Sol Gómez Arteaga
Sábado, 27 de Junio de 2020

Enviscar (viejo lenguaje para nuevos tiempos)

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"Ángeles negros traían

pañuelos y agua de nieve."

F.G.Lorca de “Romancero Gitano”

 

¿No os pasa que a veces una palabra aflora al pensamiento con voluntad propia?

 

Eso me pasó hace unos días con el verbo enviscar (con las variantes de embriscar, envizcar) que mi padre, de oficio pastor, empleaba con frecuencia para azuzar al perro a fin de que atacara. Se me ocurrió escribirla en redes preguntando a los tertulianos virtuales si la conocían y la lluvia de comentarios fue sorprendente, lo que me dio por pensar sino estaría yo, con mi pregunta, enviscando al respetable. Es posible que sí.

 

Por esa libre asociación de ideas que de forma automática todos nos hacemos, se me ocurrió que el verbo enviscar, aunque por lo general en desuso, bien podía aplicarse a la política nacional. Pues malmeter, pinchar, incitar, tentar, provocar, enaltecer, agitar, es lo que vemos que ocurre a diario en el órgano constitucional que nos representa como pueblo, esto es, el Congreso de los Diputados, repitiéndose y reproduciéndose en las televisiones, en los medios radiofónicos, en las redes sociales, en la calle, teniendo, a la postre, el ruedo ibérico bastante revuelto.

 

Por este hilo conductor del pensamiento, lo siguiente que hice fue preguntarme cómo proceder ante el enviscamiento y la afrenta, que no son ni gratuitos ni azarosos, sino que responden a un plan perversamente diseñado para tumbar al Gobierno y llegar al poder. Si entramos al trapo cual toros de miura aumentamos el nivel de crispación y el distanciamiento social. Si hacemos oídos sordos y ponemos en práctica el sabio refrán de que “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, tal vez pasemos por cobardes, por tontos, o volviendo al lenguaje de pastores antiguos, por parecer que nos dejamos comer el morral.

 

Le he dado muchas vueltas y se las sigo dando, habida cuenta de que lo que nos jugamos es la convivencia con quienes nos rodean, familiares, vecinos, compañeros de trabajo, incluso amigos que no piensan como nosotros ni tienen las mismas ideas, pero con los que coincidimos en espacios, gustos y costumbres, corriendo el riesgo, a la menor ocasión, de que prenda la mecha -del odio, del fanatismo- y acabemos todos irremediablemente chamuscados. Nos hemos convertido en defensores o detractores a ultranza de algo o de alguien, y el otro o está conmigo o está contra mí.

 

Tengo clara una cosa. De la misma manera que nadie me va a cambiar mis ideas, que son pocas y se cuentan con los dedos de una mano, yo tampoco busco convencer a nadie de mis pensamientos, creencias, convicciones. Es más, cuando debatimos lo único que hacemos es dar nuestra opinión sobre algo y en cuestión de opiniones ocurre como con los gustos: hay tantos como personas hay, y además, son subjetivos, propios, irreductibles por más que se traten de imponer, inexpropiables. 

 

Intentar sortear el enviscamiento destructivo que padecemos no implica renunciar ni medio ápice a mi derecho de actuar como ser político que soy -todos los somos, en tanto ciudadanos de la polis- dentro de los espacios que elijo para ello y que, desde luego no son ni el bar, ni el corrillo, ni la oficina, ni el puesto de verduras, sino las urnas cada cuatro años y el día a día en otros canales de participación ciudadana en los que expreso quien soy, de donde vengo, adonde quiero ir.

 

El otro día leí un párrafo del filósofo André Comte-Sponville en el muro de una amiga artista  que, además de gustarme muchísimo, me dio la clave para desenredar la maraña mental en la que me veo envuelta. Él decía que esperar la justicia, la paz, la libertad, estaba muy bien, pero que había que actuar por ellas. “Si todos los demócratas se hubieran contentado con esperar” continuaba diciendo refiriéndose a la ocupación nazi en Francia, “el nazismo habría ganado la guerra”. A. Comte-Sponville concluía que no es la esperanza la que hace a los héroes, sino el valor y la voluntad.

 

Defendamos y luchemos por nuestras ideas, aprendiendo de los aciertos y errores del pasado, a ser posible desde el respeto, escuchando, dialogando, sin crispación, sin pisar la raya tan fácil de pisar en estos días que corren que es acaso lo que los enviscadores del patio pretenden (¿quién revuelve qué y a quien o quienes?).

 

Encaje de bolillos, ya lo sé, de esos que se forjan con temple, buena mano, paciencia. Tarea nada fácil, en todo caso.

 

 

 

 

 

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