Javier Huerta
Viernes, 11 de Septiembre de 2020

Novísimos

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Mal año este de 2020 para las efemérides culturales: el cuarto centenario del nacimiento de Gaspar Becerra, el artífice de esa maravilla que es el retablo de la catedral astorgana; el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven; el centenario de la muerte de Galdós; el del nacimiento de uno de sus más cumplidos herederos en la novela, Miguel Delibes; el de la publicación de la obra máxima de nuestro teatro contemporáneo, Luces de bohemia… Por desgracia, todas estas celebraciones están pasando con más pena que gloria, difuminadas por la crisis social y sanitaria que padecemos, sin el aliento de las gentes, primero confinadas, luego temerosas de mezclarse con las demás y compartir el rito de homenaje a estas grandes figuras.

 

Solo cabe consolarse con que no fueron pocos los que aliviaron las jornadas interminables de confinamiento en sus casas con la lectura de Fortunata y Jacinta o Misericordia, de La sombra del ciprés es alargada o El camino, o viendo, a través de internet, alguna de las magníficas grabaciones que, en la web del Centro de Documentación de las Artes Escénicas, se conservan de la pieza maestra de Valle-Inclán, o escuchando la Novena, con su mensaje de alegría y de paz, tan necesarios en horas tan hoscas… Y así se vino a demostrar, por cierto, que la cultura no es ese prescindible artículo de lujo que consideran algunos políticos zopencos, sino que tiene la utilidad máxima en entretener y, a la vez, alimentar el espíritu.

           

Con menor repercusión popular quizá que los eventos apuntados pero con su innegable relevancia para la historia de nuestra literatura contemporánea, estaba también el 50 aniversario de la aparición de Nueve novísimos poetas españoles, la antología que José María Castellet publicara en 1950. Con el fin de conmemorarla, la Asociación de Amigos de la Casa Panero convocó un congreso internacional que iba a celebrarse el pasado mes de julio. No en vano uno de los nueve novísimos, acaso el de mayor difusión entre los lectores, fue Leopoldo María Panero, uno de los tres que, junto a Pere Gimferrer y Guillermo Carnero, ha sobrevivido como poeta verdadero. Sabido es, además, que no siempre los antólogos aciertan en la elección de los poetas antologados. Y esto es lo que ocurrió con la antología de Castellet: ni eran todos los que estaban, ni estaban todos los que eran. Los seis restantes (Félix de Azúa, Ana María Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez y Vicente Molina Foix) han quedado como notables escritores en otros géneros: la novela, el ensayo, la traducción, pero en lo que a la poesía se refiere sus voces se fueron apagando con el tiempo.

           

En cambio, fuera de la antología quedaron nombres que, independientemente del gusto de cada cual, se forjarían como poetas de calidad indiscutible: Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca, Jaime Siles y Antonio Colinas. A algunos de ellos y también a Carnero los invitamos al malogrado congreso de julio. En cualquier caso, incluidos y excluidos de la antología ‘castelletiana’ hicieron algo muy importante para el desarrollo de la lírica posterior: nada más y nada menos que regenerar el gastado y envejecido lenguaje de la generación anterior, muy condicionada por la idea de que la poesía debía cumplir una función social, de compromiso y denuncia, ser “un arma cargada de futuro”, como había dicho Gabriel Celaya. Pero en la mayoría de los casos ese noble fin trajo consigo el empobrecimiento de la palabra y del verso, que terminaron deslizándose por la pendiente de la trivialización y el prosaísmo. Asimismo, en una España aún muy cerrada al exterior, los novísimos se abrieron a las corrientes foráneas de la modernidad. Entre ellos –insisto, no me refiero solo a los antologados por Castellet– había profesores, especialistas en Filología Clásica, italianistas y traductores, de suerte que todos ellos pusieron alto el listón de la poesía y la supieron sacar de sus casillas demasiado carpetovetónicas. En mi opinión, no ha habido luego un movimiento de características tan innovadoras para el devenir de la lírica, y me atrevo a decir que lo mejor de nuestra poesía actual –bastante desnortada, por cierto– lleva aún el sello de lo novísimo.

           

Por ello, confiamos en que, una vez exorcizado el mal que nos invade, el congreso pueda celebrarse el próximo 2021 en la que será ya para entonces Casa-Museo Panero. En cualquier caso, hemos querido conmemorar, siquiera modestamente, este cincuentenario con la presencia de Antonio Colinas, uno de los novísimos que quedaron al margen de la famosa antología, tengo para mí que en hora buena para él. Y es que uno de los rasgos definidores de la personalidad de Colinas ha sido su independencia respecto de lobbies y capillas, y desde esa insobornable independencia hablará el lunes 14 en el Gullón sobre la poesía de sus compañeros de viaje generacional. Hace unos días se clausuró el curso de verano que, acerca de su figura y obra, organizó la Universidad de León en La Bañeza. Las diversas lecciones que en él se pudieron escuchar abundaron en la originalidad –de origen– de su creación, en la admirable conciliación que en su obra se da entre la tradición y la renovación, el arraigo a la tierra propia y la proyección universal y, en fin, en el ejemplar mensaje humanista que destila una poesía que ha ido acompañada siempre –como aconsejaba Eliot– de una reflexión crítica, tan potente como inusitada entre nosotros desde Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Un privilegio, pues, tenerlo el lunes entre nosotros. No se lo pierdan.

 

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