En busca del tiempo perdido
![[Img #50447]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2020/4868_chabas-nymphes.jpg)
Un amigo se hizo con los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y me envió una imagen del título del segundo tomo. Le parecía que podía hacerme gracia; lo cual, dice mucho de mi amigo, pero también dice mucho de mí. A la sombra de las muchachas en flor rezaba dicho ejemplar.
Mientras mi amigo se va adentrar en un clásico de la literatura yo estoy con Momentos de inadvertida felicidad de un italiano llamado Francesco Piccolo. Es un libro que hay que leer, el del parisino, como La metamorfosis de Kafka y La Divina Comedia de Dante, leerlo entero, por lo menos una vez en la vida. Un día, hace ya tiempo, lo intenté. Y me pasó una cosa muy curiosa. Lo abrí por una página al azar, describía la lluvia, me parece, y tuve que levantarme a por un vaso de agua porque me asfixiaba. No había puntos y había descripciones. Y sin puntos y con descripciones no hay ritmo. Y si no hay ritmo, yo me aburro, lo cierro, y cojo otro libro.
Los últimos franceses que he leído son Houellebecq y Beigbeder. Y Montaigne. Todo el mundo ha leído Les Essais durante el confinamiento.
Tanto Houellebecq como Beigbeder poseen un ritmo y una agilidad que no me permiten parar de leer. Recuerdo del primero Las partículas elementales, (aunque mi favorito es Plataforma) un libro que incluye una escena finísima entre tanta prosa descortés. Después de leerlo entendí a los que dicen que una flor bonita destaca más sobre un fondo blanco que entre más flores.
La escena a la que me refiero es la siguiente:
Bruno bebe Campari, Christiane Martini blanco. Ellos son los protagonistas de la novela. A él le gusta observarla cuando pasea desnuda mientras va a por hielo o aceitunas. Mejor dejo que lo cuente el propio autor:
“Lo que sentía era extraño, muy extraño: respiraba con más facilidad, a veces se quedaba minutos enteros sin pensar, ya no tenía tanto miedo. Una tarde, ocho días después de su llegada, le dijo a Christiane: “Creo que soy feliz.” Ella se detuvo en seco, con la mano crispada en la bandeja del hielo, y dejó escapar el aire lentamente. Él continuó:
– Quiero vivir contigo. Tengo la impresión de que ya está bien, que ya hemos sido lo bastante desgraciados durante demasiado tiempo. Luego vendrán la enfermedad, la invalidez y la muerte. Pero creo que podemos ser felices juntos hasta el final. En cualquier caso, tengo ganas de intentarlo. Creo que te quiero.”
Pienso en esta escena cada que vez que avanzo en una relación, que se pone seria, que es recurrente, que se da por sentada, que soy feliz, y entonces, pienso en ese “creo que te quiero”, y me suena demasiado fuerte, demasiado impostado, demasiado grave y lo fastidio y torpedeo todo. Me aíslo y rechazo cenas, conciertos y cines. Prefiero ir a tomarme una copa solo, pasear solo y sentarme a ver una película solo. Como si no mereciera tanta felicidad. Y recuerdo aquella frase de Alvite: “El amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre.”
Puede que sea el momento de volver a intentarlo con En busca del tiempo perdido y abandonar las historias ligeras que se leen tan rápido.
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Un amigo se hizo con los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y me envió una imagen del título del segundo tomo. Le parecía que podía hacerme gracia; lo cual, dice mucho de mi amigo, pero también dice mucho de mí. A la sombra de las muchachas en flor rezaba dicho ejemplar.
Mientras mi amigo se va adentrar en un clásico de la literatura yo estoy con Momentos de inadvertida felicidad de un italiano llamado Francesco Piccolo. Es un libro que hay que leer, el del parisino, como La metamorfosis de Kafka y La Divina Comedia de Dante, leerlo entero, por lo menos una vez en la vida. Un día, hace ya tiempo, lo intenté. Y me pasó una cosa muy curiosa. Lo abrí por una página al azar, describía la lluvia, me parece, y tuve que levantarme a por un vaso de agua porque me asfixiaba. No había puntos y había descripciones. Y sin puntos y con descripciones no hay ritmo. Y si no hay ritmo, yo me aburro, lo cierro, y cojo otro libro.
Los últimos franceses que he leído son Houellebecq y Beigbeder. Y Montaigne. Todo el mundo ha leído Les Essais durante el confinamiento.
Tanto Houellebecq como Beigbeder poseen un ritmo y una agilidad que no me permiten parar de leer. Recuerdo del primero Las partículas elementales, (aunque mi favorito es Plataforma) un libro que incluye una escena finísima entre tanta prosa descortés. Después de leerlo entendí a los que dicen que una flor bonita destaca más sobre un fondo blanco que entre más flores.
La escena a la que me refiero es la siguiente:
Bruno bebe Campari, Christiane Martini blanco. Ellos son los protagonistas de la novela. A él le gusta observarla cuando pasea desnuda mientras va a por hielo o aceitunas. Mejor dejo que lo cuente el propio autor:
“Lo que sentía era extraño, muy extraño: respiraba con más facilidad, a veces se quedaba minutos enteros sin pensar, ya no tenía tanto miedo. Una tarde, ocho días después de su llegada, le dijo a Christiane: “Creo que soy feliz.” Ella se detuvo en seco, con la mano crispada en la bandeja del hielo, y dejó escapar el aire lentamente. Él continuó:
– Quiero vivir contigo. Tengo la impresión de que ya está bien, que ya hemos sido lo bastante desgraciados durante demasiado tiempo. Luego vendrán la enfermedad, la invalidez y la muerte. Pero creo que podemos ser felices juntos hasta el final. En cualquier caso, tengo ganas de intentarlo. Creo que te quiero.”
Pienso en esta escena cada que vez que avanzo en una relación, que se pone seria, que es recurrente, que se da por sentada, que soy feliz, y entonces, pienso en ese “creo que te quiero”, y me suena demasiado fuerte, demasiado impostado, demasiado grave y lo fastidio y torpedeo todo. Me aíslo y rechazo cenas, conciertos y cines. Prefiero ir a tomarme una copa solo, pasear solo y sentarme a ver una película solo. Como si no mereciera tanta felicidad. Y recuerdo aquella frase de Alvite: “El amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre.”
Puede que sea el momento de volver a intentarlo con En busca del tiempo perdido y abandonar las historias ligeras que se leen tan rápido.






