Ingleses. Vigorizando el espíritu de Pitt
![[Img #44033]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2019/8879_brexit-840x448.jpg)
La formación de un Imperio más allá de los océanos era su principal obsesión para el futuro de la Isla. Las cuestiones continentales de su época (siglo s.XVIII) de continuas alianzas y desalianzas, tensiones y distensiones e incesantes cambios de fronteras, le interesaban francamente poco a William Pitt, nombrado Primer Ministro de Inglaterra en 1732 (con 24 años). Su máximo interés estaba puesto en América y la India, comprendiendo que el dinero, y por lo tanto el poder, estaba en las colonias y no en los alterados países europeos. Tenía muy en cuenta que la naturaleza del pueblo inglés era, y es, eminentemente comercial y su futuro, naturalmente, estaba, y está, en el comercio.
La India, con sus riquezas, estaba a su alcance. En la India los ingleses descubren tesoros comparables, e incluso superiores, a los que en otro tiempo habían traído los españoles de América. Las grandes fortunas que se hicieron en la India llegaron a tener un papel capital en la política inglesa.
Por todo ello, el Primer Ministro Pitt no quiere entretenerse ni gastar fuerzas ni dinero en el viejo continente en continuas pugnas por trozos de tierra. Alimenta una gran hostilidad a cualquier compromiso continental. “Ningún nuevo tratado de Utrecht manchará nuestra historia”, manifiesta con soberbia (a pesar de no haber sido un mal tratado para ellos que, aun siendo perdedores, se quedaron con Gibraltar, Menorca y algunos privilegios del comercio Atlántico. Pero quedaron rabiosos por no poder arrebatar a España el inmenso dominio colonial que todavía tenía). Con esa secuela Pitt advertía al pueblo inglés: “Cuando se trate de comercio pensad que es vuestra última línea de defensa, vuestra última trinchera, y que debéis defenderla o morir.”
Unos años más tarde, en otro tratado, los ingleses pierden Menorca y Calcuta. Pitt se alza con el poder con una clara finalidad: el sostenimiento y acrecentamiento del Imperio Inglés por el dominio de los mares. Para lograr su cometido necesitaba elevar la moral de la nación y emplear hombres y dinero sin mesura. No dudó nunca en utilizar todas las riquezas inglesas “Debemos recoger montones y montones de millones”, decía, y emprendió la guerra contra las colonias francesas en América.
Inglaterra, país cuyos comerciantes eran poderosos, concedía apasionado interés a sus colonias y, para conservarlas y aumentarlas, estaba dispuesta a hacer sacrificios. Los comerciantes de Londres tenían presente el valor que para ellos suponían América y la India y no dudaban en aportar enormes cantidades de dinero para sostener y agrandar sus dominios comerciales. El espíritu francés era diferente, no era mercader, por lo que los franceses no pusieron el mismo ímpetu en la cuestión y fueron perdiendo sus posesiones.
También Pitt estaba dispuesto a declarar la guerra a España (1761) -que acababa de firmar con Francia un tratado de mutua ayuda- porque quería acabar con la Casa Borbón. Pero para sus fines comerciales consideraba a España un adversario inofensivo ya que como sus recursos llegaban de las colonias Pitt pensaba que podía fácilmente cortar la comunicación marítima de esas colonias españolas con su metrópoli gracias a su flamante escuadra Inglesa. Imaginaba que “esta actitud osada, pero necesaria, enseñaría, no sólo a España, sino a toda Europa, hasta qué punto era arriesgada presunción quererle dictar condiciones a la Gran Bretaña”. Teniendo en cuenta que no existía ninguna otra gran marina que la inglesa Pitt se sentía fuerte y furioso para reclamar el monopolio de las colonias.
La Paz de Paris puso fin a aquella contienda en la que Inglaterra se queda con Canadá, y otras muchas colonias francesas y con la Florida española. Ya estaba retirado de lo público por lo que no entró en la negociación de esta paz pero, a pesar de lo que habían conseguido “rebañar” a Francia y a España, Pitt se lamenta de no haber podido intervenir en dicho tratado pues creía que habría negociado mucho mejor para quedarse con todas las colonias francesas y españolas. El reclamo para su país, lo que ambicionaba sin mesura, era el monopolio del comercio mundial. ¿Siguen en esa línea a pesar del duro contrincante americano?
El duque de Sully, embajador francés en Londres a principios del siglo XVII, hace un afinado análisis del carácter del pueblo inglés en sus memorias. Dice lo siguiente: “Es cierto que los ingleses nos odian, y con un odio tan fuerte y tan general que estamos tentados a considerarlo como una de las características naturales de este pueblo. Este odio es sobre todo, efecto de su orgullo y su presunción; pues no existe en Europa un pueblo más altanero, más desdeñoso, más embriagado por la idea de su propia excelencia. Si hemos de creerlos, sólo en ellos encuentran la razón y la espiritualidad; adoran las opiniones propias y desprecian las de otras naciones; jamás se les ocurre la idea de escuchar a los demás o de desconfiar de sí mismos. Por otra parte, con semejante carácter, se hacen más daño a sí mismos que a nosotros. Están a merced de sus propios caprichos. Rodeados por el mar, dijérase que se han asimilado su misma inestabilidad.” Sí, claro, está dicho por un francés, pero parece que se ajusta bastante a una visión global y actual.
Parece que de nuevo el espíritu de Willian Pitt danza inmisericorde en las mientes inglesas. No queremos ser Europa, preferimos ser la pérfida Albión. Queremos mantener los tratados comerciales pero no queremos pagar un solo euro por ello. Queremos beneficios no obligaciones. No necesitamos pertenecer a ningún grupo europeo, que para eso tenemos nuestra propia Commonwealth.
Hay que tener en cuenta que (como dice André Maurois, ya, también francés) “el inglés da mayor importancia a las realidades concretas que a los derechos abstractos”. Y a lo que parece deben considerar la Unión Europea una entidad bien abstracta y ahí están, concretando sus derechos para salir de abstracciones. Lo que pasa es que ahora el inglés que tiene derecho al voto ya no es tan inglés, el espíritu inglés está mezclado con el hindú, el paquistaní, el neozelandés, el australiano…, un buen conglomerado de otras razas, religiones y espíritus y, claro, al Brexit de los puristas le salen opositores.
Una incógnita para todos en qué acabará el reavivado espíritu de William Pitt pero aburridos, mareados e impacientados con su Brexit ya nos tienen a los espíritus europeos, ya.
O témpora o mores
La formación de un Imperio más allá de los océanos era su principal obsesión para el futuro de la Isla. Las cuestiones continentales de su época (siglo s.XVIII) de continuas alianzas y desalianzas, tensiones y distensiones e incesantes cambios de fronteras, le interesaban francamente poco a William Pitt, nombrado Primer Ministro de Inglaterra en 1732 (con 24 años). Su máximo interés estaba puesto en América y la India, comprendiendo que el dinero, y por lo tanto el poder, estaba en las colonias y no en los alterados países europeos. Tenía muy en cuenta que la naturaleza del pueblo inglés era, y es, eminentemente comercial y su futuro, naturalmente, estaba, y está, en el comercio.
La India, con sus riquezas, estaba a su alcance. En la India los ingleses descubren tesoros comparables, e incluso superiores, a los que en otro tiempo habían traído los españoles de América. Las grandes fortunas que se hicieron en la India llegaron a tener un papel capital en la política inglesa.
Por todo ello, el Primer Ministro Pitt no quiere entretenerse ni gastar fuerzas ni dinero en el viejo continente en continuas pugnas por trozos de tierra. Alimenta una gran hostilidad a cualquier compromiso continental. “Ningún nuevo tratado de Utrecht manchará nuestra historia”, manifiesta con soberbia (a pesar de no haber sido un mal tratado para ellos que, aun siendo perdedores, se quedaron con Gibraltar, Menorca y algunos privilegios del comercio Atlántico. Pero quedaron rabiosos por no poder arrebatar a España el inmenso dominio colonial que todavía tenía). Con esa secuela Pitt advertía al pueblo inglés: “Cuando se trate de comercio pensad que es vuestra última línea de defensa, vuestra última trinchera, y que debéis defenderla o morir.”
Unos años más tarde, en otro tratado, los ingleses pierden Menorca y Calcuta. Pitt se alza con el poder con una clara finalidad: el sostenimiento y acrecentamiento del Imperio Inglés por el dominio de los mares. Para lograr su cometido necesitaba elevar la moral de la nación y emplear hombres y dinero sin mesura. No dudó nunca en utilizar todas las riquezas inglesas “Debemos recoger montones y montones de millones”, decía, y emprendió la guerra contra las colonias francesas en América.
Inglaterra, país cuyos comerciantes eran poderosos, concedía apasionado interés a sus colonias y, para conservarlas y aumentarlas, estaba dispuesta a hacer sacrificios. Los comerciantes de Londres tenían presente el valor que para ellos suponían América y la India y no dudaban en aportar enormes cantidades de dinero para sostener y agrandar sus dominios comerciales. El espíritu francés era diferente, no era mercader, por lo que los franceses no pusieron el mismo ímpetu en la cuestión y fueron perdiendo sus posesiones.
También Pitt estaba dispuesto a declarar la guerra a España (1761) -que acababa de firmar con Francia un tratado de mutua ayuda- porque quería acabar con la Casa Borbón. Pero para sus fines comerciales consideraba a España un adversario inofensivo ya que como sus recursos llegaban de las colonias Pitt pensaba que podía fácilmente cortar la comunicación marítima de esas colonias españolas con su metrópoli gracias a su flamante escuadra Inglesa. Imaginaba que “esta actitud osada, pero necesaria, enseñaría, no sólo a España, sino a toda Europa, hasta qué punto era arriesgada presunción quererle dictar condiciones a la Gran Bretaña”. Teniendo en cuenta que no existía ninguna otra gran marina que la inglesa Pitt se sentía fuerte y furioso para reclamar el monopolio de las colonias.
La Paz de Paris puso fin a aquella contienda en la que Inglaterra se queda con Canadá, y otras muchas colonias francesas y con la Florida española. Ya estaba retirado de lo público por lo que no entró en la negociación de esta paz pero, a pesar de lo que habían conseguido “rebañar” a Francia y a España, Pitt se lamenta de no haber podido intervenir en dicho tratado pues creía que habría negociado mucho mejor para quedarse con todas las colonias francesas y españolas. El reclamo para su país, lo que ambicionaba sin mesura, era el monopolio del comercio mundial. ¿Siguen en esa línea a pesar del duro contrincante americano?
El duque de Sully, embajador francés en Londres a principios del siglo XVII, hace un afinado análisis del carácter del pueblo inglés en sus memorias. Dice lo siguiente: “Es cierto que los ingleses nos odian, y con un odio tan fuerte y tan general que estamos tentados a considerarlo como una de las características naturales de este pueblo. Este odio es sobre todo, efecto de su orgullo y su presunción; pues no existe en Europa un pueblo más altanero, más desdeñoso, más embriagado por la idea de su propia excelencia. Si hemos de creerlos, sólo en ellos encuentran la razón y la espiritualidad; adoran las opiniones propias y desprecian las de otras naciones; jamás se les ocurre la idea de escuchar a los demás o de desconfiar de sí mismos. Por otra parte, con semejante carácter, se hacen más daño a sí mismos que a nosotros. Están a merced de sus propios caprichos. Rodeados por el mar, dijérase que se han asimilado su misma inestabilidad.” Sí, claro, está dicho por un francés, pero parece que se ajusta bastante a una visión global y actual.
Parece que de nuevo el espíritu de Willian Pitt danza inmisericorde en las mientes inglesas. No queremos ser Europa, preferimos ser la pérfida Albión. Queremos mantener los tratados comerciales pero no queremos pagar un solo euro por ello. Queremos beneficios no obligaciones. No necesitamos pertenecer a ningún grupo europeo, que para eso tenemos nuestra propia Commonwealth.
Hay que tener en cuenta que (como dice André Maurois, ya, también francés) “el inglés da mayor importancia a las realidades concretas que a los derechos abstractos”. Y a lo que parece deben considerar la Unión Europea una entidad bien abstracta y ahí están, concretando sus derechos para salir de abstracciones. Lo que pasa es que ahora el inglés que tiene derecho al voto ya no es tan inglés, el espíritu inglés está mezclado con el hindú, el paquistaní, el neozelandés, el australiano…, un buen conglomerado de otras razas, religiones y espíritus y, claro, al Brexit de los puristas le salen opositores.
Una incógnita para todos en qué acabará el reavivado espíritu de William Pitt pero aburridos, mareados e impacientados con su Brexit ya nos tienen a los espíritus europeos, ya.
O témpora o mores