Con la ilusión no se juega
![[Img #38910]](upload/img/periodico/img_38910.jpg)
Viví y pasé mi infancia al lado de la iglesia del barrio de Puerta de Rey en nuestra querida Astorga. La enorme plaza de Santo Domingo, "la plazuela", era mi gran habitación donde tenía los mejores juguetes: partidos de fútbol, gincana de bicicletas, guardias y ladrones, la cadeneta, paja y cebada... ¡qué años tan felices! Si tuviera que elegir a lo largo de todo un año el momento más intenso y de mayor alegría sería, sin duda, el día que bajaba por la cuesta el camión del "Tren de la Bruja"—siempre el primero el bueno de Lolo, su dueño—, para montar la atracción y celebrar las fiestas del barrio, (fiestas de Santa Ana).
Hubo años que se rumoreaba por la ciudad —y no exagero— que, en calidad, superaron a las fiestas mayores de Santa Marta. Solo el grupo "Alcotán" con sus fieles versiones de "Leño", reunía en esa plaza a más de ciento cincuenta mil personas... y sigo sin exagerar.
—¡Eduardo, Eduardo, ya está aquí Lolo con su tren, su bigote y su escoba! Dice, que la barca llega esta noche y que este año, en el solar de la esquina donde van a edificar, son favorables las medidas y como las obras no han comenzado, también tendremos coches de choque. ¡¡Qué pasada tío, coches de choque!!
Madre mía, recuerdo que esa noche no dormí de la emoción. Imagino que mi amigo Eduardo tampoco. Esos dos o tres días previos al comienzo de las fiestas del barrio, eran casi más placenteros que las propias fiestas. ¿A quién no le gusta el proceso de planear unas buenas vacaciones?
Aquellos maravillosos veranos fueron pasando disfrutando de cada instante y con el cuaderno de "Vacaciones Santillana" sin abrir, hasta que para sobresalto, no recuerdo el año, era un crío, el Consistorio con buen criterio decidió asfaltar la plazuela. Ya era hora; adiós polvo, hasta luego tierra, bye, bye, barro. Bienvenido alquitrán. ¿Qué pasó entonces con las fiestas? ¿Se suspendieron? No, para nada, que pensarían Santa Ana y San Joaquín. Se trasladaron a una calle posterior a la iglesia en la que no había espacio para los "caballitos" y lógicamente no vinieron. ¡Qué desilusión! ¡Qué pena! En la verbena, las ciento cincuenta mil personas se quedaron en unas pocas docenas de vecinos.
—No te disgustes César —decía mi madre— busca el lado positivo. Ya verás como después juegas mucho mejor en la plazuela a la pelota.
—Ya...pero las fiestas sin "caballitos" son un rollo.
Esa respuesta que le di a mi madre hace 40 años se la he vuelto a repetir este agosto a Juanito Máximo (romano de cartón piedra que custodia mi tienda con el que debato de vez en cuando).
“Ya, ya, Juanito, lo que tú digas, el Ayuntamiento no tiene porqué aceptar un chantaje de nadie, pero las fiestas sin caballitos son un rollo. Y son menos fiestas. Y además, en el total del cajón de la semana está la prueba matemática irrefutable. Vino mucha menos gente”. Como Juanito es simpatizante del PP y del PAL —cosa respetable—, aún me rebatió para defender a los suyos —máximo error planetario eso de defender a los tuyos sí o sí—, con que si los feriantes son unos tal, son unos cuál… Tuve que explicarle, con calma, que en la pasada legislatura fui el concejal de Fiestas y sé como son. Son exactamente igual que en todos los gremios: hay gente maja y legal, y hay gente menos maja y menos legal.
No pretendo aquí analizar los hechos acaecidos quedando la ciudad sin un servicio infantil y juvenil tan importante. En primer lugar porque los desconozco en su conjunto y en segundo, porque me da igual. Me da igual si la culpa es de los feriantes, del constructor que no acabó la obra del Melgar, del equipo de gobierno o del tiempo. Seguramente, todas las partes en mayor o menor medida tengan un porcentaje de censura. Lo que no me da igual y es seguro al cien por cien, como que usted respira mientras lee, es que los niños y las niñas no tienen culpa ninguna y con la ilusión de los peques no se juega. NO-SE-JUE-GA. Si me apuras, tampoco con la de algún abuelo haciendo fofos a su nieta montada por primera vez tocando la campana sin cesar en un coche de bomberos.
“Aunque el daño ya está hecho", frase de moda este verano en Astorga y como no hay mal que por bien no venga, me atrevo a proponer y a rogar al señor alcalde —compañero de banda de tambores y de juegos en el barrio—, o a quien proceda, que cuando corresponda la vuelta de las atracciones al Melgar, sea en Piñata, en Semana Santa (aquí nunca lo entendí con las solemnes procesiones y ocupando un espacio precioso de aparcamiento), o en Fiestas, éstas cumplan a rajatabla con la normativa vigente: horarios, decibelios, ITV, tasas, enganches eléctricos y de agua, y espacios entre las mismas. Repito esta última: “Espacios entre las mismas?. Haciendo autocrítica de mi propia gestión, recuerdo que rezaba a diario para que nunca pasara nada en el recinto ferial ya que ahí, la única ambulancia que podía entrar era la que iba delante del camión de bomberos con la nieta del abuelo tocando la campana sin parar. Tiene que haber un antes y un después de las Fiestas de Santa Marta 2018. Seguro que todos estaremos más seguros y más contentos.
El primer día que permitieron pisar y jugar en aquella nueva plazuela asfaltada, jugué al balón como el mismísimo Rafael Gordillo. Metí tres goles. Llegué a casa y le espeté a mi madre:
—Mamá, de mayor voy a ser futbolista.
Mi querida madre, que tenía por primera norma que sus hijos jamás perdieran la ilusión, me dijo:
—Claro cariño, igual hasta te dejan jugar en el Athletic.
![[Img #38910]](upload/img/periodico/img_38910.jpg)
Viví y pasé mi infancia al lado de la iglesia del barrio de Puerta de Rey en nuestra querida Astorga. La enorme plaza de Santo Domingo, "la plazuela", era mi gran habitación donde tenía los mejores juguetes: partidos de fútbol, gincana de bicicletas, guardias y ladrones, la cadeneta, paja y cebada... ¡qué años tan felices! Si tuviera que elegir a lo largo de todo un año el momento más intenso y de mayor alegría sería, sin duda, el día que bajaba por la cuesta el camión del "Tren de la Bruja"—siempre el primero el bueno de Lolo, su dueño—, para montar la atracción y celebrar las fiestas del barrio, (fiestas de Santa Ana).
Hubo años que se rumoreaba por la ciudad —y no exagero— que, en calidad, superaron a las fiestas mayores de Santa Marta. Solo el grupo "Alcotán" con sus fieles versiones de "Leño", reunía en esa plaza a más de ciento cincuenta mil personas... y sigo sin exagerar.
—¡Eduardo, Eduardo, ya está aquí Lolo con su tren, su bigote y su escoba! Dice, que la barca llega esta noche y que este año, en el solar de la esquina donde van a edificar, son favorables las medidas y como las obras no han comenzado, también tendremos coches de choque. ¡¡Qué pasada tío, coches de choque!!
Madre mía, recuerdo que esa noche no dormí de la emoción. Imagino que mi amigo Eduardo tampoco. Esos dos o tres días previos al comienzo de las fiestas del barrio, eran casi más placenteros que las propias fiestas. ¿A quién no le gusta el proceso de planear unas buenas vacaciones?
Aquellos maravillosos veranos fueron pasando disfrutando de cada instante y con el cuaderno de "Vacaciones Santillana" sin abrir, hasta que para sobresalto, no recuerdo el año, era un crío, el Consistorio con buen criterio decidió asfaltar la plazuela. Ya era hora; adiós polvo, hasta luego tierra, bye, bye, barro. Bienvenido alquitrán. ¿Qué pasó entonces con las fiestas? ¿Se suspendieron? No, para nada, que pensarían Santa Ana y San Joaquín. Se trasladaron a una calle posterior a la iglesia en la que no había espacio para los "caballitos" y lógicamente no vinieron. ¡Qué desilusión! ¡Qué pena! En la verbena, las ciento cincuenta mil personas se quedaron en unas pocas docenas de vecinos.
—No te disgustes César —decía mi madre— busca el lado positivo. Ya verás como después juegas mucho mejor en la plazuela a la pelota.
—Ya...pero las fiestas sin "caballitos" son un rollo.
Esa respuesta que le di a mi madre hace 40 años se la he vuelto a repetir este agosto a Juanito Máximo (romano de cartón piedra que custodia mi tienda con el que debato de vez en cuando).
“Ya, ya, Juanito, lo que tú digas, el Ayuntamiento no tiene porqué aceptar un chantaje de nadie, pero las fiestas sin caballitos son un rollo. Y son menos fiestas. Y además, en el total del cajón de la semana está la prueba matemática irrefutable. Vino mucha menos gente”. Como Juanito es simpatizante del PP y del PAL —cosa respetable—, aún me rebatió para defender a los suyos —máximo error planetario eso de defender a los tuyos sí o sí—, con que si los feriantes son unos tal, son unos cuál… Tuve que explicarle, con calma, que en la pasada legislatura fui el concejal de Fiestas y sé como son. Son exactamente igual que en todos los gremios: hay gente maja y legal, y hay gente menos maja y menos legal.
No pretendo aquí analizar los hechos acaecidos quedando la ciudad sin un servicio infantil y juvenil tan importante. En primer lugar porque los desconozco en su conjunto y en segundo, porque me da igual. Me da igual si la culpa es de los feriantes, del constructor que no acabó la obra del Melgar, del equipo de gobierno o del tiempo. Seguramente, todas las partes en mayor o menor medida tengan un porcentaje de censura. Lo que no me da igual y es seguro al cien por cien, como que usted respira mientras lee, es que los niños y las niñas no tienen culpa ninguna y con la ilusión de los peques no se juega. NO-SE-JUE-GA. Si me apuras, tampoco con la de algún abuelo haciendo fofos a su nieta montada por primera vez tocando la campana sin cesar en un coche de bomberos.
“Aunque el daño ya está hecho", frase de moda este verano en Astorga y como no hay mal que por bien no venga, me atrevo a proponer y a rogar al señor alcalde —compañero de banda de tambores y de juegos en el barrio—, o a quien proceda, que cuando corresponda la vuelta de las atracciones al Melgar, sea en Piñata, en Semana Santa (aquí nunca lo entendí con las solemnes procesiones y ocupando un espacio precioso de aparcamiento), o en Fiestas, éstas cumplan a rajatabla con la normativa vigente: horarios, decibelios, ITV, tasas, enganches eléctricos y de agua, y espacios entre las mismas. Repito esta última: “Espacios entre las mismas?. Haciendo autocrítica de mi propia gestión, recuerdo que rezaba a diario para que nunca pasara nada en el recinto ferial ya que ahí, la única ambulancia que podía entrar era la que iba delante del camión de bomberos con la nieta del abuelo tocando la campana sin parar. Tiene que haber un antes y un después de las Fiestas de Santa Marta 2018. Seguro que todos estaremos más seguros y más contentos.
El primer día que permitieron pisar y jugar en aquella nueva plazuela asfaltada, jugué al balón como el mismísimo Rafael Gordillo. Metí tres goles. Llegué a casa y le espeté a mi madre:
—Mamá, de mayor voy a ser futbolista.
Mi querida madre, que tenía por primera norma que sus hijos jamás perdieran la ilusión, me dijo:
—Claro cariño, igual hasta te dejan jugar en el Athletic.





