Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 18 de Julio de 2020

Sostenibilidad y buenismo

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Me cuentan que las playas de Galicia están a rebosar, mucho más llenas que otros años por estas fechas. También la zona cántabra dicen que está llena de gente. Todo completo.

 

¡Sálvese quien pueda!  Se ha abierto la espita y todo el mundo corre a salvarse del tedio, de la claustrofobia y del miedo. Las aguas de los mares limpian el espíritu además de la carne. Pero parece que ha primado el Cantábrico sobre el Mediterráneo porque mi amiga Alicia, que está en Alicante, me cuenta encantada que  hay poquísima gente.

 

Los virus parece que los dejamos en los sillones y en las televisiones. El sol, el calor, trae nuevas perspectivas de vida, de alegría y de salud. Salir a comer aquí y allá, comer con gusto, comer sin medida, comer con amigos, con familia…, comer y hablar, hablar y comer, comer y reír…

 

También desarrollamos con mucha soltura bellas filosofías de vida. Ahora todos a querernos. La vida es muy corta. Te puedes ir en un suspiro. Hay que disfrutar cada día, cada hora, cada minuto. Enfadarse para qué, no merece la pena, total para dos días que vamos a vivir…, todos somos muy empáticos y muy cariñosos con todos. Buen rollito.

 

Las desavenencias quedan en el pasado, el futuro es efímero por lo tanto vamos a hacer que sea todo lo feliz que esté en nuestras manos. Unas proposiciones excelentes para una vida futura llena de venturas.

 

Además nos hemos dado cuenta de que la naturaleza estaba necesitada, con urgencia, de que paráramos de agredirla. Estaba siendo estrangulada por el afán de progreso, entendiendo por progreso nuestra ansiosa voracidad por arrasar sin miramiento todo aquello que nos pueda proporcionar dineros, cuanto más dineros más voracidad de aumentar la hucha de los dineros. Yo quiero ser tío Gilito, tú quieres ser tío Gilito y él quiere ser tío Gilito.

 

Hemos podido ver el beneficio tan grande que este forzoso parón vital, al que hemos estado sometidos, ha supuesto para el mundo de los animales y el mundo de las plantas. Los mares fueron recuperados alegremente por sus habitantes llevándoles a circular por los canales de Venecia, por ejemplo,  o por las cercanías de las playas. Ni motores ni agresiones. De pronto, supongo, encontrarían de nuevo su paraíso perdido y su felicidad no tendría límites. Los pájaros se emocionaron y no paraban de cantar. Las ranas saltaban de alegría. Y los corzos correteaban sin rumbo. También el mundo vegetal recuperó su oxigeno sin poluciones, respiró limpiamente y volvió a encontrar su espacio y su sentido en la Tierra. Llovía más y brotaban más y más flores y plantas.

 

Y, a pesar de los confinamientos, de los encierros en los pisos y en las casas, se ha podido apreciar el placer de un aire puro en las ciudades además de una naturaleza más viva en el mundo rural. Muchos pensamos que ojalá se mantuviera así para siempre, y creímos que todos habríamos aprendido a respetar un poco, aunque fuera un poco, esa naturaleza que nos ha dado la gran lección de saber recuperarse de su gran desgracia, la desconsideración del hombre. Pero me temo que ese es un pensamiento mágico.

 

Hace dos días fui a León desde Astorga y volví a ver campos y campos, hectáreas, sembradas de maíz. En pleno páramo hectáreas de máiz. Tenemos los ríos de la comarca cada vez más mermados, las corrientes subterráneas cada vez más reducidas y los pozos cada vez más secos. Pero se sigue plantando maíz en la zona. Un producto que requiere tres veces más agua que el cereal, que es lo tradicional en estos pagos. Parece que no importa que el río vaya perdiendo su caudal mientras corra un chorro de agua por el cauce que cada uno pueda aprovechar. Pero los ríos se van secando porque no nieva ni llueve ni nuestro padre celestial los alimenta, y acabarán por secarse todos. Las vías fluviales acabarán siendo caminos de paseantes. ¿Por qué no se controla el tema de los cultivos atendiendo a la sostenibilidad de la zona? ¿Por qué no se piensa un poco a largo plazo? La respuesta es evidente y creo que la sabemos todos, pero es penosa: porque los políticos sólo piensan al corto plazo de asegurar su sillón, el que tiene y el que puede tener después. El que venga detrás que ‘arree’.

 

Los ríos pierden caudal a pasos agigantados. Al perder caudal pierden su fauna; las famosas truchas y los tradicionales cangrejos… entre otros. Al perder su fauna se rompe la cadena trófica y el ecosistema se va ‘al carajo’. Comienzan los cambios y avanzan las desertizaciones.

 

No hemos aprendido nada. He de suponer que el maíz da más dinero que el trigo o el centeno, o que Europa nos ‘larga’ este cultivo para no secar sus ríos. Cualquiera que sea el motivo me indigna enormemente que después de lo que acabamos de vivir en estos meses atrás no se mire por aquello tan necesario y que lo representa esa palabra que tanto les llena a los políticos pero que no pasa  de ser parole, parole, parole: la sostenibilidad.

 

Y siguiendo con la sostenibilidad también me cuenta alguien muy cercano que su casero en las Rías Bajas Gallegas, el pescador que les alquila la casa para el verano, pesca percebes ‘a porrillo’ y les regala cubos de percebes cuando están allí en verano, tantos que se hartan de comer percebes hasta que no pueden más y regalan a su vez, e invitan a sus amigos. Yo pregunto asombrada por qué ese pescador no los vende. Sí, me dicen, vende los que son adecuados para vender (adecuados en tamaño, supongo) y los otros (imagino los que no están permitido cogerlos o los que se sobrepasan del cupo estipulado) los regala. Me quedo asombrada. Esa es la responsabilidad de la gente. Arrasa con los percebes pero los regala porque no los quiere para nada, ni tan siquiera para comerlos él “¿por qué los coge?”, me pregunto, “por la avaricia de coger, sin más”, me respondo. Otro ejemplo de irresponsabilidad insostenible. Llegará un momento en que  se habrán acabado los percebes, ni grandes ni chicos. Pan para hoy hambre para mañana. Esta gente tira piedras sobre su tejado. Lo considero una gran falta de educación cívica.

 

En este caso sí que hay que pensar en un mañana, en un futuro aunque ya no estemos para disfrutarlo.

En cuanto al buenismo entre personas y la sostenibilidad humana que nos hemos propuesto para vivir más felices y contentos, pues ya veremos. De momento hay una señora en el pueblo donde vivo que de pronto me está enseñando sus uñas cargadas de muchos rencores cultivados desde años, por envidias e ignorancias, y me plantea un chantaje soterrado desde la administración en la que está posicionada.

 

Otra señora quiere sacar partido de una situación ajena a mí y me amenaza con denuncias.

 

Me parece que los buenos propósitos humanos se han quedado en el miedo del momento del ataque vírico. O quizás nunca hayan existido y eran sólo parole, parole, parole.

 

O témpora o mores

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