Yo desconfina-miento, tú desconfina-mientes, él desconfina-miente
![[Img #49448]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2020/7733_dsc_0097.jpg)
Una fantasía, de humo, de colores pastel inoculada de golosina. El aire, también, dulzón. Con el mismo sabor empalagoso de las manzanas de caramelo que venden en las ferias porque, claro, en realidad, todo era una feria. Una feria de vanidades y egos salpimentados de hedonismo en un feedback pretencioso. Aparentar, distraer, atraer. Poner el cebo dulzón en la punta de la cucharilla antes del jarabe amargo, como cuando en la infancia nos daban la medicina, sólo que esta vez no sanaba, sino que inoculaba veneno como la avispa que prefiere picar aunque para desprenderse de la víctima acabe arrancando su aguijón y eso la conduzca a la muerte.
Los whatsapp volaban a cada extremo de las líneas. Se intercambiaban fotos, emoticonos, canciones, audios, enlaces… nada parecía suficiente para saciar tanta ansia. El tono subía y subía. La interrelación se afianzaba. Las reuniones virtuales repicaban reclamando la atención cada vez más veces a lo largo del día.
El humo. El humo asciende rápido. Sube al cielo deleitándose en espirales que giran y se expanden voluptuosamente, ocupando el espacio con la sutilidad de la transparencia, sin molestar, atrayendo la atención de manera hipnótica y relajada, simplemente abstrayendo la mirada sin preocupación, por el mero deleite de dejarse llevar sin anticipar el próximo escenario antes de diluirse entre el espacio.
Así transcurrían los días del confinamiento. Un paralelismo con la curva de contagios. Era el mismo contagio de las ganas de la vida, aunque fuese artificial, aunque fuese ficticia. Los planes a largo plazo eran tan inciertos como el tiempo que quedaría de encierro. Jugar a la tentación del primer encuentro. Verse y no tocarse, cuando ya se habían revolcado con anterioridad las almas y las confidencias en un entrenamiento previo sin necesidad de instructor. Tentar a la tentación parecía el plan más sexy del planeta.
Y un día el Gobierno anunció la desescalada. Y con ella comenzó el detrimento de mensajes, de llamadas, de estar pendiente el uno del otro. La vida de la nueva normalidad acechaba. La nueva normalidad venía con regusto de la vieja, aquella donde las corazas protegían, donde uno no se fiaba de los otros y donde era más fácil entregar el cuerpo que el alma.
Una fantasía, de humo, de colores pastel inoculada de golosina. El aire, también, dulzón. Con el mismo sabor empalagoso de las manzanas de caramelo que venden en las ferias porque, claro, en realidad, todo era una feria. Una feria de vanidades y egos salpimentados de hedonismo en un feedback pretencioso. Aparentar, distraer, atraer. Poner el cebo dulzón en la punta de la cucharilla antes del jarabe amargo, como cuando en la infancia nos daban la medicina, sólo que esta vez no sanaba, sino que inoculaba veneno como la avispa que prefiere picar aunque para desprenderse de la víctima acabe arrancando su aguijón y eso la conduzca a la muerte.
Los whatsapp volaban a cada extremo de las líneas. Se intercambiaban fotos, emoticonos, canciones, audios, enlaces… nada parecía suficiente para saciar tanta ansia. El tono subía y subía. La interrelación se afianzaba. Las reuniones virtuales repicaban reclamando la atención cada vez más veces a lo largo del día.
El humo. El humo asciende rápido. Sube al cielo deleitándose en espirales que giran y se expanden voluptuosamente, ocupando el espacio con la sutilidad de la transparencia, sin molestar, atrayendo la atención de manera hipnótica y relajada, simplemente abstrayendo la mirada sin preocupación, por el mero deleite de dejarse llevar sin anticipar el próximo escenario antes de diluirse entre el espacio.
Así transcurrían los días del confinamiento. Un paralelismo con la curva de contagios. Era el mismo contagio de las ganas de la vida, aunque fuese artificial, aunque fuese ficticia. Los planes a largo plazo eran tan inciertos como el tiempo que quedaría de encierro. Jugar a la tentación del primer encuentro. Verse y no tocarse, cuando ya se habían revolcado con anterioridad las almas y las confidencias en un entrenamiento previo sin necesidad de instructor. Tentar a la tentación parecía el plan más sexy del planeta.
Y un día el Gobierno anunció la desescalada. Y con ella comenzó el detrimento de mensajes, de llamadas, de estar pendiente el uno del otro. La vida de la nueva normalidad acechaba. La nueva normalidad venía con regusto de la vieja, aquella donde las corazas protegían, donde uno no se fiaba de los otros y donde era más fácil entregar el cuerpo que el alma.