El Antojano de Álvaro F. Sutil
Sábado, 24 de Noviembre de 2018

Crónica de nuestros bares

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Hace unos meses cerraban en Astorga el pub ‘Ya nunca me llamas’, ‘Llámame’ o simplemente el ‘ya’; como era denominado entre los ‘nocturnos’ que lo frecuentábamos. Un clásico de la noche en la muy noble que vio generaciones enteras bailar al son de los viejos clásicos del pop/rock de los 60 y 70. Una cueva de la felicidad cuyas luces rojizas se apagaron ¿definitivamente? para pena de nostálgicos del JB, el Larios y el Cacique. Ver a Kanki Sáez poniendo copas (cuando tenías la suerte de que se acordara de ti mientras esperabas apostado en la barra), el sonido tosco del futbolín, con sus dobladas barras de tanto levantarlo, el humo estancado del tabaco… todo conformaba una imagen de auténtica noche, de las que ya no quedan tras la llegada de lo ‘premium’, los gin-tonic con macedonia y el puto reguetón… que nos ha echado a todos a horas más tempranas, a tomar unas cervezas a las nueve de la noche, pinchando algo, y al son del primer whisky enfilar calle arriba y adiós muy buenas. Bien entrada la prohibición de fumar en los locales de ocio, aún recordamos mi cuadrilla y yo a Pablo pegándonos la bronca por pasárnosla por el forro en la trasera del bar, diciendo: “fumarme p’abajo joder, fumarme p’abajo”. Y otra, durante el mismo periodo, darle al pitillo cerca de los baños, mientras el comisario, un teniente coronel y el capitán de la guardia civil, amén de algún juez que pululaba por ahí, celebraban los Ángeles Custodios, digo yo, dándole al ‘futbolo’. Inolvidable (y totalmente verídico).

 

Por si fuera poco, días atrás cerraba la cafetería ‘Romano’; ‘El Romano’ de toda la vida, por el que también pasaron varias ‘camadas’ de jóvenes (y no tanto) desde hace 30 años. Un bar que puso la primera piedra de lo que significaba en la ciudad una cafetería moderna, originalmente decorada, acogedora y punto de encuentro para amigos, amigas, amigos con derechos, futuras parejas, parejas por hacer, parejas por resolver, intento de parejas, parejas de uno y demás especies de esto llamado relaciones sociales. Un refugio cálido donde las horas pasaban tras las ventanas. Una cafetería, para el que suscribe, totalmente adscrita al invierno, que es la época donde brotan mis recuerdos de ella. ‘Cacaolat’, trivial y bendita tarde. Y así se escribe la historia de la vida sin móviles, ni redes sociales… esta es la crónica de nuestros bares antes de que lo único que nos importe de ellos es que tengan wifi y un enchufe cerca, no sea.

 

Qué vamos a decir del ‘Señor K’; ‘el K’, cuyo propietario, el gran Tito, me dicen traspasa el garito, quiere jubilarse, cuidar de la familia y empezar a dormir las noches de los fines de semana, que sé yo, pero bien ganado lo tiene. No tengo demasiada información, no sé si alguien va a cogerlo (adquirirlo para los argentinos), o bien si va a cerrar sus puertas; pero sin el Mikel Erentxun maragato detrás de la barra será como perder otro de los míticos locales de Astorga, que frecuentamos desde que estaba en la calle Gabriel Franco, es decir en mi caso 22 años atrás, siendo lugar de mil y una juergas, correrías, risas (muchas) y alguna que otra torta juvenil. Del vodka-lima (menudo veneno Dios mío) que empezó poniéndome Javi Carracedo al último Johnny – cola que espero beberme allí, pasando por el Cacique y el DYC que tantas veces me sirvió Lombilla, siempre protestando, y que también transcurrieron paralelos a mi vida nocturna, y la de muchos gamberros que me acompañaron, y aun siguen, al menos algunos, no demasiados. Son solo tres ejemplos recientes, pero la lista es larga y amarga a los largo de los años.

 

Menuda mierda, cada vez soy más nostálgico de este tipo de cosas, de esos pequeños ratos en nuestros bares que no volverán, primero por la edad, y segundo porque ni los propios locales estarán para un ‘remember’, ni siquiera para un ‘remember’ de vez en cuando.

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