Isabel Llanos
Viernes, 19 de Julio de 2019

Mis otras vidas

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A veces me reúno con ellas. Suele ser en la soledad de noches insomnes, más frecuentes en veranos calurosos, cuando tengo las ventanas y puertas de mi casa abiertas y salgo a la terraza para deleitarme en el infrecuente silencio de la ciudad, y contemplo aisladas ventanas en las que permanecen pequeñas luces como faros advirtiendo islas o dejando escapar los giros estroboscópicos de una programación de TV agonizante.

 

Cuando leo, como en todo, soy impulsiva y ansiosa. Si un libro me atrapa ?y desgraciadamente esto cada vez me sucede con menos regularidad de la que me gustaría? abandono no sólo mis obligaciones y vida, limitando mi actividad a la meramente ineludible, sino también mi personalidad, y me dejo llevar por la historia, los personajes,… mimetizándome hasta la somatización con sus giros de humor, sus rasgos, su destino. Si también me sucede con una película, aunque la duración sin querer intervine en este proceso, cuánto más cuando se trata de una serie. Me resulta interesante utilizar estos disparadores para escarbar entre mis capas, sobre todo en aquellos lugares donde es más peligroso adentrarse y pocas veces me doy permiso. Nunca es una cuestión de miedo, sino de necesidad. Para convivir es preciso un cierto grado de convencionalismo y adaptación y yo bien conozco mis pequeños monstruos para saber que son pocas las ocasiones y con contadas personas donde puedo dejarlos salir sin sus elementos de camuflaje.

 

Es en esas noches en las que fantaseo, y me dejo llevar por las opciones no tomadas en las decisiones vitales que me han llevado a mi presente. Esos giros de guion vital que hubiesen dado lugar a historias muy diferentes. Nunca con arrepentimiento, no sirve de nada la pesadumbre por algo que ya ha sucedido, sino con deleite y placer. Y me regodeo en la certeza de que nuevos giros están presentes en cada día, en cada circunstancia, en casi cada cruce de calle o llamada de teléfono y de cómo trazamos nuestro destino futuro por las decisiones tomadas en cada presente. El pasado no se puede cambiar, el futuro se puede construir a diario. Mi destino cambiante, incierto, sin rumbo… Me preguntaba un amigo estos días pasados como me veía en cinco años, en diez años, en uno… Me hizo gracia porque ese cuestionamiento lo traslado en las clases o en las consultas, pero yo no me lo hago. Ya lo hice durante demasiado tiempo. Sólo quiero que la vida me sorprenda pues, aunque en ocasiones ésta se rebela, algunas de las decisiones que podemos tomar nos condicionan a periodos estancos e inamovibles. Yo no quiero eso. Yo ya no quiero nada, sólo sentir. Y la libertad viene de la mano de no tener anclajes, nada que retenga, que fije la estancia en un lugar, en una situación. Tengo mi piel impoluta de intervenciones conscientes: ni un solo tatuaje para que nada permanezca, para que mi cuerpo sea el mapa del destino y se nutra únicamente de las cicatrices de vivencias que me enseñaron tanto y de las arrugas de tantas emociones expresadas. Y este lienzo en blanco, esta añorada tabula rasa infantil, se va construyendo sola, sin mediación alguna por mi parte, igual que mi cerebro conexiona las neuronas de una manera determinada a mi pesar y mi lucha por deconstruir las creencias instauradas más castrantes.

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