Guerra Garrido
![[Img #50692]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2020/9138_9788485224845-es.jpg)
Ha sido noticia en la prensa leonesa de la pasada semana: la propuesta de nombramiento como Hijo Adoptivo de Cacabelos de Raúl Guerra Garrido ha sido rechazada por el pleno municipal. Al parecer, según quienes votaron en contra, faltaba alguna póliza en la documentación, algo de todo punto imperdonable. Es de suponer que, cuando el funcionario de turno ponga la póliza como Dios manda, la corporación de la villa berciana, donde pasó sus años de infancia el escritor, deshaga el tuerto y le honre como se merece, porque si no, los deshonrados van a ser ellos.
Más allá de bromas, la anécdota es, sin embargo, elocuente de cómo se conducen ciertos políticos de hoy, duchos en eso de meterse en camisa de once varas y pontificar sobre todo lo pontificable y, en particular, sobre todo lo que ignoran, que es mucho por desgracia. Por ejemplo, un día van y deciden qué historia de España es la que deben aceptar los ciudadanos como canónica, es decir, dónde estaban los buenos y dónde los malos. Otro día amanecen académicos de la lengua para dictarnos las normas gramaticales que les exigen los lobbies de la Corrección política, de suerte que ellos y ellas se ponen a farfullar una suerte de neocastellano infame. Al otro día se constituyen en críticos literarios para sancionar qué nombres de escritores –nuevamente bajo el tan objetivo criterio de si estuvieron con los buenos o los malos– deben o no figurar en el callejero, por más que no hayan leído una sola página de sus obras. Al otro se convierten en matemáticos y estadísticos, para manipular los números a su antojo y, de paso, a la opinión pública. Pero, en fin, lo que me importa aquí no es hablarles de los políticos, sino del formidable novelista que ha sufrido este desaire, esperemos que pasajero, Guerra Garrido, autor de una muy considerable obra narrativa, en la que figuran títulos como Cacereño, El año del wólfram, La carta o Lectura insólita de El capital.
Esta última mereció el premio Nadal en 1976, y la tengo entre las diez mejores novelas publicadas en los últimos cuarenta años. Se nos cuenta en ella los últimos y dramáticos momentos de un pequeño empresario guipuzcoano secuestrado por un grupúsculo de la ETA. Los diálogos entre víctima y verdugos no tienen desperdicio y nos muestran el grado de abyección en que habían caído ya para esa fecha los valientes gudaris del terror. Como fondo ideológico de esos diálogos, la lectura que, en sus ratos de soledad, hace el empresario del libro de Marx, tan poco leído por los marxistas. Al hilo de los diálogos se nos van mostrando las opiniones de diferentes individuos, voces representativas de la sociedad vasca, que condenan -los menos-, aprueban o comprenden -los más- la violencia terrorista. Ya saben: lo del árbol y las nueces, aquella tan luminosa como crudelísima metáfora que un día saliera del jesuítico magín de don Xabier Arzallus, excelso hombre de paz, según sus muchos acólitos.
La trágica peripecia del pobre empresario, unida a esta polifonía ideológica, va levantando un formidable mosaico de lo que fue la situación del País Vasco en los inicios de la Transición. A los terroristas, no pocos de ellos maketos, como es sabido, no les convence el impoluto pedigrí del industrial, que, sin humor peliculero alguno, alardea de sus ocho apellidos vascos: “Nací en la Argentina de puñetera casualidad, pero mis apellidos son vascos, Lizarraga, Múgica, Aranzabal, Aramburu, Aurteneche, Otaño, Echeveste y Sagastiberri”. Convendrá recordar que la comprensión del terrorismo etarra no era solo cosa de los nacionalistas moderados o de ciertos curas y obispos trabucaires sino de casi toda la izquierda, que veía con ojos indulgentes aquella máquina de matar, que más tarde se cebaría también en algunos de sus miembros más conspicuos: ¡ironías de la Historia! En Guerra Garrido, farmacéutico de profesión y miembro del Foro Ermua, también se cebaron un mal día de 2000. Los criminales calcinaron la farmacia donostiarra que regentaban él y su mujer. La diferencia es que el escritor, con la dignidad moral de que carecían los políticos, pensaba y decía lo mismo en 1975 que veinticinco años después.
De ahí el mérito indiscutible de Lectura insólita de El capital, novela comprometida con su tiempo y con la trágica circunstancia que por entonces se vivía. Mientras algún célebre escritor vasco fabulaba en eusquera sobre edades míticas, milenarismos utópicos y bosques idílicos, Guerra Garrido planteaba en su novela el problema nuclear del País Vasco. Y lo hacía en una fecha tan temprana como la referida, dejándonos un diagnóstico de la situación que, de ningún modo, ha quedado obsoleto y que ha servido incluso de modelo para obras posteriores tan audaces y valientes como la del escritor berciano. Así, Patria, la exitosísima novela de Fernando Aramburu, que en un homenaje a Guerra Garrido de hace unos meses le reconocía con honradez este magisterio: “Fuiste un escritor independiente, insobornable, remiso a la frivolidad, que se jugó la vida defendiendo con palabras los valores inherentes a un Estado de derecho. Para algunos, entre los que me cuento, tu decencia nos ayudó a orientarnos en ese complicado laberinto de las conductas humanas, sin que te lleguemos a la suela del zapato en cuestión de coraje cívico, razón por la cual te estoy, te estamos, de todo punto agradecidos”.
Y es que Patria no se entendería sin este valioso antecedente que representa la excepcional novela de Raúl Guerra que les recomiendo de corazón, Lectura insólita de El capital.
![[Img #50692]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2020/9138_9788485224845-es.jpg)
Ha sido noticia en la prensa leonesa de la pasada semana: la propuesta de nombramiento como Hijo Adoptivo de Cacabelos de Raúl Guerra Garrido ha sido rechazada por el pleno municipal. Al parecer, según quienes votaron en contra, faltaba alguna póliza en la documentación, algo de todo punto imperdonable. Es de suponer que, cuando el funcionario de turno ponga la póliza como Dios manda, la corporación de la villa berciana, donde pasó sus años de infancia el escritor, deshaga el tuerto y le honre como se merece, porque si no, los deshonrados van a ser ellos.
Más allá de bromas, la anécdota es, sin embargo, elocuente de cómo se conducen ciertos políticos de hoy, duchos en eso de meterse en camisa de once varas y pontificar sobre todo lo pontificable y, en particular, sobre todo lo que ignoran, que es mucho por desgracia. Por ejemplo, un día van y deciden qué historia de España es la que deben aceptar los ciudadanos como canónica, es decir, dónde estaban los buenos y dónde los malos. Otro día amanecen académicos de la lengua para dictarnos las normas gramaticales que les exigen los lobbies de la Corrección política, de suerte que ellos y ellas se ponen a farfullar una suerte de neocastellano infame. Al otro día se constituyen en críticos literarios para sancionar qué nombres de escritores –nuevamente bajo el tan objetivo criterio de si estuvieron con los buenos o los malos– deben o no figurar en el callejero, por más que no hayan leído una sola página de sus obras. Al otro se convierten en matemáticos y estadísticos, para manipular los números a su antojo y, de paso, a la opinión pública. Pero, en fin, lo que me importa aquí no es hablarles de los políticos, sino del formidable novelista que ha sufrido este desaire, esperemos que pasajero, Guerra Garrido, autor de una muy considerable obra narrativa, en la que figuran títulos como Cacereño, El año del wólfram, La carta o Lectura insólita de El capital.
Esta última mereció el premio Nadal en 1976, y la tengo entre las diez mejores novelas publicadas en los últimos cuarenta años. Se nos cuenta en ella los últimos y dramáticos momentos de un pequeño empresario guipuzcoano secuestrado por un grupúsculo de la ETA. Los diálogos entre víctima y verdugos no tienen desperdicio y nos muestran el grado de abyección en que habían caído ya para esa fecha los valientes gudaris del terror. Como fondo ideológico de esos diálogos, la lectura que, en sus ratos de soledad, hace el empresario del libro de Marx, tan poco leído por los marxistas. Al hilo de los diálogos se nos van mostrando las opiniones de diferentes individuos, voces representativas de la sociedad vasca, que condenan -los menos-, aprueban o comprenden -los más- la violencia terrorista. Ya saben: lo del árbol y las nueces, aquella tan luminosa como crudelísima metáfora que un día saliera del jesuítico magín de don Xabier Arzallus, excelso hombre de paz, según sus muchos acólitos.
La trágica peripecia del pobre empresario, unida a esta polifonía ideológica, va levantando un formidable mosaico de lo que fue la situación del País Vasco en los inicios de la Transición. A los terroristas, no pocos de ellos maketos, como es sabido, no les convence el impoluto pedigrí del industrial, que, sin humor peliculero alguno, alardea de sus ocho apellidos vascos: “Nací en la Argentina de puñetera casualidad, pero mis apellidos son vascos, Lizarraga, Múgica, Aranzabal, Aramburu, Aurteneche, Otaño, Echeveste y Sagastiberri”. Convendrá recordar que la comprensión del terrorismo etarra no era solo cosa de los nacionalistas moderados o de ciertos curas y obispos trabucaires sino de casi toda la izquierda, que veía con ojos indulgentes aquella máquina de matar, que más tarde se cebaría también en algunos de sus miembros más conspicuos: ¡ironías de la Historia! En Guerra Garrido, farmacéutico de profesión y miembro del Foro Ermua, también se cebaron un mal día de 2000. Los criminales calcinaron la farmacia donostiarra que regentaban él y su mujer. La diferencia es que el escritor, con la dignidad moral de que carecían los políticos, pensaba y decía lo mismo en 1975 que veinticinco años después.
De ahí el mérito indiscutible de Lectura insólita de El capital, novela comprometida con su tiempo y con la trágica circunstancia que por entonces se vivía. Mientras algún célebre escritor vasco fabulaba en eusquera sobre edades míticas, milenarismos utópicos y bosques idílicos, Guerra Garrido planteaba en su novela el problema nuclear del País Vasco. Y lo hacía en una fecha tan temprana como la referida, dejándonos un diagnóstico de la situación que, de ningún modo, ha quedado obsoleto y que ha servido incluso de modelo para obras posteriores tan audaces y valientes como la del escritor berciano. Así, Patria, la exitosísima novela de Fernando Aramburu, que en un homenaje a Guerra Garrido de hace unos meses le reconocía con honradez este magisterio: “Fuiste un escritor independiente, insobornable, remiso a la frivolidad, que se jugó la vida defendiendo con palabras los valores inherentes a un Estado de derecho. Para algunos, entre los que me cuento, tu decencia nos ayudó a orientarnos en ese complicado laberinto de las conductas humanas, sin que te lleguemos a la suela del zapato en cuestión de coraje cívico, razón por la cual te estoy, te estamos, de todo punto agradecidos”.
Y es que Patria no se entendería sin este valioso antecedente que representa la excepcional novela de Raúl Guerra que les recomiendo de corazón, Lectura insólita de El capital.






