Roberto Prada Gallego
Sábado, 01 de Junio de 2019

Qué tal el coche

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No todos los días viene a una pequeña ciudad de provincias un escritor famoso. La sensación es un poco como cuando juega la Selección; hay que hacer cola y asistir. Aunque sea un partido amistoso o no hayamos leído nada de él. Se nota que es famoso porque abarrotó el salón donde impartía la charla y su público se dividía entre señores escandalosamente mayores y chicas de mediana edad, es decir, unos cincuenta años. Lo normal, por otra parte, entre gente que lee, con alguna excepción, como la famosa jovencita tuitera con parche en el ojo. Vi a una mujer de unos treinta con vestido rojo fumando un cigarrillo delante de la puerta donde Google Maps indicaba el destino.

 

-Disculpe, ¿es aquí la ponencia de V?

 

Sí. Era allí. Entré. (Ojo, porque esto es lo más cerca que voy a estar nunca de Eduardo Mendoza). Me senté al final, por si hacían preguntas del libro, y al cabo de media hora, cuando todos goteábamos, salvo un señor diminuto con pantalón de pana y camisa con chaleco, de quien anoté en el móvil “el estilo consiste en que no se note y la elegancia en no sudar”, comenzó la función.

 

La primera sorpresa fue reconocer a la presentadora, la muchacha del vestido rojo. Ya conocía a uno de los dos integrantes de la charla. El autor contó en veinte minutos que la literatura es la vida y que su padre pasó hambre y eso le influyó de tal manera que cuando tuvo coche no aparcaba si no era a la sombra. Estuve tentado de salir a llamar por teléfono al mío para cerciorarme de que había comido o de que el coche estaba en la cochera.

 

Cuando llegó el turno de preguntas, uno del público nos impartió otra charla para sostener que la literatura no era la vida, sino más. Luego, V. al contestar otra pregunta sobre el realismo en sus libros y observando qué publico tenía ente manos sostuvo que Harry Potter trataba sobre la magia y que la ficción era naif y poco interesante.  Que ahí no había emoción. Para él, por supuesto, añadía, y hasta lo respetaba. Pero que no. Si no me levanté y dije que estaba equivocado me gusta pensar que fue un poco en honor a ese chico. Que para no llamar la atención y pasar desapercibido tampoco se hubiera levantado. Nadie tiene derecho a hablar así de un niño que no tiene padres. Y, sobre todo, nadie puede menospreciar así, sin ni siquiera pronunciar el nombre, a J. K. Rowling. Nunca he sido más feliz que leyendo esos libros por primera vez. Terminó con un recuerdo a los suyos y con un delicado y tierno lamento por esas cosas que tenía que preguntar a su padre y a su madre pero que ya no existen. Siempre puede leer a Harry.

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