Eloy Rubio
Viernes, 19 de Abril de 2019

"Solemne, lento, majestuoso..., avanza el Bendito Cristo"

En Astorga, el mediodía del Viernes Santo se llena de los sonidos de la Procesión del Bendito Cristo de los Afligidos, que ha salido majestuosa del cabildo del barrio de San Andrés. Camino de la Catedral ha subido la cuesta del Postigo donde Luis Jiménez ha cantado la tradicional saeta al ritmo del yunque. Después de la parada en el atrio de la seo para escuchar el Sermón de las Siete Palabras, el desfile regresa al extramuro.

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Miguel Sánchez Ruiz. (Fragmento del pregón de la Semana Santa del año 1999)

 

En el mediodía del Viernes Santo, se entrevén, desde el atrio de la Catedral, las cruces desnudas, como escoltadas por los devotos, que a ambos lados cantan y rezan sin rubor. Solemne, lento, majestuoso, recibiendo las miradas compasivas o curiosas de los que esperan en el atrio de la catedral, avanza el Bendito Cristo. ¡Qué cara de satisfacción y orgullo muestran los Cofrades, al quitarse el capirote cuando se disponen a hacer un alto! ¡Lástima que no todos los gestos sean signo de la piedad! El Bendito Cristo, como en un montículo tapizado de claveles, es colocado en frente de los muchos devotos, para que puedan contemplarlo. El rutilante sol, unas veces, y la brisa, con ventisca fría o amenazadora de lluvia, otras, hacen que la mayoría anhele que la parada, para meditar, sea corta. La verdad es que, sin querer, todos los años viene a mi memoria la expresión de San Juan de la Cruz: "Una Palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y éste habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha ser oída del alma” (Máximas).

 

Las manchas de las gotas de sangre, que se habían deslizado por la frente, las mejillas, el pecho y las piernas están reflejadas en la bendita imagen. Es lo que se puede observar con los ojos, pero hay una realidad más profunda en la que se condensan: La noche obscura del “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” de San Marcos; la plenitud del “Todo está consumado” de San Juan y el inicio de la resurrección de la gloria del “Padre en tus manos encomiendo tu espíritu de S. Lucas.

 

 

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Declaración de José de Arimatea. Evangelios Apócrifos (Fragmento)

 

                                                                          IV

 

 

1. Entonces yo, José, demandé el cuerpo de Jesús y lo puse en un sepulcro nuevo, sin estrenar. Mas el cadáver del que es­taba a la derecha no pudo ser hallado, mientras que el de la izquierda tenía un aspecto parecido al de un dragón.

 

Y, por el hecho de haber pedido el cuerpo de Jesús para darle sepultura, los judíos, dejándose llevar de un arranque de cólera, me metieron en la cárcel donde solía retenerse a los mal­hechores. Me ocurría esto a mí la tarde del sábado en que nues­tra nación estaba prevaricando. Y mira por cuánto esta nuestra misma nación sufrió el sábado tribulaciones terribles.

 

 

2. Y precisamente la tarde del primer día de la semana, a la hora quinta, cuando yo me encontraba en la cárcel, vino ha­cia mí Jesús acompañado del que había sido crucificado a su derecha, a quien había enviado al paraíso. Y había una gran luz en el recinto. De pronto la casa quedó suspensa de sus cuatro ángulos; el espacio interior quedó libre y yo pude salir. Enton­ces reconocí a Jesús en primer lugar y luego al ladrón, que traía una carta para Jesús. Y, mientras íbamos camino de Galilea, brilló una luz tal, que no podía soportarla la creación; el ladrón, a su vez, exhalaba un gran perfume procedente del paraíso.

 

3. Luego sentóse Jesús en un lugar y leyó así: “Los queru­bines y los exaptérigos, que recibimos de tu divinidad la orden de guardar el jardín del paraíso, hacemos saber esto por medio del ladrón que fue crucificado juntamente contigo por disposi­ción tuya: Al ver en éste la señal de los clavos y el resplandor de las letras de tu divinidad, el fuego se extinguió, no pudiendo aguantar la flamígera señal; y nosotros, sobrecogidos por un gran temor, quedamos amedrentados; pues oímos al autor del cielo y de la tierra y de la creación entera que bajaba desde la altura hasta las partes más bajas de la tierra a causa del primero de los creados, Adán. Pues, al ver la cruz inmaculada que ful­guraba por medio del ladrón y que hacía reverberar un resplan­dor siete veces mayor que el del sol, se apoderó de nosotros, presa de la agitación de los infiernos, un gran temblor. Y, ha­ciendo coro con nosotros los ministros del infierno, dijimos a grandes voces: Santo, Santo, Santo es el que impera en las altu­ras. Y las potestades dejaban escapar este grito: Señor, te has manifestado en el cielo y sobre la tierra, dando la alegría de los siglos, después de haber salvado de la muerte a la misma criatura”.

 

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                                                                                   V 

 

1. Mientras iba yo contemplando esto, camino de Galilea, en compañía de Jesús y del ladrón, Aquél se transfiguró, y no era lo mismo que al principio, antes de ser crucificado, sino que era luz por completo. Y los ángeles le servían continuamente, y Jesús mantenía conversación con ellos. Y pasé tres días a su lado, sin que ninguno de sus discípulos le acompañara, sino sólo el ladrón.

 

2. Mediada la fiesta de los Ázimos, vino su discípulo Juan, y todavía no habíamos visto al ladrón ni sabíamos qué había sido de él. Juan entonces preguntó a Jesús: “¿Quién es éste, pues no me has permitido ser visto por él?” Mas Jesús no le res­pondió nada. Entonces él se echó a sus pies y le dijo: “Señor, sé que desde el principio me amaste; ¿por qué no me haces ver a aquel hombre?” Díjole Jesús: “¿Por qué vas en busca de lo ar­cano? ¿Eres obtuso de inteligencia? ¿No percibes el perfume del paraíso que ha inundado el lugar? ¿No te das cuenta de quién era? El ladrón colgado de la cruz ha venido a ser heredero del paraíso; en verdad, en verdad te digo que de él sólo es hasta que llegue el gran día». Y Juan dijo: ”Hazme digno de verle”.

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