Los Maragatos: Una raza, una tierra. (II) La literatura Extranjera
Texto publicado en la 'Revista de la Casa de León'. Junio 1978 - Núm. 287
![[Img #6918]](upload/img/periodico/img_6918.jpg)
Realmente,
podemos calificarnos de afortunados si contemplamos el panorama de nuestra
literatura en el siglo XIX, pero más gozosos aún debemos sentirnos al
vislumbrar la gran cantidad de libros de relatos y descripciones maestras que
imprimieron las imprentas del siglo pasado, y entre tanta cantidad sobresalen
diversos autores, a los que vamos a hacer referencia, los cuales recorrieron
nuestra tierra y se fijaron poderosamente en el maragato, en el hombre y en su
tierra. Unas son partidistas, otras objetivas, pero todas ellas hacen bien
clara alusión al retrato literario —en directo, diríamos hoy—, ya que siempre
corresponde a la observación vivida en esta comarca peculiarísima.
LA VISION DEL AMERICANO HUNTINGTON
Archer
M. Huntington recorre España en la última década del siglo y llega a Astorga
procedente del camino de La Coruña, sin que realmente conociera de antemano al
Maragato, sino que el tema ha surgido como conversación en la diligencia, y
ello fue bastante para que el poeta se sintiera atraído por el hombre
maragato.
(Años
después, Archer M. Huntington sería el inspirador en Nueva York de la Hispanic
Society, y su esposa, Ann, escultora, dejó varias obras en nuestro país, como
la situada frente a la Facultad de Medicina de la Universidad madrileña).
Huntington, joven entonces, se interesa por el maragato al ver pasar junto a la
diligencia que le transporta a «esos arrieros tan serios, de cara cuadrada,
rechonchos, sanguíneos, de cabello liso y no muy abundante, velludos, boca
grande, barbilla corta y nariz corta y ancha». Más adelante comenta que «le
fascinaba verlos pasar graves, sin prisa, siempre al mismo paso de sus muías,
que no paraban por nada ni por nadie».
Este
primer contacto que el americano Archer tuvo con el hombre maragato, aunque
fuera de refilón al pasar, aconteció como protagonistas a su profesor que le
acompañaba, a quien siempre llama doctor Knapp, y un estudiante astorgano que
regresaba de Santiago, quien les había informado lo más posible ante el interés
que ambos extranjeros habían puesto en su deseo de documentarse.
Fue
rápida su visita en Astorga y también no menos lo fue a la Maragatería. Apenas
un roce, pero suficiente tras su estancia breve en Murias: habla con los
hombres y las mujeres, apunta febril notas en su bloc, sus ojos ven atentos y
escribe, escribe siempre... «calles estrechas, casas bajas de piedra con
amplias puertas casi todas para dar entrada al carro»; los pantalones, un viejo
montado sobre un mulo «aderezado como Dios manda: albarda estrecha, cubierto
con su manta azul rayada de blanco, freno y estribos de cuero», sorprendiéndose
ante su ágil ancianidad que encuentra eco de orgullo en la respuesta del
hombre: «¡Un maragato sin mulo no es un maragato!»; las mujeres trabajando, el
gran parecido existente entre todos ellos físicamente —luego le explicarían que
los maragatos sólo se casaban entre ellos y que eran en total unos doce mil—,
las fiestas, la honradez de estos habitantes, y el impresionante adiós con que
le obsequian: «¡No hay más maragatos en España que los de León!»
![[Img #6919]](upload/img/periodico/img_6919.jpg)
DOS FRANCESES: UN ESCRITOR UN GENIAL
DIBUJANTE
Son
los años de mil ochocientos sesenta y pocos; España está en una de sus
encrucijadas sociales, puesto que ha desaparecido el bandolerismo, el
pintoresquismo incluso se enfrenta con el naciente ferrocarril, las revoluciones
del telégrafo y la industria parecen despedir a toda una sociedad para entrar
en otra nueva, distinta, y el espíritu romántico necesita conocer todo este
caudal antes de que semejantes innovaciones alteren consustancialmente tantas
peculiaridades. Dos hombres van a intentar reflejarlas: Da-villier, escritor,
y Doré, dibujante.
Arriban
a Astorga procedentes de León y visitan la catedral, en primer lugar,
admirándola enormemente, pero es la estatua de Pedro Mato, en su torre, la que
les da pie para hablar de la Maragatería, al considerar a la famosa escultura
como representante de un famoso carretero —textual— que dejó una considerable
cantidad de dinero a la seo astorgana.
Describe
a la Maragatería como un terreno accidentado y poco fértil en el cual es la
mujer, a la que califica de tan robusta como el hombre, la que trabaja y cuida
los campos, recogiendo las cosechas, pues el varón se gana la vida por los
caminos. Precisamente, al relatar este punto y ampliarlo, dice: «Un cierto
número de maragatos van a Madrid a establecerse como pescaderos, vendedores de
chorizos o de otros comestibles; pero la mayor parte son carreteros, como el
Pedro Mato de la catedral, o si no, arrieros».
Han
visto ya a los maragatos por los caminos de España, no en balde llevan
recorrida buena parte del país e incluso han tenido oportunidad de conocerlos
cuando ambos viajeros visitaron detenidamente la capital española. No
transcriben, pues, la misma expresión de sorpresa que otros viajeros al
encontrarse con el peculiarísimo traje: «Sayo sujeto por cordones de seda
terminados en unos herretes; ancho cinturón de cuero, medias de color, sombrero
de fieltro negro de alas anchas y amplias bragas», siendo éstas quienes por su
amplitud traen al recuerdo del escritor francés cierto pareado popular: «En la
Maragatería/ no hay en paño economía».
![[Img #6920]](upload/img/periodico/img_6920.jpg)
DESDE
LA PERSPECTIVA INGLESA: FORD Y BORROW
Situémonos
en el punto de vista temporal: Richard Ford recorre los caminos entre 1830 y
1833, mientras que las experiencias de 'don Jorgito' Borrow vendiendo Biblias
tuvieron lugar en 1837; no hay distancia en el tiempo, pero sí hay gran
diferencia entre su país de origen y el que visitan en esa época del siglo
XIX, de ahí que sea precisamente la gran separación, y por consiguiente la
peculiar importancia de su perspectiva, de los dos países en esos momentos la
que conviene subrayar.
Ford
sitúa la capitalidad de la Maragatería en San Román —hoy con el sustantivo Val
delante completando la denominación de dicho poblado—, y de nuevo se fija en el
traje que, describe con gran detenimiento, tanto el del hombre como el de la
mujer, al tiempo que retrata físicamente a la raza, como ya indicamos en el
capítulo anterior; menciona las fiestas en que se reúnen todos, y el Corpus y
la Ascensión, para bailar el 'cañizo', danza que no describe, pero sí indica
que dura de dos a tres de la tarde. Sobre los viajes, apunta: «Son los que
hacen todo el tráfico entre Galicia y las dos Castillas. Cobran caro, pero su
honradez compensa este defecto, pues puede confiárseles
oro molido. Son célebres por sus hermosas bestias de carga, ya que las mulas
gozan de justo renombre y los burros son espléndidos y numerosos».
Califícales de viajeros por placer y narra lo difícil que es pasar a su lado
por un camino angosto, puesto que «los maragatos no ceden el camino, sus
caballerías no se mueven de su sitio, y, como la carga sobresale a uno y otro
lado, ocupan toda la senda».
George 'don Jorgito' Borrow es un viajero empedernido como emisario de la ‘Sociedad
Bíblica’, ya que antes de venir a España ha recorrido toda Europa. Su
experiencia en España, recogida en el libro ‘La Biblia en España’, quizá sea
una de las más divulgadas y de las más divertidas, por la parcialísima opinión
de su autor: donde vende Biblias no duda en emplear los mejores calificativos;
donde la venta no alcanza los niveles que considera aceptables, utiliza
expresiones muy personales, y ya no digamos de aquella población donde le cogen
las fiebres —caso de León...
![[Img #6921]](upload/img/periodico/img_6921.jpg)
Borrow
camina con su criado Antonio y tiene problemas en Astorga, primero porque
«llega sin arriero» y surgen dificultades en la posada en que se alojan;
segundo porque no encuentra librería donde dejar encargada la venta de sus
Biblias: de ahí que no dude en calificar a los nativos de «gente brutal,
estúpida y grosera». Cambia su actitud, sólo en parte, al hablar de los
maragatos, a los que define como «la casta más singular de cuantas pueden
encontrarse en la mezclada población de España, pues poseen costumbres y
vestidos peculiares, y nunca se casan con españoles».
Como
los demás escritores, hace una referencia muy gráfica del traje maragato y
retrata al hombre aportando un detalle nuevo: lleva afeitado el cráneo y sólo
se deja un ligero cerquillo de pelo en la parte inferior; profundizando
después en lo físico: «son hombres de fuerza atlética, toscos, pesados, de
facciones correctas, pero vacías de expresión; hablan con lentitud y lisura,
observándose rara vez en ellos los arranques de elocuencia y de imaginación
tan frecuentes en los demás españoles. Son de temperamento flemático y con
dificultad se encolerizan, pero son peligrosos cuando se incomodan».
Sobre
su comportamiento económico fue Borrow protagonista de un hecho que podríamos
calificar de anécdota, a juzgar por su relato. Se dispone a divulgar su tarea
en la venta de Biblias con un maragato, y tras aleccionarle largo rato, recibe
de él esta respuesta, según él mismo la narra: «Mañana me voy a Lugo, para
donde va usted también, según tengo entendido. Si quiere enviar allá sus
baúles, no tengo inconveniente en encargarme de ello a tanto (y le da un precio
que el inglés califica de exorbitante). De todo lo demás que me ha dicho usted
entiendo muy poco y no creo ni una palabra; respecto de los libros, compraré
tres o cuatro. No pienso leerlos, la verdad, pero sin duda los venderé a precio
más alto del que me pide usted por ellos».
Son
visiones de la Maragatería compuestas por escritores que nos visitaron. Del
lector quedan las consecuencias y el análisis de semejantes opiniones.
Realmente, podemos calificarnos de afortunados si contemplamos el panorama de nuestra literatura en el siglo XIX, pero más gozosos aún debemos sentirnos al vislumbrar la gran cantidad de libros de relatos y descripciones maestras que imprimieron las imprentas del siglo pasado, y entre tanta cantidad sobresalen diversos autores, a los que vamos a hacer referencia, los cuales recorrieron nuestra tierra y se fijaron poderosamente en el maragato, en el hombre y en su tierra. Unas son partidistas, otras objetivas, pero todas ellas hacen bien clara alusión al retrato literario —en directo, diríamos hoy—, ya que siempre corresponde a la observación vivida en esta comarca peculiarísima.
LA VISION DEL AMERICANO HUNTINGTON
Archer M. Huntington recorre España en la última década del siglo y llega a Astorga procedente del camino de La Coruña, sin que realmente conociera de antemano al Maragato, sino que el tema ha surgido como conversación en la diligencia, y ello fue bastante para que el poeta se sintiera atraído por el hombre maragato.
(Años después, Archer M. Huntington sería el inspirador en Nueva York de la Hispanic Society, y su esposa, Ann, escultora, dejó varias obras en nuestro país, como la situada frente a la Facultad de Medicina de la Universidad madrileña). Huntington, joven entonces, se interesa por el maragato al ver pasar junto a la diligencia que le transporta a «esos arrieros tan serios, de cara cuadrada, rechonchos, sanguíneos, de cabello liso y no muy abundante, velludos, boca grande, barbilla corta y nariz corta y ancha». Más adelante comenta que «le fascinaba verlos pasar graves, sin prisa, siempre al mismo paso de sus muías, que no paraban por nada ni por nadie».
Este primer contacto que el americano Archer tuvo con el hombre maragato, aunque fuera de refilón al pasar, aconteció como protagonistas a su profesor que le acompañaba, a quien siempre llama doctor Knapp, y un estudiante astorgano que regresaba de Santiago, quien les había informado lo más posible ante el interés que ambos extranjeros habían puesto en su deseo de documentarse.
Fue rápida su visita en Astorga y también no menos lo fue a la Maragatería. Apenas un roce, pero suficiente tras su estancia breve en Murias: habla con los hombres y las mujeres, apunta febril notas en su bloc, sus ojos ven atentos y escribe, escribe siempre... «calles estrechas, casas bajas de piedra con amplias puertas casi todas para dar entrada al carro»; los pantalones, un viejo montado sobre un mulo «aderezado como Dios manda: albarda estrecha, cubierto con su manta azul rayada de blanco, freno y estribos de cuero», sorprendiéndose ante su ágil ancianidad que encuentra eco de orgullo en la respuesta del hombre: «¡Un maragato sin mulo no es un maragato!»; las mujeres trabajando, el gran parecido existente entre todos ellos físicamente —luego le explicarían que los maragatos sólo se casaban entre ellos y que eran en total unos doce mil—, las fiestas, la honradez de estos habitantes, y el impresionante adiós con que le obsequian: «¡No hay más maragatos en España que los de León!»
DOS FRANCESES: UN ESCRITOR UN GENIAL DIBUJANTE
Son los años de mil ochocientos sesenta y pocos; España está en una de sus encrucijadas sociales, puesto que ha desaparecido el bandolerismo, el pintoresquismo incluso se enfrenta con el naciente ferrocarril, las revoluciones del telégrafo y la industria parecen despedir a toda una sociedad para entrar en otra nueva, distinta, y el espíritu romántico necesita conocer todo este caudal antes de que semejantes innovaciones alteren consustancialmente tantas peculiaridades. Dos hombres van a intentar reflejarlas: Da-villier, escritor, y Doré, dibujante.
Arriban a Astorga procedentes de León y visitan la catedral, en primer lugar, admirándola enormemente, pero es la estatua de Pedro Mato, en su torre, la que les da pie para hablar de la Maragatería, al considerar a la famosa escultura como representante de un famoso carretero —textual— que dejó una considerable cantidad de dinero a la seo astorgana.
Describe a la Maragatería como un terreno accidentado y poco fértil en el cual es la mujer, a la que califica de tan robusta como el hombre, la que trabaja y cuida los campos, recogiendo las cosechas, pues el varón se gana la vida por los caminos. Precisamente, al relatar este punto y ampliarlo, dice: «Un cierto número de maragatos van a Madrid a establecerse como pescaderos, vendedores de chorizos o de otros comestibles; pero la mayor parte son carreteros, como el Pedro Mato de la catedral, o si no, arrieros».
Han visto ya a los maragatos por los caminos de España, no en balde llevan recorrida buena parte del país e incluso han tenido oportunidad de conocerlos cuando ambos viajeros visitaron detenidamente la capital española. No transcriben, pues, la misma expresión de sorpresa que otros viajeros al encontrarse con el peculiarísimo traje: «Sayo sujeto por cordones de seda terminados en unos herretes; ancho cinturón de cuero, medias de color, sombrero de fieltro negro de alas anchas y amplias bragas», siendo éstas quienes por su amplitud traen al recuerdo del escritor francés cierto pareado popular: «En la Maragatería/ no hay en paño economía».
DESDE LA PERSPECTIVA INGLESA: FORD Y BORROW
Situémonos en el punto de vista temporal: Richard Ford recorre los caminos entre 1830 y 1833, mientras que las experiencias de 'don Jorgito' Borrow vendiendo Biblias tuvieron lugar en 1837; no hay distancia en el tiempo, pero sí hay gran diferencia entre su país de origen y el que visitan en esa época del siglo XIX, de ahí que sea precisamente la gran separación, y por consiguiente la peculiar importancia de su perspectiva, de los dos países en esos momentos la que conviene subrayar.
Ford sitúa la capitalidad de la Maragatería en San Román —hoy con el sustantivo Val delante completando la denominación de dicho poblado—, y de nuevo se fija en el traje que, describe con gran detenimiento, tanto el del hombre como el de la mujer, al tiempo que retrata físicamente a la raza, como ya indicamos en el capítulo anterior; menciona las fiestas en que se reúnen todos, y el Corpus y la Ascensión, para bailar el 'cañizo', danza que no describe, pero sí indica que dura de dos a tres de la tarde. Sobre los viajes, apunta: «Son los que hacen todo el tráfico entre Galicia y las dos Castillas. Cobran caro, pero su honradez compensa este defecto, pues puede confiárseles oro molido. Son célebres por sus hermosas bestias de carga, ya que las mulas gozan de justo renombre y los burros son espléndidos y numerosos». Califícales de viajeros por placer y narra lo difícil que es pasar a su lado por un camino angosto, puesto que «los maragatos no ceden el camino, sus caballerías no se mueven de su sitio, y, como la carga sobresale a uno y otro lado, ocupan toda la senda».
George 'don Jorgito' Borrow es un viajero empedernido como emisario de la ‘Sociedad Bíblica’, ya que antes de venir a España ha recorrido toda Europa. Su experiencia en España, recogida en el libro ‘La Biblia en España’, quizá sea una de las más divulgadas y de las más divertidas, por la parcialísima opinión de su autor: donde vende Biblias no duda en emplear los mejores calificativos; donde la venta no alcanza los niveles que considera aceptables, utiliza expresiones muy personales, y ya no digamos de aquella población donde le cogen las fiebres —caso de León...
Borrow camina con su criado Antonio y tiene problemas en Astorga, primero porque «llega sin arriero» y surgen dificultades en la posada en que se alojan; segundo porque no encuentra librería donde dejar encargada la venta de sus Biblias: de ahí que no dude en calificar a los nativos de «gente brutal, estúpida y grosera». Cambia su actitud, sólo en parte, al hablar de los maragatos, a los que define como «la casta más singular de cuantas pueden encontrarse en la mezclada población de España, pues poseen costumbres y vestidos peculiares, y nunca se casan con españoles».
Como los demás escritores, hace una referencia muy gráfica del traje maragato y retrata al hombre aportando un detalle nuevo: lleva afeitado el cráneo y sólo se deja un ligero cerquillo de pelo en la parte inferior; profundizando después en lo físico: «son hombres de fuerza atlética, toscos, pesados, de facciones correctas, pero vacías de expresión; hablan con lentitud y lisura, observándose rara vez en ellos los arranques de elocuencia y de imaginación tan frecuentes en los demás españoles. Son de temperamento flemático y con dificultad se encolerizan, pero son peligrosos cuando se incomodan».
Sobre su comportamiento económico fue Borrow protagonista de un hecho que podríamos calificar de anécdota, a juzgar por su relato. Se dispone a divulgar su tarea en la venta de Biblias con un maragato, y tras aleccionarle largo rato, recibe de él esta respuesta, según él mismo la narra: «Mañana me voy a Lugo, para donde va usted también, según tengo entendido. Si quiere enviar allá sus baúles, no tengo inconveniente en encargarme de ello a tanto (y le da un precio que el inglés califica de exorbitante). De todo lo demás que me ha dicho usted entiendo muy poco y no creo ni una palabra; respecto de los libros, compraré tres o cuatro. No pienso leerlos, la verdad, pero sin duda los venderé a precio más alto del que me pide usted por ellos».
Son visiones de la Maragatería compuestas por escritores que nos visitaron. Del lector quedan las consecuencias y el análisis de semejantes opiniones.