”, le comenta un campesino que fumaba a la sombra de una palera antes de Castrillo. “Quedamos nosotros, los que no somos de aquí y que ahora vivimos en estas tierras. Más arriba, en el Ganso le dirán: “Pues sepa que este pueblo está ocupado por gente que vino de la Sequeda que está muy cerca, pero que no son maragatos”.
Con la muerte se topa en Murias de Rechivaldo, el cortejo fúnebre de Doña Marta se funde en el negror de la tarde, el cura rezando en pos del cadáver. En la cantina, Consuelo, una muchacha fascinada por el cine, que languidece en el pueblo donde siempre es lo mismo y desde siempre se habla de lo mismo, le dice: “No hacemos otra cosa que repetir palabras aprendidas de los muertos”.
Todos parecen haberse ido ya, muertos o expulsados por la miseria, en busca de algo mejor, pero como aquellos sefarditas de Esmirna, llevándose consigo la llave de la casa familiar. En el viaje en tren se había acordado de un escrito que ya menta el tema. En su ‘Paseo por Madrid’ de 1885, Antonio Ferrer Herrera describe la calle de Segovia con los mesones donde solían parar los maragatos: “El alma de esta gente se mantiene viva y aguarda por sus sueños. Diseminados muchos por España entera, todavía conservan el recuerdo permanente de sus rincones amados. Recóndito amor que no se resigna a morir.” Como le repite ahora el Juez de Paz de Castrillo: “Los veranos vienen todos los maragatos a sus hogares, no falta ninguno, es como si cumplieran un deber”.
La sed es un asunto omnipresente, la tierra no produce,
no tenemos agua. “Ojalá el Teleno llore un año entero el agua de la nieve”,
anhela el juez-cartero de Castrillo. En Santa Catalina la mujer de Santiago
Cepeda apostilla: “¡ El agua! ¡El agua!, ¿Quiere más que tener que ir nosotros
a San Martín del Agostedo a lavar la ropa? ¡Más que eso no puede haber!. ¡Ni
para beber, señor hay casi! ¡Cuatro kilómetros hasta San Martín del Agostedo!
A menudo de las sombras emana la visión y con la noche echada escribe: “Me pareció ver la sombra de unas alas volando por cerca del campanario de la iglesia. Creí que era alguna lechuza que acechaba el nido de la cigüeña. Anduve por el pueblo casi en total oscuridad. las casas permanecían cerradas y no había ni un alma por las callejuelas”. A punto de entrar en Rabanal siente el “pequeño rumor de los conejos en sus madrigueras que parecieran escuetas palabras de la tierra dichas con la voz opaca, inquieta, desvelada”
![[Img #3998]](upload/img/periodico/img_3998.jpg)
En fin, un camino hacia atrás al que hicieran y aún hacen los pocos habitantes que le quedan, un camino de huida de la escasez, de la miseria. El marido de Josefa Martínez se ha ido a Alemania como casi todos los mozos y los hombres: “ Y no tuve más remedio que ponerme yo a cuidar del ganado.” Francisco Mayo, tratante de ganados: “Aquí ya no hay oficios porque todos quieren escapar”. Venimos de Rabanal Viejo, vamos a Astorga a ver a un hijo que está en el seminario, le cuentan unas mujeres que venían a lomos de un borrico: “La agricultura está muerta o la mataron. En Rabanal no quedan casi hombres. Unos se fueron al extranjero y otros a la ciudad. ¿Quién trabaja todo esto? ¡Nosotras! Claro que aquí siempre trabajamos nosotras.”Por si no hubiera quedado claro el papel de la mujer maragata. Santiago Cepeda en Santa Catalina apostilla: “Para no vivir es mejor marcharse; porque para existir tan mal, tan mal, no tiene objeto permanecer aquí.”
Rabanal dispone de dos cantinas en lo alto; en una de ellas “unos hombres juegan al naipe. Pequeños y mal encarados (…) En el suelo algunas maletas y hatillos que denuncian un viaje.”
“- Son de Fuencebadón que se van a Francia contratados para trabajar, explica el cantinero (…) Con estos ya me parece que quedan cuatro o cinco vecinos en el pueblo”.
Al llegar el carromato que les había de llevar, Ramón les pregunta:
“- ¿Me han dicho que vais a Francia?”
“-Allá vamos, a sacar fuera la miseria en que se vive aquí.”
Este es el itinerario que descubre Ramón González Alegre en su periplo maragato. Era el año de 1966, un viaje que no solía ser de ida y vuelta.






