Lorenzo López Trigal
Sábado, 23 de Noviembre de 2019

Territorios del viñedo y vino de El Bierzo

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La semana pasada hemos asistido en el campus de la Universidad de León en Ponferrada a una Jornada de Viticultura y Emprendimiento, patrocinada por la Oficina del Egresado Emprendedor y SECOT-León. En ella se trató sobre el consumo responsable -lo que era bien oportuno al estar presente un ciento de jóvenes estudiantes-, los avatares de los vinateros bercianos a la hora de emprender, la puesta a punto del Banco de Tierras de cara a moderar la atomización y el minifundio dominante en la comarca, así como la introducción de una pionera clasificación de vinos, recién aprobada para la Denominación de Origen (DO) Bierzo.

           

El coloquio y posterior encuentro que mantuvimos ante una cata de vinos de nuevas marcas fue muestra de la dinámica extraordinaria e innovación en el negocio de los vinos bercianos, lo que dio mucho para comentar. En mi caso, respecto a la conversación sostenida con la responsable de la DO sobre la nueva clasificación del vino, en vigor desde agosto pasado, después de haber superado el informe del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León y del Ministerio de Agricultura.

           

Se nos presenta esta peculiar clasificación, pretendiendo seguir el modelo francés, aunque lejos de recoger sus mejores virtudes, en Unidades Geográficas Menores, para lo cual se clasifica el ‘vino de la Denominación’ en: 1º) ‘vino de villa’ para indicar la unidad administrativa del municipio o la pedanía, 2º ‘vino de paraje’ y 3º ‘vino de viña clasificada’ y otras categorías similares según cualificación. Tres nuevas adjetivaciones que tratan de incrementar el negocio vitivinícola, pretendiendo atraer a consumidores con tal información, que ha de fijarse en cada etiqueta de aquellas bodegas que lo asuman.

           

Mas, mucho me temo que no se ha acertado en tan loable empeño. Así, en la terminología empleada, en el caso de la nominación ‘villa’ -en francés (petite bourg) o en inglés (small town)-, ¿cómo trasladar a una etiqueta la treintena de municipios o las decenas de pedanías a tener en cuenta?, máxime cuando nos encontramos entre viñedos y bodegueros originarios de municipios tan variopintos, de un extremo a otro, como el de Ponferrada –ciudad del carbón y de la industria en el imaginario de un español- o Toral de los Vados –símbolo de la contaminación cementera, en el de un consumidor local-. Todo un galimatías, por ignorar, de un lado, que el uso del término ‘villa’ es inapropiado aquí, al ser confuso para su comprensión y, de otro lado, no se trata de una “unidad geográfica”. Para nada.

           

Mejor le iría a los 77 bodegueros de la DO que el nuevo sistema de clasificación del vino atendiera al criterio de las unidades geográficas de paisaje y topografía, bien individualizadas en terrenos vitícolas (le terroir) de El Bierzo, con apelaciones tan sugerentes como Cuestas (côtes) de Corullón y Villafranca, entre tantos otros ejemplos, Valles del Boeza, del Cúa…, Laderas de Parandones o Cacabelos… No sólo con nominaciones llamativas para el mercado internacional, como la marca ‘Liquid Geography’ de Vinos Guerra, se avanza en mercadotecnia, sino también con unidades geográficas no meramente imaginarias. La clave aquí sería el buen uso y significado del término francés terroir, entendido como “una relación de interdependencia entre origen geográfico y calidad del producto y del saber hacer humano”. Sería claro y suficiente.

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