Redacción
Jueves, 18 de Abril de 2019

La lluvia deja en silencio las procesiones de Astorga y Val de San Lorenzo

Eran los paraguas lo que más abundaba a la puerta de la cofradía de Los Caballeros del Silencio (caballeros y 'caballeras') este Jueves Santo. Los portones estaban abiertos y el cabildo chillaba de luz para que se pudiesen ver las imágenes. Ya en la Iglesia, como también en la del Val de San Lorenzo, se celebró un Viacrucis. En San Bartolomé, previamente la banda Jesús Nazareno y Soledad, interpretó una marcha en memoria de sus ausentes y recibió la medalla de la cofradía. La coral Excelsior interpretó su esperado motete al Nazareno y al Ecce Homo.

[Img #43123]

 

 

Fragmento del pregón de la Semana Santa de Astorga 2012 a cargo de Juan José Alonso Perandones

 

El 14 de mayo de 1962, Esteban Carro Celada dio su habitual “Buenas noches Astorga” o el “Editorial”, en Radio Popular, con una noticia que para niños y mayores eclipsó la boda de los futuros reyes de España celebrada tal día en Atenas: “¿Poncio Pilato nació en Astorga?”.

 

Después de la apertura de la emisora en marzo, aquella noticia con interrogantes fue la más importante del año.

 

“Que dijeron en la radio que Poncio Pilatos, el que se lavó las manos, nació en Astorga”, comentábamos los niños sorprendidos y como algo culpables de que un personaje tan vil, que había dado al Sanedrín el visto bueno para sentenciar a muerte a Jesús, tuviese algo que ver con esta ciudad nuestra. No podía ser que Pilatos en tiempos remotos jugase como nosotros en torno al foso del Palacio, que, con el afán de presumir como un pollito pera en la muralla, comprase los mejores espigos a los peones para que, desenroscada su tensa cuerda, bufase el aire en su perímetro como en un alocado cojinete; ni tampoco que alguna vez acertase a dar un golpe certero a la bigarda en la corona de La Moldera... Pablo, que era un pitagorín y resabidillo, deshizo el entuerto: “Que lo dicen por el padre, que estuvo aquí mandando las tropas romanas que habían venido a construir la ciudad, pero que no se sabe si su hijo Pilato nació aquí o no”. Pues, menos mal, porque parecía imposible que el culpable de que el Nazareno pujase con esa cruz a cuestas en la noche santa del Jueves, en un silencio sepulcral y de túnicas blancas, hubiese cantado aquí el cálculo y comprado gusanos de seda en la carbonería.

 

 

[Img #43115]

 

 

Antes y ahora es bajo el dintel de las puertas enrejadas de los Panero donde mejor uno se encuentra con esos ojos abiertos y luminosos de este Cristo: un leve resplandor en la noche tras el lejano, inmenso, tapiz catedralicio. Y es inevitable el vislumbrar aquí, desde esta misma casa de hiedra y palmeras, con el macerar del tambor en tus oídos, a Leopoldo Panero cruzar las puertas del primer templo para encontrarse con el mismo Cristo, el Cristo de las Aguas:

 

Todo mi corazón piedad se hace

al abrirse tus puertas lastimeras;

a espaldas ya del mundo queda el alma,

sola en su plenitud, y no es más honda

 

la paz que hay en el mar que la que, viva,

profundamente tenebrosa y viva,

se abre ante la esperanza, al pie del cárdeno

Cristo, bajo el vacío de tus naves,

inmensamente solitarias siempre

como el alba al nacer sobre el picacho.

 

No, no es la luz más bella que tu sombra,

Cristo de mi velar, Cristo desnudo

como enjuto ciprés de pobre aldea,

que empaña y amortaja el pensamiento

en la vidriada luz de sus pupilas /.../.

 

 

[Img #43118]

 

 

En el año astorgano, para nosotros solo una noche se junta y confunde con el día, quiero deciros que si bien en la madrugada del próximo siete de abril la luna llena teñirá de malva el paseo de la Muralla, será al atardecer cuando la torre rosada catedralicia se empañe de un halo amoratado, y, asimismo, cuando, llegada la medianoche, malva y morado se tornará el cielo de Sancti Spíritus. Así ocurría también para la churrería de El Frontón, de la avenida de la Estación: empezaban las calderas a humear en la madrugada, a despachar churros y aguardiente generosa antes de que los cofrades tentasen a San Juanín para la carrera, y no se esfumaba el humo de La Colada hasta que La Soledad quedaba bien guardada.

 

 

[Img #43120]

[Img #43121]

 

 

Fragmento de 'La última tentación de Cristo' de Nikos Kazantzakis.

 

Salieron por la puerta de David y comenzaron a subir la loma. Pronto llegarían a la cima del Gólgota, donde no había más que piedras, espinas y esqueletos. Crucificábase allí a los rebeldes y las aves de presa devoraban sus cuerpos; el aire hedía a carroña.

 

El cirenaico dejó la cruz en tierra. Dos soldados se pusieron a cavar y a plantarla entre las piedras. Jesús esperaba, sentado en una piedra. El sol refulgía en lo alto de un cielo de hierro can­dente. No había ni una llama, ni un ángel, no se veía el menor signo que permitiera suponer que allá arriba alguien miraba lo que ocurría en la tierra... y mientras esperaba sentado, desmenu­zando entre los dedos un terroncito de tierra, Jesús sintió que alguien estaba delante de él y lo miraba. Con calma, sin prisa, alzó la cabeza, la vio y la reconoció:

 

—Bienvenida —murmuró—, fiel compañera de camino. Aquí acaba el viaje. Se cumplió lo que tú deseabas y lo que yo deseaba. Toda mi vida luché para transformar el Anatema en Bendición. Después de esto, estamos en paz. Adiós, Madre —y agitó lige­ramente la mano a la sombra cruel.

 

—Dos soldados asieron a Jesús por los hombros.

 

—¡En pie, Majestad! —le gritaron—. ¡Sube a tu trono!

 

Lo desnudaron y quedó al descubierto el cuerpo delgado bañado en sangre.

 

El calor era tórrido. La muchedumbre, cansada de desgañifarse, miraba en silencio.

 

—Dale de beber vino para que cobre valor —dijo un soldado. Pero Jesús rechazó la copa y extendió los brazos hacia la cruz.

 

—Padre —murmuró—, hágase tu voluntad.

 

—¡Embustero! ¡Canalla! ¡Embaucador del pueblo! —aullaban los ciegos, los leprosos y los tullidos.

 

—¿Dónde está el reino de los cielos? ¿Dónde están los hor­nos llenos de pan? —aullaban los menesterosos. Llovían las pie­dras y los tomates.

 

 

[Img #43122]

 

 

Jesús abrió los brazos y quiso exclamar: “¡Hermanos!”, pero los soldados lo cogieron y lo subieron a la cruz. Llamaron a los gitanos. Cuando éstos levantaron los martillos y se oyó el primer golpe, el sol ocultó su rostro. Al segundo golpe de martillo el cielo se ensombreció y aparecieron las estrellas. No eran estre­llas sino gruesas lágrimas que caían, gota a gota, en la tierra.

 

El terror se apoderó del pueblo. Los caballos que montaban los romanos se asustaron, se levantaron sobre las patas traseras y se echaron a galopar, desbocados, pisoteando a la judiada. Súbi­tamente la tierra y el cielo enmudecieron, como cuando se va a producir un temblor de tierra. Simón el cirenaico se echó de bruces sobre las piedras; la tierra había temblado súbitamente bajo sus pies y sintió miedo.

 

—¡Oh! —murmuró—. La tierra va a abrirse y a tragarnos...

 

 

[Img #43119]

 

 

Alzó la cabeza y miró a su alrededor. Hubiérase dicho que el mundo se había desvanecido y que brillaba, pálido y brumoso, envuelto en tinieblas azuladas. Las cabezas de la multitud habían desaparecido y sólo se veían los ojos, semejantes a agujeros negros. Una bandada de cuervos que, atraída por el olor de la sangre, revoloteaba sobre el Gólgota, huía ahora, espantada. De la cruz salía un estertor débil y quejumbroso; el cirenaico endu­reció su corazón, levantó los ojos y miró. Lanzó un grito. No eran gitanos los que clavaban al crucificado: una muchedumbre de ángeles había descendido del cielo y empuñaba martillos y clavos, volaba en torno de Jesús, descargaba golpes redoblados clavando alegremente sus manos y sus pies; otros ataban fuer­temente el cuerpo del crucificado con gruesas sogas para que no cayera y un angelito de mejillas rosadas y rizos rubios traspasaba el costado de Jesús de un lanzazo.

 

—¿Qué es esto? —murmuró el cirenaico, temblando—. ¡El propio Dios lo crucifica!

 

Entonces Simón el cirenaico sintió el miedo más intenso y el dolor más grande de su vida: una voz fuerte hendió el aire de arriba abajo, desgarradora, preñada de reproches:

 

—ELI... ELI...

 

No podía acabar el grito; quería acabarlo pero no lo lograba y, de pronto, sintió que se le cortaba la respiración. El Crucifi­cado inclinó la cabeza.

 

Se desvaneció. Le tuvieron dos levitas, que lo cogieron por los hombros y lo zarandearon.

 

—Tu forma de hablar te traiciona —le gritaron—. Eres gali- leo y discípulo suyo.

 

Entonces Pedro se puso a blasfemar, a maldecir y a gritar:

 

—¡No conozco a ese hombre!

 

 

[Img #43117]

[Img #43116]

 

 

En aquel instante cantó el gallo del corral. Pedro calló brus­camente. Acababa de recordar las palabras del maestro: “¡Pedro, Pedro, antes de que cante el gallo renegarás de mí tres veces!” Salió del palacio, se desplomó en tierra y se deshizo en lágrimas.

 

Nacía el día. El cielo se tornó escarlata; parecía cubierto de sangre. Un levita pálido salió corriendo de la sala del Sanedrín, y dijo:

 

—El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras cuando el crimi­nal dijo: “¡Soy Jesús, el hijo de Dios!” Todos los ancianos se pusieron en pie de un salto y se rasgaron las vestiduras, gri­tando: “¡Muera! ¡Muera!”

 

Salió otro levita, que dijo:

 

—Ahora lo conducirán ante Pilatos. El es el único que puede decretar su muerte. Apartaos para dejarle pasar. Ya abren las puertas.

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.