El hombro caído de A.
![[Img #42087]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2019/3486_prada.jpg)
El pasado martes, con motivo de un curso celebrado en la Avenida de la Facultad titulado “La transición como modelo de consenso”, en el Aula Magna de San Isidoro, pudimos asistir a una mesa redonda con unos invitados de altura. La presentación de sus currículos duró aproximadamente un partido de fútbol. Eran: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que con un nombre como ese lo excepcional es que sean siete y no él solo el que realizara la ponencia de la Constitución de 1978, Fernando Ledesma, ministro de Justicia en el primer Gobierno de Felipe González, y Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, ministro de Educación con Calvo Sotelo y Suárez.
Comenzó, ya digo, con un extensísimo recordatorio de lo que habían hecho. Parecían haber vivido más acontecimientos extraordinarios que Zweig. En esas estábamos cuando, de repente, vislumbré a A. que estaba delante de mí. Que lo estuviera no había sido fruto del azar, ni siquiera del destino ya que me había preocupado para buscar la perspectiva perfecta desde la cual si la conferencia se hacía pesada pasar el rato. No fue el caso. Y eso que parecía jugar desde el principio con su ancha camisa caída por los hombros. Miguel Herrero nos habló, precisamente, de esas tres palabras: azar, carácter y destino. Dependiendo cómo se utilicen puedes pasar a la Historia por ser uno de los ponentes de la Constitución que coincide con el mejor período de España o colocarte de manera que cuando gire la cabeza para hablar con su amiga puedas ver los mofletes de A.
Que los franquistas renunciaran al franquismo, los socialistas al marxismo y los comunistas al leninismo, no sólo fue fruto de la altura política de sus líderes, que también, sino de que el pueblo español en su conjunto empujó para ello. Mientras Ledesma manifestaba esto, Herrero de Miñón, de impecable traje de tres piezas, se resbalaba sentado en la silla. En las filas de adelante se sorteaban quienes eran los que irían a levantarlo. A. mecía su largo pelo rubio como si se acabara de levantar, dejando un hombro al descubierto y un sinfín de posibilidades ocultas. Recordé aquella frase de Beigbeder de que el futuro es el hombro desnudo de una desconocida y me pregunté si ella sabría quién era, no Frédéric sino yo. “Casi todo lo que hemos hecho ya fue en el siglo pasado” bromeaba uno de los oradores. No apunté quien porque las frases buenas son de todos. O de Churchill. Pero me parece que fue Díaz-Ambrona, que era el más irónico. También nos advirtió a los más jóvenes de que el pelenopismo no tiene nada que ver con una actriz española y sí con la Odisea. Muchos tampoco cogieron la aclaración.
Terminaron haciendo un elogio de nuestra CE y la importancia de restaurar la democracia en España diciendo que la mayoría de los problemas que actualmente tenemos en nuestro país pueden resolverse sin tocar ni una coma de la carta magna. Respecto del título octavo señalaron que simplemente fija un camino y abre un marco del que partir y avisaron que la unidad española es innegociable. Aconsejaron, por último, no meterse en política sin haber ejercido antes una profesión y tener conciencia crítica. Muchos aplausos y alguna mueca molesta desde el lugar reservado para autoridades y políticos. Se pasó la tarde rápido y eso siempre es algo bueno, salvo que sea demasiado rápido y en ciertos momentos. A estas alturas A. conversaba con su amiga y me fijé en que su nariz no era perfecta, si me rechaza ahí es donde dirigiré mis esfuerzos y pensamientos. Y en que su amiga tampoco está nada mal.
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El pasado martes, con motivo de un curso celebrado en la Avenida de la Facultad titulado “La transición como modelo de consenso”, en el Aula Magna de San Isidoro, pudimos asistir a una mesa redonda con unos invitados de altura. La presentación de sus currículos duró aproximadamente un partido de fútbol. Eran: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que con un nombre como ese lo excepcional es que sean siete y no él solo el que realizara la ponencia de la Constitución de 1978, Fernando Ledesma, ministro de Justicia en el primer Gobierno de Felipe González, y Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, ministro de Educación con Calvo Sotelo y Suárez.
Comenzó, ya digo, con un extensísimo recordatorio de lo que habían hecho. Parecían haber vivido más acontecimientos extraordinarios que Zweig. En esas estábamos cuando, de repente, vislumbré a A. que estaba delante de mí. Que lo estuviera no había sido fruto del azar, ni siquiera del destino ya que me había preocupado para buscar la perspectiva perfecta desde la cual si la conferencia se hacía pesada pasar el rato. No fue el caso. Y eso que parecía jugar desde el principio con su ancha camisa caída por los hombros. Miguel Herrero nos habló, precisamente, de esas tres palabras: azar, carácter y destino. Dependiendo cómo se utilicen puedes pasar a la Historia por ser uno de los ponentes de la Constitución que coincide con el mejor período de España o colocarte de manera que cuando gire la cabeza para hablar con su amiga puedas ver los mofletes de A.
Que los franquistas renunciaran al franquismo, los socialistas al marxismo y los comunistas al leninismo, no sólo fue fruto de la altura política de sus líderes, que también, sino de que el pueblo español en su conjunto empujó para ello. Mientras Ledesma manifestaba esto, Herrero de Miñón, de impecable traje de tres piezas, se resbalaba sentado en la silla. En las filas de adelante se sorteaban quienes eran los que irían a levantarlo. A. mecía su largo pelo rubio como si se acabara de levantar, dejando un hombro al descubierto y un sinfín de posibilidades ocultas. Recordé aquella frase de Beigbeder de que el futuro es el hombro desnudo de una desconocida y me pregunté si ella sabría quién era, no Frédéric sino yo. “Casi todo lo que hemos hecho ya fue en el siglo pasado” bromeaba uno de los oradores. No apunté quien porque las frases buenas son de todos. O de Churchill. Pero me parece que fue Díaz-Ambrona, que era el más irónico. También nos advirtió a los más jóvenes de que el pelenopismo no tiene nada que ver con una actriz española y sí con la Odisea. Muchos tampoco cogieron la aclaración.
Terminaron haciendo un elogio de nuestra CE y la importancia de restaurar la democracia en España diciendo que la mayoría de los problemas que actualmente tenemos en nuestro país pueden resolverse sin tocar ni una coma de la carta magna. Respecto del título octavo señalaron que simplemente fija un camino y abre un marco del que partir y avisaron que la unidad española es innegociable. Aconsejaron, por último, no meterse en política sin haber ejercido antes una profesión y tener conciencia crítica. Muchos aplausos y alguna mueca molesta desde el lugar reservado para autoridades y políticos. Se pasó la tarde rápido y eso siempre es algo bueno, salvo que sea demasiado rápido y en ciertos momentos. A estas alturas A. conversaba con su amiga y me fijé en que su nariz no era perfecta, si me rechaza ahí es donde dirigiré mis esfuerzos y pensamientos. Y en que su amiga tampoco está nada mal.






