Roberto Prada Gallego
Sábado, 27 de Abril de 2019

Sí presunto en una noche de fiesta

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Una espicha es un campo de concentración al que van los jóvenes a emborracharse. La definición no se me ha ocurrido a mí. Como todo, lo habré leído en algún sitio y ni siquiera sé dónde, ni a quién. El caso es que estábamos allí, sin entrada y con los hielos volviéndose líquido. El vino malo y la coca cola light, por supuesto, que somos deportistas. No dejaban meter tapones. Tocaba esconderlos y ya se imaginan ustedes donde no iban a palpar los de la vigilancia. A la media hora conseguimos entrar al recinto. Cuando posamos las botellas en el suelo teníamos mayor número de tapones que de envases. Había mucha gente. Tanta que solo si te ponías de puntillas alcanzabas a ver cabezas. Nunca culos ni medios cuerpos. Al poco comenzó a llover y todos a la carpa, perdí a mis amigos durante media tarde y como no tenía móvil no podía llamarlos. Cuando pude darme la vuelta ahí estaban con dos chicas. Una fea y otra más guapa. Me puse a hablar con la fea para que se fijara en mí la otra. Son técnicas muy primitivas, pero también el derecho romano es muy antiguo y nos sigue abriendo caminos. Hicimos lo más difícil dos veces: salir de esa multitud para orinar y volver al mismo sitio, donde las dos chicas nos cuidaban las botellas y los hielos. En una de esas dos aventuras tuvimos un percance; un amigo no vio a una muchacha en cuclillas y la mojó un poco. La muchacha ni se enteró, ya digo que estaba lloviendo, pero la amiga sí. Y empezó a gritar como loca, nos salvó la música. De vuelta con nuestras nuevas amigas. La que era más agraciada me empezó a hablar, como el gentío era tal, yo no escuchaba nada, o tal vez sería el vino. El caso es que se acercaba mucho a mi oreja y me estaba poniendo malo. Les comenté a mis amigos que quizá tenía que salir de nuevo a mear y vi como remolonearon y no quisieron saber nada. Se la devolví a la muchacha y le susurré muy despacio tonterías en la orejita. Su tembleque era evidente y su amiga tiraba del brazo, pero era tal la diferencia entre ambas que no sería esa la primera vez que ligaba su amiga y ella no. Empezaba a bailar de espaldas a mí y me cambiaba las preocupaciones. Importaba menos que pisase los hielos como que no se acercara más. En esos momentos ya no escuchas la música. La muchacha hacía circulitos con el culo y yo me tiré el vaso por encima. Qué tontos somos. Cuando ya me lo acercó del todo y puso en el paquete su mano ni los cubitos hubieran bajado aquella inflamación. Aquello era más que tácito. Entre eso y mi meada, que yacía allí dentro, pude ponerlos a todos perdidos y no me hubiera enterado hasta que hubiera recibido el primer puñetazo. Mejor dejarlo aquí. Ya otro día cuento cómo terminó aquello, aunque lo resumo: mal.

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