Sorpresas en Navidad

He empezado el año bastante ambicioso y mi lista de propósitos es la siguiente: que todo siga igual. Basta salir de fiesta y mirar el móvil a la mañana posterior para comprobar lo frágil que es todo. Pienso en todas las copas que hemos bebido estos días y me vuelve un ligero dolor de cabeza y la boca pastosa, como si fuera una hormigonera y masticara cemento. Tengo un amigo que cada vez que pedimos una, solicita ronda de chupitos. Demanda que realiza de manera discreta, tan es así que sospechamos las pide por el móvil. Suele ser tequila o algo así de tremendo así que me embadurno de sal hasta el brazo y chupo el limón como si aquello fuera una almeja. Hace un par de sábados y ya con un par de rondas quiso hacerme de celestina, como cuando teníamos quince años, y fue a arrimarse a una chica para relatarle mis virtudes. Como debió de reseñar muchas, la muchacha escapó de él y vino a decirme que me lo llevara. No puse cara de distraído ni de andar ocupado y no funcionó. Aunque de haber salido aquello habría sido más raro que el Atleti ganando finales de Champions. Ella es culé. Y vaya culé. 

Lo mejor de las navidades sin duda fue comprobar cómo mejora la gente. Es cierto que ella era mucho más pequeña y la luz de aquel garito era ligera y que sería su primer novio. Recuerdo que, aunque no estaba cerca, me alejé más, no me fueran a dar con un diente. Si aquello era una guerra civil, yo me exiliaba. Ahora besa suave y no le gusta que la tiren del pelo. Cuando comenté el cambio adujo algo sorprendente: besaba atacando porque no le gustaba. Me confesó, también, que nunca hablaban y esa indiscreción me sorprendió un poco menos porque es bien sabido que los niños y los señores mayores no lo hacen con sus parejas. En los primeros por no saber qué decir y en los segundos por no saber ya qué decir. No la conozco mucho, pero se ríe todo el tiempo y parece insegura y aunque lo parezca no quema si la tocas.