El día que no conocí a Robert Redford

Al llegar a La Habana un aire denso, de intenso calor y humedad, vino a recibirme. Era un aire afrutado con sabor a guayaba aunque, en el lenguaje de la madre patria, se podría decir de caldero de ciruelas intensamente maduras recogidas en pleno mes de agosto.
Un abanico de sensaciones distrajo mi pensamiento, no sé por qué me puse a pensar en Estela, la amiga cubana que nos había prometido una comida típica en su casa, acompañada por sus amigos del cine, con los que cualquier charla siempre resultaba interesante y productiva.
La Habana se desplegaba a los sentidos: jovial, dicharachera. La ciudad bullía alegre y acomodada a su son, tranquilo, sosegado, en donde las prisas de las grandes urbes dejaban espacio a otros mundos con más sustancia y condimento; por ejemplo, las lentejas de Estela.
Cualquiera podría pensar que ir a Cuba, con lo que hay que ver, ¡para tomar un plato de lentejas!... dicho así era toda una absurdez, pero aquellas lentejas encerraban un secreto muy bien guardado. No se trataba del plato en sí, sino de quien las iba a degustar con nosotras.
En un anterior viaje, por mor de la casualidad, Estela había comentado que su amigo Robert había pasado por su casa. Siempre que estaba en la isla, la llamaba para que le cocinase dichas legumbres.
Yo, por aquel entonces, no me percaté de a qué Robert se refería, sólo veladamente Estela insinuó que aquellas visitas de su amigo no se publicitaban nunca, ya que no gustaba mucho en los Estados Unidos que el afamado actor anduviera de la Ceca a la Meca, o centrándonos en el relato: De California a La Habana.
“¡Dios mío, si se está refiriendo al mismísimo Robert Redford!” Así, como el que no quiere la cosa.
Casi me da un pasmo y, con atrevimiento, pregunté si podría estar en una de esas comidas, si coincidiese con la visita de Robert a la capital cubana.
Estela, que es una mujer amable, exquisita en el trato y de una suavidad y sencillez encantadoras, me respondió afirmativamente. “Por cierto, creo que el viernes viene, no es seguro pero muy posible.”
¿Iba a poder sobrevivir una semana entera sin otro pensamiento que el de compartir mesa y mantel con Redford?... uno de los grandes del celuloide, un mito, un excelente actor, un estupendo director de cine... ¡Un dios! Entonces, en mi mente empezaron a discurrir grandes escenas de películas en donde él era el protagonista: cómo no recordar aquel lavado de cabello a Meryl Streep en ‘Memorias de África’; o cualquiera de las escenas de ‘El Golpe’ con mi admirado Paul Newman y, con este mismo actor, en ‘Dos hombres y un destino’; o la encantadora ‘Descalzos por el parque’ con Jane Fonda…¡Oh my God! ¿Estaba preparada para ese trance? – me preguntaba sin tregua.
¿Qué es el tiempo? –reflexionando en la habitación del hotel. El tiempo es ese desasosiego que va lento e intenso cuando quieres algo que parece no llegar nunca.
Pero llegó el viernes: el día señalado.
Una llamada de Estela fue suficiente para que todos mis sueños se volatilizaran. “No puede venir. Le han surgido otros planes” – me explicó lacónicamente.
Han pasado unos años, he vuelto por La Habana y he preguntado por ‘las lentejas’, cada vez que las nombro sonrío y recuerdo el día aciago que no pude conocer a Robert, así, tal cual le llama Estela, como si se tratase de un pariente, un amigo más, un conocido…

Al llegar a La Habana un aire denso, de intenso calor y humedad, vino a recibirme. Era un aire afrutado con sabor a guayaba aunque, en el lenguaje de la madre patria, se podría decir de caldero de ciruelas intensamente maduras recogidas en pleno mes de agosto.
Un abanico de sensaciones distrajo mi pensamiento, no sé por qué me puse a pensar en Estela, la amiga cubana que nos había prometido una comida típica en su casa, acompañada por sus amigos del cine, con los que cualquier charla siempre resultaba interesante y productiva.
La Habana se desplegaba a los sentidos: jovial, dicharachera. La ciudad bullía alegre y acomodada a su son, tranquilo, sosegado, en donde las prisas de las grandes urbes dejaban espacio a otros mundos con más sustancia y condimento; por ejemplo, las lentejas de Estela.
Cualquiera podría pensar que ir a Cuba, con lo que hay que ver, ¡para tomar un plato de lentejas!... dicho así era toda una absurdez, pero aquellas lentejas encerraban un secreto muy bien guardado. No se trataba del plato en sí, sino de quien las iba a degustar con nosotras.
En un anterior viaje, por mor de la casualidad, Estela había comentado que su amigo Robert había pasado por su casa. Siempre que estaba en la isla, la llamaba para que le cocinase dichas legumbres.
Yo, por aquel entonces, no me percaté de a qué Robert se refería, sólo veladamente Estela insinuó que aquellas visitas de su amigo no se publicitaban nunca, ya que no gustaba mucho en los Estados Unidos que el afamado actor anduviera de la Ceca a la Meca, o centrándonos en el relato: De California a La Habana.
“¡Dios mío, si se está refiriendo al mismísimo Robert Redford!” Así, como el que no quiere la cosa.
Casi me da un pasmo y, con atrevimiento, pregunté si podría estar en una de esas comidas, si coincidiese con la visita de Robert a la capital cubana.
Estela, que es una mujer amable, exquisita en el trato y de una suavidad y sencillez encantadoras, me respondió afirmativamente. “Por cierto, creo que el viernes viene, no es seguro pero muy posible.”
¿Iba a poder sobrevivir una semana entera sin otro pensamiento que el de compartir mesa y mantel con Redford?... uno de los grandes del celuloide, un mito, un excelente actor, un estupendo director de cine... ¡Un dios! Entonces, en mi mente empezaron a discurrir grandes escenas de películas en donde él era el protagonista: cómo no recordar aquel lavado de cabello a Meryl Streep en ‘Memorias de África’; o cualquiera de las escenas de ‘El Golpe’ con mi admirado Paul Newman y, con este mismo actor, en ‘Dos hombres y un destino’; o la encantadora ‘Descalzos por el parque’ con Jane Fonda…¡Oh my God! ¿Estaba preparada para ese trance? – me preguntaba sin tregua.
¿Qué es el tiempo? –reflexionando en la habitación del hotel. El tiempo es ese desasosiego que va lento e intenso cuando quieres algo que parece no llegar nunca.
Pero llegó el viernes: el día señalado.
Una llamada de Estela fue suficiente para que todos mis sueños se volatilizaran. “No puede venir. Le han surgido otros planes” – me explicó lacónicamente.
Han pasado unos años, he vuelto por La Habana y he preguntado por ‘las lentejas’, cada vez que las nombro sonrío y recuerdo el día aciago que no pude conocer a Robert, así, tal cual le llama Estela, como si se tratase de un pariente, un amigo más, un conocido…






