José Miguel López-Astilleros
Domingo, 24 de Mayo de 2020

El sueño del dinosaurio

Desde la primera semana del confinamiento hemos ido publicando este Filandón del Coronavirus. La serie comenzaba con una narración de José Miguel López-Astilleros que viene ahora a finalizarla con un sueño de dinosaurio.
Tal vez tengamos que comenzar una nueva retahíla de cuentos que narren la experiencia del encierro y las de un modo de resocialización inusitado.

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Habían transcurrido seis semanas desde que, debido al confinamiento de la población por la pandemia, los amigos que solemos reunirnos con diferentes motivos a lo largo del año, decidimos animar nuestras horas de reclusión con la creación de un cuento por semana. Una vez que cada uno tuvo publicado el suyo en el blog creado al efecto, no sabíamos si comenzar otra nueva ronda y dar cauce a un segundo relato. Como las contradictorias noticias que llegaban no aclaraban si estaba próximo el fin de esta pesadilla, dado que las cifras sobre el descenso en el número de contagios y muertes eran diferentes según la fuente de información y el procedimiento de recuento, decidimos echar mano del cuñado de Marcial, bien relacionado con las altas esferas, para que nos informara off the record si estaba próximo el desconfinamiento, como así nos lo confirmó. Fui el elegido para escribir el último relato que cerrara la serie. La idea para su elaboración me vino cuando me di cuenta de que padecía uno de los síntomas psicológicos propios de una experiencia como esta, que consiste en el miedo cerval al peligro que pudiéramos encontrar fuera, al salir a la calle por primera vez, como les suele suceder con frecuencia a los presos. Me pregunté si tras todo lo acaecido durante el encierro, estaba en disposición de asegurar que no fuera real el temor.

 

 

Después de una semana con tos seca y fiebre alta, tratada con paracetamol, el médico me envió al neumólogo, quien luego del preceptivo reconocimiento médico y realizadas las pruebas pertinentes, decidió enviarme al hospital, donde me ingresaron en la planta de infecciosos. Allí estuve aislado dos semanas, durante las cuales me sometieron a diferentes tratamientos, pues había muy poca literatura médica sobre el comportamiento del virus desconocido que se había apropiado de mi salud. No dieron resultado, porque comencé a tener dificultades para respirar. Me diagnosticaron como consecuencia una neumonía bilateral en fase aguda. Así que me trasladarían a la unidad de cuidados intensivos y procederían a entubarme y a sedarme. Sabía lo que significaba: quizás no despertara de ese sueño inducido por el Valium. Por mucho que fui animado por los doctores sobre la esperanza que tenían de que no sucediera así, les pedí que me dejaran ver a mi esposa y mi hijo, pero no pudo ser, porque en la misma planta había varias decenas de casos similares y no podían correr el riesgo de que se contagiaran. Estaba escuchando estos argumentos cuando perdí el conocimiento por la repentina aparición de una hipoxia grave.

 

 

Soñé con un dinosaurio dormido en una cueva, y que un paleontólogo lo despertaba convertido en fósil, tras muchos millones de años soñando con extensos bosques de laurisilva, aire fresco, comida en abundancia y una libido adolescente. Allí estaba, despierto, pero reducido a un esqueleto petrificado, viviendo una realidad sin alma, degradada.

 

 

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Quiso mi sistema inmune, quizás alertado por la angustia resultante del sueño mesozoico, que recuperara la consciencia a los veintiocho días exactos, lo cual indicaba mi notoria mejoría, de manera que los doctores dieron por hecho que ya estaba fuera de peligro. Solo quedaba realizar unos análisis finales, tras cuyos resultados positivos me enviarían de regreso a casa. A los cuatro días llamaron por teléfono a mi esposa para decirle que una ambulancia me llevaría hasta allí, en vista de que mi extrema debilidad aconsejaba el traslado de ese modo, y que no se preocupara, que estaba bien, solo necesitaría reposo y una alimentación adecuada. Conforme transcurrieron varios días con mi familia, recordé el sueño del dinosaurio dormido en su cueva, porque me sentí en mi casa tan feliz como él en su cueva.

 

 

Llegó por fin el momento de recuperar uno de mis hábitos más deseados: dar un paseo con mi hijo Guzmán y sentarnos en un banco del parque. Solía sacar de su mochila un bloc de dibujo y una caja de lápices de colores para pintar, mientras en mi caso me quedaba absorto en los acontecimientos más minúsculos o tomaba notas en una pequeña libreta. La tarde elegida era perfecta, un incipiente sol primaveral lucía en el cielo, eso ya era suficiente como para echarse a la calle y disfrutar de los primeros verdores de los árboles, de las primeras flores. A ambos se nos notaba excitados con la salida. Lo tomé de la mano, bajamos en el ascensor y abrimos la puerta para dirigirnos a continuación hacia el ancho bulevar, por donde caminábamos a lo largo de la calle hasta el parque más cercano. Con mi capacidad de observación recuperada, traté de reconocer los edificios, así pretendía integrarme de nuevo en el paisaje urbano. Pero la restauración de mi memoria no fue posible. Las fachadas que lucían ladrillos vitrificados de color rojo unas, verdes otras, placas de piedra blancas las de más allá, coberturas de granito rosáceo aquellas otras… habían trastocado sus colores por uno neutro, grisáceo, que las hacía parecer iguales. Lo que más las distinguía era un número de proporciones gigantescas adosado en la zona más visible, como si un taxónomo ubicuo no hubiera querido dejar ninguna duda sobre su presencia.

 

 

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Peor fue comprobar que al lado de la puerta de la peluquería ya no había un divertido cilindro dando vueltas, que la florista ya no sacaba su diversidad de plantas a la calle, que la cruz verde de neón de la farmacia permanecía apagada, que en el letrero del quiosco de chucherías no había personajes infantiles, que el luminoso verde de la frutería, festoneado con plátanos de color amarillo cadmio, cerezas de un rojo apetecible y naranjas sonrientes con ojos y boca, había sido sustituido por uno de aglomerado con la palabra ‘Frutería’ mal pintada, o que los deliciosos dulces de la panadería habían desaparecido del escaparate. Decenas de personas hacían cola en la calle para comprar el único tipo de pan existente. Los rasgos individuales de sus rostros parecían haber sido difuminados hasta perder su identidad, se diría que habían sido convertidos en vacías entelequias estadísticas, sin más sombra que la de una cifra sin referencia humana. Me acordé de nuevo del dinosaurio del sueño, pero esta vez en su despertar a un mundo pétreo. Apesadumbrado por la perplejidad, caminamos unos metros más, hasta llegar justo frente a la frutería, donde había un banco de madera. Nos sentamos. Sentí que las emociones de tristeza y desolación me hacían daño incluso en las pocas regiones interiores de mí mismo que la enfermedad había dejado intactas. El canto sincopado de un carbonero en la rama de un plátano me sacó del ensimismamiento melancólico, producido por una multitud de preguntas sin respuesta. Busqué con la vista al pajarito. En el recorrido de mi cuello y ojos hacia el árbol, antes de elevar la vista, vi que Guzmán había sacado todo el material de la mochila y había pintado en muy poco tiempo la fachada de la frutería, pero no como la veía, sino como la recordaba, o quizás como la soñaba, o lo deseaba, con el mismo luminoso con frutas de colores atesorado en mi memoria, al que había añadido un diminuto dinosaurio panza arriba, dormido. El dibujo me impulsó a extraer del bolsillo de la americana mi libreta y mi bolìgrafo de punta fina, par comenzar a tomar notas para un cuento. Había que mantener soñando al dinosaurio a toda costa, al menos hasta que fuera posible despertarlo en otro mundo diferente al de los fósiles, como había hecho el niño…

 

Me resistí a poner punto y final al cuento, porque significaba que con ello sería arrojado a la incertidumbre de lo que habría de encontrar en el exterior, cuando dieran la noticia de la fecha exacta de nuestra excarcelación.

                                                                       

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