Javier Huerta
Sábado, 18 de Mayo de 2019

Catalán

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En un artículo publicado en Correo literario, en 1954 (¡!), escribía Leopoldo Panero: “El catalán debería figurar como asignatura de bachillerato, cuando menos para los españoles de vocación literaria genuina. Todos saldríamos ganando”. Nuestro poeta conocía bien la gran literatura española en catalán, pues hasta la época moderna floreció, sobre todo, en Valencia (Jordi de Sant Jordi, Ausiàs March, Tirant lo Blanc) y las Baleares (Ramon Llull). En la Cataluña propiamente dicha no hubo grandes escritores hasta bien entrado el siglo xix, con la llegada de la Renaixença: Guimerà, Verdaguer, Maragall, etc. Frente a lo que con harta ignorancia se afirma, el catalán literario (no así el de la vida cotidiana, reprimido sin piedad) no sufrió ninguna cortapisa por parte del franquismo. Para demostrarlo, basta asomarse al catálogo de la colección “Els Nostres Clàssics”, que tras el paréntesis de la guerra, reanudó sus publicaciones en1946; o a la obra poética de Carles Riba y Salvador Espriu, la teatral de Manuel de Pedrolo, Josep Maria de Sagarra o Jordi Teixidor… Por no hablar de la narrativa de Josep Pla, el mayor prosista catalán de todos los tiempos, al que el catalanismo fanático (si se me admite el pleonasmo) nunca perdonó ni sus connivencias franquistas ni su temperamento independiente. Así es que Pla se murió ?¡manda huevos!? sin recibir el Premio de las Letras Catalanas. No importa: mientras el nombre de algunos de sus colegas más paniaguados y, desde luego, el de los políticos sectarios pasará al olvido en dos o tres generaciones, el suyo seguirá perviviendo en la memoria literaria. El cuaderno gris, traducido al catellano por Dionisio Ridruejo, es un libro que no debería perderse ningún lector culto.

 

Pero a lo que íbamos. A mi juicio, la democracia no ha sabido resolver el problema de las otras lenguas y culturas de nuestro país. Para escándalo de los timoratos me atrevo a decir que, respecto de los últimos años de la Dictadura, ha empeorado incluso en algunos aspectos, como por ejemplo el universitario. A primeros de los 70 empecé a estudiar Filología Hispánica con un plan de estudios en el que, entre las asignaturas obligatorias, figuraban tanto la Literatura catalana como la gallega (la vasca es, obviamente, de mucha menor entidad). Así mi promoción pudo leer y admirar a Rusiñol, Guimerà, d’Ors, Gimferrer, además de los clásicos que acabo de mencionar. Eran, además, los años de Els Joglars, Els Comediants, la Nova Cançó: Raimon, Llach, Bonet, etc., y de Joan Manuel Serrat, al que tampoco muchos en su tierra han perdonado que fuera el más universal de todos, por cantar no solo en catalán sino también en castellano. De manera que los estudiantes de Hispánicas, si no hablarlo, leíamos el catalán al menos en la intimidad, que es, por otro lado, el único modo que conozco de leer.

 

Aquel plan de estudios ?franquista pero excelente? fue sustituido por otro mucho peor. Hoy los estudiantes no pueden cursar Filología Hispánica sino Filología Española, Filología Catalana, Filología Gallega o Filología Vasca. Hace años comenté a cierto colega con ‘mano’ en el Ministerio de Educación que propusiera la creación de un grado / máster en Filología Hispánica, con un major en Español y un minor en las otras lenguas del Estado, o al revés: el major podría ser en Catalán, y el minor en Español. Pensaba que esta podía ser una forma coherente de articular el estudio de nuestras lenguas y literaturas, además de ampliar las salidas de los nuevos licenciados. Pero ?al parecer? ni a los españolistas ni a los catalanistas, recelosos del adjetivo hispánica, por más que este denominara la célebre Marca, origen de la nación catalana. La consecuencia es que las matrículas de las filologías minoritarias están bajo mínimos (me consta que en alguna universidad catalana el número de profesores es mayor que el de los alumnos). Por el contrario, los que estudian Español cada vez tienen mayores posibilidades laborales, dado el imparable avance de nuestra lengua en el mundo. Pero sin duda la vertebración cultural del país se ha resentido, y esto es grave y más lo va a ser en el futuro.

 

Hace unos años, Esperanza Aguirre ?tan olvidable en tantos aspectos? tuvo la feliz iniciativa de ofertar en la Enseñanza Media la asignatura de Catalán. Parece que ni un solo alumno la solicitó, de modo que nunca llegó a activarse. Mal síntoma. Como también lo es ?y mucho más grave, claro? la gravísima postergación del castellano por parte de la Generalitat en las escuelas catalanas. Así es que, como admirador y lector de la literatura catalana, solo me queda aconsejarles se acerquen a sus grandes escritores, de Joanot Martorell a Mercè Rodoreda, de Marià Manent a Joan Margarit.

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