Huye, luna, luna, luna. (Guiño de cumpleaños a Federico García Lorca)
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
Federico Gª Lorca
Dicen que ahora la Luna ya no envía luz falsa para todos, pálida luz que envuelve a los amantes furtivos y le saca el lobo al hombre para que beba sangre de los inocentes y amedrente a los fuertes con cuentos de horror y plenilunio.
Me dicen que están troceando el Ártico, drenando los océanos escarchados de plástico, triturando montañas para extraerles el alma, sombra hastiada de un genio en su botella.
Que han traicionado a Verne y robado a la luna de la fragua gitana. De ella extraerán plata fría con que adornar a los animalitos de cabeza rota y los cuellos tronchados de los cisnes. Desahuciarán al Pierrot que dormía en su percha para acoger cruceros de millonarios estelares y fundirán el cuerno que cuelga del cielo cada atardecer para baterías de móvil, para baratijas con marca, para quincalla tecnológica con obsolescencia asegurada.
Dicen que la Tierra ha ido perdiendo la redondez mientras los mercaderes comercian con su cara oculta. Que la gente muere en soledad u oprimida por la rodilla del odio.
Que les sobran títeres que azuzar unos contra otros a las manos siniestras, lenguas falaces, falsos profetas y felones con cargo, cuenta opaca y red social que manejan sus cuerdas.
Me dicen que las religiones son un duelo de espadas como lobos y la patria un desfile de modelos, la kermesse de los domingos, el ruido sin nueces que impide oír el canto de los pájaros. Que los gurús predican contra la ciencia en un abrazo colectivo y suicida que puede ser el último vals para los nuevos novios de la muerte, los que adormecen conciencias con zumo de palabras incendiarias, con trampantojos conspirativos, con cuentos y estampitas, ángeles, demonios y cloritos sanadores de Los jueves, milagro.
Los sueños ya no dan beneficio ni a los psicoanalistas. Los poetas miran para otro lado, allí donde las redes sociales solo atrapan instantes. Todo se ha cubierto de una pátina de falsa realidad mientras reemplazamos los latidos por la hojalata de alto diseño, los abrazos por la piel virtual, el sexo por un temblor de pilas alcalinas, el pensamiento por una aplicación, las enseñanzas de los maestros por una jaula transparente a la que llaman classroom, la alegría y el dolor sin barreras por el jolgorio y el luto espoleados a toque de corneta y cacerola.
Me dicen que el dinero imanta las manos de los de siempre. Que la fruta agoniza en el regazo de los árboles porque hay quien trafica con la necesidad y la miseria. Que mientras arden las selvas para transformarse en océanos de soja y palma, mientras sus entrañas vomitan oro, hierro y coltán los indígenas y animales beben mercurio, sudan mercurio, lloran mercurio, orinan mercurio y rabia. Un mercurio que nunca llenará las piscinas donde los parásitos de rancio abolengo reposan su digestión secular de tongo y privilegios.
Me dicen y no paran de decirme. Todo es conversación de sordos, algarabía de mudos, bronca con los mismos garrotes que se llevan empuñando desde el principio de los tiempos: el que levantó Caín contra Abel y continuaron blandiendo cromañones y neardentales, montescos y capuletos, católicos y hugonotes, hombres y mujeres, sudistas, confederados, hutus, tutsis, ñetas y latín King, negros, blancos, boixos nois y ultrasur, tú contra mí, contra ti yo, compañero de oxígeno y planeta, de sueños rotos y zancadas hacia el abismo.
Dicen que la Luna nos observa ahí arriba con el ceño fruncido, su cohete en el ojo, con sus maletas hechas, su hijo pálido en brazos. Cuando el mundo se pare ella ya estará lejos.
Tendremos que vivir con su ausencia en la espalda.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
Federico Gª Lorca
Dicen que ahora la Luna ya no envía luz falsa para todos, pálida luz que envuelve a los amantes furtivos y le saca el lobo al hombre para que beba sangre de los inocentes y amedrente a los fuertes con cuentos de horror y plenilunio.
Me dicen que están troceando el Ártico, drenando los océanos escarchados de plástico, triturando montañas para extraerles el alma, sombra hastiada de un genio en su botella.
Que han traicionado a Verne y robado a la luna de la fragua gitana. De ella extraerán plata fría con que adornar a los animalitos de cabeza rota y los cuellos tronchados de los cisnes. Desahuciarán al Pierrot que dormía en su percha para acoger cruceros de millonarios estelares y fundirán el cuerno que cuelga del cielo cada atardecer para baterías de móvil, para baratijas con marca, para quincalla tecnológica con obsolescencia asegurada.
Dicen que la Tierra ha ido perdiendo la redondez mientras los mercaderes comercian con su cara oculta. Que la gente muere en soledad u oprimida por la rodilla del odio.
Que les sobran títeres que azuzar unos contra otros a las manos siniestras, lenguas falaces, falsos profetas y felones con cargo, cuenta opaca y red social que manejan sus cuerdas.
Me dicen que las religiones son un duelo de espadas como lobos y la patria un desfile de modelos, la kermesse de los domingos, el ruido sin nueces que impide oír el canto de los pájaros. Que los gurús predican contra la ciencia en un abrazo colectivo y suicida que puede ser el último vals para los nuevos novios de la muerte, los que adormecen conciencias con zumo de palabras incendiarias, con trampantojos conspirativos, con cuentos y estampitas, ángeles, demonios y cloritos sanadores de Los jueves, milagro.
Los sueños ya no dan beneficio ni a los psicoanalistas. Los poetas miran para otro lado, allí donde las redes sociales solo atrapan instantes. Todo se ha cubierto de una pátina de falsa realidad mientras reemplazamos los latidos por la hojalata de alto diseño, los abrazos por la piel virtual, el sexo por un temblor de pilas alcalinas, el pensamiento por una aplicación, las enseñanzas de los maestros por una jaula transparente a la que llaman classroom, la alegría y el dolor sin barreras por el jolgorio y el luto espoleados a toque de corneta y cacerola.
Me dicen que el dinero imanta las manos de los de siempre. Que la fruta agoniza en el regazo de los árboles porque hay quien trafica con la necesidad y la miseria. Que mientras arden las selvas para transformarse en océanos de soja y palma, mientras sus entrañas vomitan oro, hierro y coltán los indígenas y animales beben mercurio, sudan mercurio, lloran mercurio, orinan mercurio y rabia. Un mercurio que nunca llenará las piscinas donde los parásitos de rancio abolengo reposan su digestión secular de tongo y privilegios.
Me dicen y no paran de decirme. Todo es conversación de sordos, algarabía de mudos, bronca con los mismos garrotes que se llevan empuñando desde el principio de los tiempos: el que levantó Caín contra Abel y continuaron blandiendo cromañones y neardentales, montescos y capuletos, católicos y hugonotes, hombres y mujeres, sudistas, confederados, hutus, tutsis, ñetas y latín King, negros, blancos, boixos nois y ultrasur, tú contra mí, contra ti yo, compañero de oxígeno y planeta, de sueños rotos y zancadas hacia el abismo.
Dicen que la Luna nos observa ahí arriba con el ceño fruncido, su cohete en el ojo, con sus maletas hechas, su hijo pálido en brazos. Cuando el mundo se pare ella ya estará lejos.
Tendremos que vivir con su ausencia en la espalda.






