La gran riada de 1846
Durante los días 11 y 12 de septiembre de 1846 un gran diluvio asoló los campos de la Cepeda y de Maragatería. El caudal de los ríos creció tanto que se llevó por delante la vida de muchas personas, sembrando la destrucción
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No es la primera vez que el caudal de los ríos aumenta hasta alcanzar proporciones alarmantes en la provincia de León. Los archivos y las hemerotecas registran el antecedente más destructivo: la gran riada de septiembre de 1846.
Durante dos interminables días llovió y granizó con tanta fuerza en las comarcas del centro y el sur de León que el caudal de los ríos aumentó de forma brusca. Especialmente castigadas por la crecida del río Jerga fueron las poblaciones maragatas de Castrillo de los Polvazares y Murias de Rechivaldo. En esta última perecerían ahogadas tres vecinas de la localidad, homenajeadas en un monolito conmemorativo inaugurado en el año 2009. Así mismo, varias viviendas fueron destruidas, otras resultaron muy dañadas y los campos quedaron asolados.
En medio de la desolación también hubo lugar para un auténtico milagro. Un niño pequeño que había sido arrastrado por el agua desde Murias de Rechivaldo pudo ser rescatado sano y salvo a la altura de Riego de la Vega.
No obstante, el lugar que sufrió con mayor intensidad los efectos de la gran tormenta fue Cogorderos. Esta apacible localidad cepedana fue literalmente destruida por la riada. Tal altura alcanzó el agua que los vecinos no tuvieron otra salida que subirse a los tejados de sus casas para intentar salvar la vida. Antonino García Álvarez, eminente poeta de Antoñán el Valle, quedó tan impactado por lo ocurrido que dejó constancia de los hechos en uno de sus poemas:
Cien pueblos inundó el agua
Y entre ellos fue Cogorderos
Llevando casas y bueyes
Ovejas, cabras y cerdos
Pasan de veinte personas
Las que ahogadas perecieron
Y las que vivas quedaron
Al campo a vivir se fueron
El supersticioso poeta – que desempeñaba el cargo de párroco en Quintanilla del Valle – interpretó esta tormenta como un castigo divino por los pecados de los hombres. No era el único, puesto que alguno de los vecinos de los pueblos afectados llegó a creer que estaba teniente lugar el segundo diluvio universal.
Sea como fuere, los efectos de la tormenta y de la riada fueron dramáticos para las comarcas de la Cepeda y la Maragatería, pudiendo considerarse a las mismas como el mayor desastre de este tipo en la historia reciente.
No es la primera vez que el caudal de los ríos aumenta hasta alcanzar proporciones alarmantes en la provincia de León. Los archivos y las hemerotecas registran el antecedente más destructivo: la gran riada de septiembre de 1846.
Durante dos interminables días llovió y granizó con tanta fuerza en las comarcas del centro y el sur de León que el caudal de los ríos aumentó de forma brusca. Especialmente castigadas por la crecida del río Jerga fueron las poblaciones maragatas de Castrillo de los Polvazares y Murias de Rechivaldo. En esta última perecerían ahogadas tres vecinas de la localidad, homenajeadas en un monolito conmemorativo inaugurado en el año 2009. Así mismo, varias viviendas fueron destruidas, otras resultaron muy dañadas y los campos quedaron asolados.
En medio de la desolación también hubo lugar para un auténtico milagro. Un niño pequeño que había sido arrastrado por el agua desde Murias de Rechivaldo pudo ser rescatado sano y salvo a la altura de Riego de la Vega.
No obstante, el lugar que sufrió con mayor intensidad los efectos de la gran tormenta fue Cogorderos. Esta apacible localidad cepedana fue literalmente destruida por la riada. Tal altura alcanzó el agua que los vecinos no tuvieron otra salida que subirse a los tejados de sus casas para intentar salvar la vida. Antonino García Álvarez, eminente poeta de Antoñán el Valle, quedó tan impactado por lo ocurrido que dejó constancia de los hechos en uno de sus poemas:
Cien pueblos inundó el agua
Y entre ellos fue Cogorderos
Llevando casas y bueyes
Ovejas, cabras y cerdos
Pasan de veinte personas
Las que ahogadas perecieron
Y las que vivas quedaron
Al campo a vivir se fueron
El supersticioso poeta – que desempeñaba el cargo de párroco en Quintanilla del Valle – interpretó esta tormenta como un castigo divino por los pecados de los hombres. No era el único, puesto que alguno de los vecinos de los pueblos afectados llegó a creer que estaba teniente lugar el segundo diluvio universal.
Sea como fuere, los efectos de la tormenta y de la riada fueron dramáticos para las comarcas de la Cepeda y la Maragatería, pudiendo considerarse a las mismas como el mayor desastre de este tipo en la historia reciente.