La Hora en el Ayuntamiento
![[Img #37991]](upload/img/periodico/img_37991.jpg)
Atufan a pólvora y a zahúrda las cloacas del Ayuntamiento, mientras en la Plaza tamborrea una batucada más feroz y festiva que la de Heitor Villa-Diego...
Adentro el Corderito de Agnus Dei se enaltece, se altanera y altera a cada nadería, pone el balido en el cielo raso y dictamina levantando el dedo legal: “Cada hombre es un abismo, da miedo mirar dentro de él.”
El concejal maullón, comeniños, aconcejalaba por los despachos. Con tos aguanosa erizaba el vello de su belfo escupiendo blasfemias en bronca despepitada.
Hermes, travestida de zagal, permanecía en pie, con su ‘varita de jugador de manos’, lista para salir trompicando a lo que el dedo ordene y farfullar otra convocatoria de nada y para nada, completamente inútil, pero que hubiera lugar en la infoesfera.
Con los gritos, salió de su bastión el Espolique, en su mano el espejuelo. De hito en hito lo miraba y tecleaba: ¿Quién es el más bello y de Verde Gabán, perdidito por Astorga? El espejuelo lo iluminaba y devolvía sus visajes y le encaraba siempre con la misma sonrisa de pasquín en campaña electoral permanente.
Se les oía el infierno a Perséfone y a Artemisa, que había ido de turismo. Hablarían de intrascendencias, se rumoreaba…
Dédalo e Ícaro, uña y sangre, cavilaban sobre el último artefacto, por salir de vuelo. Dédalo, circunspecto, manejaba el ábaco y tiraba cónicas e hipérbolas grandilocuentes y aerodinámicas. Mientras el emplumado Ícaro sufría espasmos de contorsionista.
Regresó 'el Chisme del Ayuntamiento', tan en volandas en sus zapatillas de alitas de pollo que parecía que nunca hubiera vuelto. Venía empujando a la Fortuna, -un pendón desnortado, una veleta en el aquilón- cazcarrienta, recién sacada de la cama y sin lavar. Circundándola con el remo del pendón, pendiente de sus ventoleras, la Ocasión, más atenta a los traspiés de su señora que al solar que pisaba.
La Fortuna, que no daba pie con bola, resbaló sobre la marimanta de concejales. ¿Dónde está el administrador? ¡Vengan acá todos los papeles y librotes! Y dicho esto, de un tirón le arrebató a Dédalo el ábaco y decía de empapelarlos con las cuentas de una caja que allí había.
Aquí la Fortuna decretó la Hora en la que cada cual tendría su merecimiento, y saltó a la bola que empezó a girar como un tornado. La Ocasión, asida del remo, levitaba como en balancín de tiovivo y daba de patadas a los concejales que temerariamente pretendían asirla del pelillo del bigote.
Succionado por el torbellino, el Corderito con ademanes de la carda, fue el primero en bajarse del tiovivo. Vomitaba prologuillos enredados en palinodias de discursos con salvas a la Independencia, amén de basurillas de contratos enmarañados y del Plan de Comunicación y etcéteras. ¡Amén! Ya ‘los gallos cantar querían, hubieran querido…’ y el amigo le había recusado por tercera vez.
Dédalo e Ícaro, sujetos a la hebra más larga del bigote giraban en volandas. Al pasar por la ventana que daba al corredor se soltaron y salieron despedidos. Dédalo quedó prendido de las cuentas de la balaustrada e Ícaro hizo los gestos de avechucho ensayados y saltó a la plaza con las alas inútiles del finísimo hilo que le habían embaucado los sastres. Dédalo no quería mirar. Una gran bandera arcoíris, que mantenían tensa los de la fiesta, le salvó del golpetazo y de la desnudez. Envuelto en arco iris encabezaba la manifestación LGTBI cantando avemarías.
También salió despedido y sin despeinarse el Espolique hacia un butacón del salón de plenos. Disipado, exhausto, no dejaba de maniquear su malencarado espejuelo, que ahora y en la Hora le escupía a la cara 'memes' y chascarrillos de una ciudadanía de Amén Jesús. Trastornado, estampó su móvil contra los morros de la efigie de un diputado del XIX sin decir ni pío. El móvil corrompido y destripado vomitaba toda la basura reprimida, multiplicada en cada añico del espejuelo: ¡tuno, tú no, tú no eres el más guapo…!
Saturno, que se había asido fuertemente a la pelusa de la Ocasión, no se desprendía a pesar de los golpetazos de infortunio contra el mobiliario. La Hora tenía que cumplirse contrariando su 'testamudez'. Llamaron a los maceros a que lo soltasen. Tiraron tanto de sus perneras que depiló de cuajo el mechoncito de la Ocasión, y de paso quedó desbigotudo. Fueron los tres a caer en un trastero-inodoro que regurgitaba aguas fecales y pluviales. Por la color pensaron que era lluvia de Dánae y, por ser la Hora y la ocasión fregona, cabalgaron las escobas ‘en modo brujo’ y se esfumaron por la chimenea con el sambenito colgado.
Afuera seguía la fiesta LGTBI, y al dar la Hora un cúmulo de mariposas iridiscentes se elevó desde el confeti del suelo. Ya no hay desigualdades, berreaba Ícaro. Desde el balcón Perséfone y Artemisa secreteaban al Correveidile, travestida para la ocasión de virote, la algarabía y de cómo a pesar de la paridad todavía eran más conocidas por los moños que por sus sinécdoques.
En la plaza, Cintia y Yaiza, en el día más solar de su vida besaban su amorcillo y tarareaban: “Debajo del limón la novia / sus pies en el agua fría / debajo de la rosa. // Debajo del limón la novia / sus pies en el agua helada / debajo de la rosa.(…) ¿Dónde estás mi novia querida? / Aguardando a vos mi vida, / para hacer con vos guarida, / debajo de la rosa".**
* Este texto se confiesa reo del inicio de ‘La hora de todos’ de Francisco de Quevedo.
** Fragmento de canción sefardí.
![[Img #37991]](upload/img/periodico/img_37991.jpg)
Atufan a pólvora y a zahúrda las cloacas del Ayuntamiento, mientras en la Plaza tamborrea una batucada más feroz y festiva que la de Heitor Villa-Diego...
Adentro el Corderito de Agnus Dei se enaltece, se altanera y altera a cada nadería, pone el balido en el cielo raso y dictamina levantando el dedo legal: “Cada hombre es un abismo, da miedo mirar dentro de él.”
El concejal maullón, comeniños, aconcejalaba por los despachos. Con tos aguanosa erizaba el vello de su belfo escupiendo blasfemias en bronca despepitada.
Hermes, travestida de zagal, permanecía en pie, con su ‘varita de jugador de manos’, lista para salir trompicando a lo que el dedo ordene y farfullar otra convocatoria de nada y para nada, completamente inútil, pero que hubiera lugar en la infoesfera.
Con los gritos, salió de su bastión el Espolique, en su mano el espejuelo. De hito en hito lo miraba y tecleaba: ¿Quién es el más bello y de Verde Gabán, perdidito por Astorga? El espejuelo lo iluminaba y devolvía sus visajes y le encaraba siempre con la misma sonrisa de pasquín en campaña electoral permanente.
Se les oía el infierno a Perséfone y a Artemisa, que había ido de turismo. Hablarían de intrascendencias, se rumoreaba…
Dédalo e Ícaro, uña y sangre, cavilaban sobre el último artefacto, por salir de vuelo. Dédalo, circunspecto, manejaba el ábaco y tiraba cónicas e hipérbolas grandilocuentes y aerodinámicas. Mientras el emplumado Ícaro sufría espasmos de contorsionista.
Regresó 'el Chisme del Ayuntamiento', tan en volandas en sus zapatillas de alitas de pollo que parecía que nunca hubiera vuelto. Venía empujando a la Fortuna, -un pendón desnortado, una veleta en el aquilón- cazcarrienta, recién sacada de la cama y sin lavar. Circundándola con el remo del pendón, pendiente de sus ventoleras, la Ocasión, más atenta a los traspiés de su señora que al solar que pisaba.
La Fortuna, que no daba pie con bola, resbaló sobre la marimanta de concejales. ¿Dónde está el administrador? ¡Vengan acá todos los papeles y librotes! Y dicho esto, de un tirón le arrebató a Dédalo el ábaco y decía de empapelarlos con las cuentas de una caja que allí había.
Aquí la Fortuna decretó la Hora en la que cada cual tendría su merecimiento, y saltó a la bola que empezó a girar como un tornado. La Ocasión, asida del remo, levitaba como en balancín de tiovivo y daba de patadas a los concejales que temerariamente pretendían asirla del pelillo del bigote.
Succionado por el torbellino, el Corderito con ademanes de la carda, fue el primero en bajarse del tiovivo. Vomitaba prologuillos enredados en palinodias de discursos con salvas a la Independencia, amén de basurillas de contratos enmarañados y del Plan de Comunicación y etcéteras. ¡Amén! Ya ‘los gallos cantar querían, hubieran querido…’ y el amigo le había recusado por tercera vez.
Dédalo e Ícaro, sujetos a la hebra más larga del bigote giraban en volandas. Al pasar por la ventana que daba al corredor se soltaron y salieron despedidos. Dédalo quedó prendido de las cuentas de la balaustrada e Ícaro hizo los gestos de avechucho ensayados y saltó a la plaza con las alas inútiles del finísimo hilo que le habían embaucado los sastres. Dédalo no quería mirar. Una gran bandera arcoíris, que mantenían tensa los de la fiesta, le salvó del golpetazo y de la desnudez. Envuelto en arco iris encabezaba la manifestación LGTBI cantando avemarías.
También salió despedido y sin despeinarse el Espolique hacia un butacón del salón de plenos. Disipado, exhausto, no dejaba de maniquear su malencarado espejuelo, que ahora y en la Hora le escupía a la cara 'memes' y chascarrillos de una ciudadanía de Amén Jesús. Trastornado, estampó su móvil contra los morros de la efigie de un diputado del XIX sin decir ni pío. El móvil corrompido y destripado vomitaba toda la basura reprimida, multiplicada en cada añico del espejuelo: ¡tuno, tú no, tú no eres el más guapo…!
Saturno, que se había asido fuertemente a la pelusa de la Ocasión, no se desprendía a pesar de los golpetazos de infortunio contra el mobiliario. La Hora tenía que cumplirse contrariando su 'testamudez'. Llamaron a los maceros a que lo soltasen. Tiraron tanto de sus perneras que depiló de cuajo el mechoncito de la Ocasión, y de paso quedó desbigotudo. Fueron los tres a caer en un trastero-inodoro que regurgitaba aguas fecales y pluviales. Por la color pensaron que era lluvia de Dánae y, por ser la Hora y la ocasión fregona, cabalgaron las escobas ‘en modo brujo’ y se esfumaron por la chimenea con el sambenito colgado.
Afuera seguía la fiesta LGTBI, y al dar la Hora un cúmulo de mariposas iridiscentes se elevó desde el confeti del suelo. Ya no hay desigualdades, berreaba Ícaro. Desde el balcón Perséfone y Artemisa secreteaban al Correveidile, travestida para la ocasión de virote, la algarabía y de cómo a pesar de la paridad todavía eran más conocidas por los moños que por sus sinécdoques.
En la plaza, Cintia y Yaiza, en el día más solar de su vida besaban su amorcillo y tarareaban: “Debajo del limón la novia / sus pies en el agua fría / debajo de la rosa. // Debajo del limón la novia / sus pies en el agua helada / debajo de la rosa.(…) ¿Dónde estás mi novia querida? / Aguardando a vos mi vida, / para hacer con vos guarida, / debajo de la rosa".**
* Este texto se confiesa reo del inicio de ‘La hora de todos’ de Francisco de Quevedo.
** Fragmento de canción sefardí.






