Martín Martínez Martínez
Sábado, 11 de Enero de 2014

Las Migraciones Maragatas

Capítulo segundo del libro: 'Santiago de la Cuesta Manzanal Conde de la reunión de Cuba'; Biblioteca de Autores Astorganos 21. C.E.A. 'Marcelo Macías'; Astorga 2012



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Para centrar la cuestión hemos de tener en cuenta unos pocos datos sobre las migraciones de los maragatos a ultramar. Porque en este caso poco nos importan las efectuadas en el interior peninsular, aunque uno de nuestros personajes, Pedro de la Cuesta en su periplo hacia Cuba, primero hizo escala en Salamanca.

Si nos referimos a la emigración en el sentido estricto que tiene el apelativo ‘maragato’, la salida de estos, el abandono de sus pueblos, no se produjo hasta el último tercio del siglo XIX y primero del XX. La aparición y la fuerte competencia del ferrocarril que no daba opción al transporte animal, dio al traste con la arriería; así desapareció el maragato apegado a su recua, si bien el vocablo permaneció porque la idiosincrasia del mismo había dado nombre a una comarca haciendo desaparecer su antigua y centenaria denominación de Somoza; apellido que aún conservan varias de sus poblaciones.

Sí, el ferrocarril hizo desaparecer el oficio de arriero, hizo desaparecer al maragato que era inherente a ese oficio que le dio dinero y fama -buena y mala- aunque desperdigados por la Península supieron mantener su prosperidad económica.

Los maragatos comprendieron -lo cierto es que no de inmediato- que tenían perdida la batalla con el ferrocarril. Hábiles en buscar los ‘nichos’ de sus negocios, a ello se aprestaron cuando se percataron del problema. Curiosamente, porque la necesidad no les obligaba, los maragatos, los arrieros y sus familias, no siguieron los pasos de los otros habitantes de la Somoza; estos últimos poseedores de unos predios improductivos de escasos centenales; de alguna oveja churra de menguada producción de lana y corderos témales; tejedores a tiempo parcial, y recueros para los maragatos, buscaron distintos países de América. Allí estaba el paraíso ubérrimo donde las fuentes manaban leche y miel, o quedaban sepultados en la quimera de sus sueños. Mientras no se demuestre lo contrario a esta estirpe pertenecían los dos hermanos valuros, Pedro y Santiago que un día de 1790 decidieron dar el salto a la isla de Cuba.

Los arrieros, los maragatos, poseedores de recuas, de tierras productivas y ganados abundantes, no siguieron los pasos del resto de los emigrados de la Somoza, salvo raras excepciones que ya lo hacían con el respaldo de un saneado caudal. Los maragatos se quedaron en la Península si bien todos, absolutamente todos, salieron de su tierra donde, al cesar su negocio arriero nada tenían perdido. Conocían perfectamente los negocios asimilados a la arriería y con especial mención dos de ellos: el del pescado en Castilla, sobre todo en Madrid; y el de los ultramarinos en Galicia y Asturias. La Bañeza, Benavente, Medina del Campo, Arévalo, Madrid y otras poblaciones de rutas paralelas vieron asentarse a maragatos con expendedurías de pescados, molturación de harinas u otros negocios. Hacia Galicia, sin olvidar las localidades intermedias, se orientaron con almacenes de comestibles y abarrotes de toda clase de mercaderías; vinos y aceites de la Mancha, trigos de Castilla, ferreterías y toda clase de ultramarinos que ellos habían transportado. Vigo, Pontevedra, Santiago, La Coruña y Lugo, menos en Orense, fueron sus poblaciones de asentamiento.

Aún en estos tiempos se encuentra uno con algún mesón o restaurante por caminos gallegos que tiene el apelativo de ‘El Maragato’. Por Asturias, sin olvidar los abarrotes, tendieron más a los comercios de paños, tal vez influenciados por los paisanos de Ancares y Fornela, maestros en este menester, y conocidos de ellos por los mil caminos transitados en compañía.

Buena parte de esos arrieros -que el maragato es arriero, no nos olvidemos- más apegados al terruño habían invertido buenos caudales en la adquisición de fincas rústicas en las riberas del Tuerto, del Duerna y especialmente en la del Órbigo; la mayor parte de ellas provenientes de las diferentes desamortizaciones que llevó a cabo el Gobierno de la nación sin que temieran las admoniciones de la Iglesia; otras eran producto de la usura que fue una práctica bastante extendida entre los maragatos.

Dejaron el oficio arriero, se asentaron en Astorga o León viviendo los más de las rentas; y para no estar ociosos, algunos montaron -casi siempre con criados- sus almacenes de vinos y otras mercaderías varias; negocios estos que muchos desarrollaron hasta bien mediado el siglo XX a la vez que probaban otros campos como la instalación de fábricas de chocolate, de ceras, harinas y otros productos.

Acabamos de citar la usura. El oficio de prestamista, sin que sepamos fueran directamente descendientes de judíos, lo ejercieron los maragatos con mucha frecuencia; sobre todo una vez asentados en las ciudades de la provincia; profesión que les proporcionaba más que pingües beneficios, pues marcaban unos intereses que en muchas ocasiones rozaban la usura.
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Desde Carrizo de la Ribera a La Bañeza, las tierras más ricas de la provincia, era rara la localidad - Benavides, Hospital, Veguellina, etc.-, en la que no residiera -y todavía reside- algún descendiente de estas gentes. Todos ellos, y en algunos casos aún perviven, llevaban el apelativo de ‘el maragato’. Se repartían por estas poblaciones para vigilar las extensas propiedades rústicas que sus padres habían acumulado; y como complemento, todos ellos, montaban algún negocio de vinos, ultramarinos, almacén de abonos, recogida de cereales o patatas, gasolineras cuando se impuso el automóvil, etc.

El arriero, el maragato, que ejercía este oficio, al menos desde la Edad Media, era gente muy apegada al terruño hasta la llegada del ferrocarril. La mayor parte de su vida era absolutamente nómada, pues aunque trabajara con criados él estaba siempre al lado de la recua, mantenía su familia en la Somoza y hacía de su pueblo el punto de descanso en sus viajes, y centro de almacenamiento de sus mercancías.

Esa prosperidad económica dio como resultado que era raro el arriero que cruzara los mares en busca de fortuna, que aquí la tenía. Así que no podemos, o al menos no debemos, hablar de emigración maragata, a no ser que demos a la palabra el amplio sentido territorial que adquirió la Somoza por la existencia de los maragatos, de los arrieros, los trajineros, tratantes de recua o mercaderes -por cuenta ajena o propia- que así se denominaban a todos los que ejercían este oficio.

La tierra maragata, antes llamada la Somoza, no daba para sustentar la mucha población que hasta el siglo XX albergaba; era de absoluta necesidad salir a buscar acomodo en otras partes.

Y salían, como no, los más necesitados. Salieron en la Edad Media para proceder a la repoblación de pueblos en la Extremadura y Andalucía. De manera que del salto del milenio encontramos en toda la Maragatería la toponimia campesina recordando pueblos abandonados. Del mismo modo ocurrió con otros muchos en el siglo XVIII y hemos contemplado a mediados del siglo XX el abandono de varias localidades que están en la mente de todos nosotros, aunque en algunos por circunstancias favorables u otros motivos menos confesables intenten una recuperación. Porque ante los nuevos modos de vida ese intento daría como resultado un poblamiento intermitente, de segunda vivienda; y si fuese definitivo la densidad poblacional sería escasísima; que de todas las maneras siempre sería un signo positivo.

Reciente tenemos la migración que se produjo en estas tierras una vez finalizada la guerra civil (1936-39), la cual como una epidemia se extendió hasta los años 80 y que dejó la mayor parte de los pueblos vacíos, varios totalmente abandonados. Argentina siguió siendo un país de acogida hasta los años 60 que se inició el éxodo hacia Europa. Francia, Bélgica y Alemania eran las naciones que acogían el mayor número de emigrantes maragatos, mientras otros buscaban las provincias más desarrolladas de España como las catalanas o las vascas que junto con Madrid absorbían esa población que huía de la miseria rural.

La primera emigración

Para tener conciencia de una emigración, más o menos documentada aparte de las ya mencionadas de la Edad Media con carácter de repoblación, hemos de llegar al siglo XVI. El descubrimiento de América -las llamadas Indias Occidentales- fue un fuerte revulsivo en toda la Península. Participar en el descubrimiento y conquista de nuevas tierras fue un acicate para muchos, a la vez que se presentaba un medio de hacer fortuna.

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Sin embargo en nuestra tierra, todavía llamada Somoza, la aventura de la emigración a tierras tan lejanas fue selectiva, ligada especialmente a la milicia; sobre todo para los segundones de casas hidalgas. A estos soldados profesionales les acompañaban gentes del pueblo que les harían las veces de pajes o criados.

No fue, por tanto, una emigración masiva; y así encontramos embarcados en las expediciones de Pizarro, Hernando de Soto, Pedrarias, Grijalba, Ortiz de Zárate u Oñate (1). Ahí quedan los Villagrá: Gaspar que como capitán intervino con la expedición de Oñate en la conquista de Nuevo Méjico y nos dejó el largo poema Historia de Nueva Méjico cuya impresión se realizó a principios del siglo XVII -1611- en Alcalá de Henares.

Como Gaspar, a la conquista de nuevas tierras se fueron sus parientes Francisco y Pedro Villagrá, que llegaron a ocupar cargos de responsabilidad en Chile, tanto en la milicia como en la organización de las comunidades y pueblos conquistados o creados ‘ex novo’.

Estos conocidos, eran en su mayoría astorganos y bastantes de ellos llevaban el apellido Osorio, el apellido de la casa marquesal. Diego Alonso Osorio llegó a ser obispo de Darién; un Jerónimo Osorio fundó en 1571 la villa de Oropesa, en Bolivia, la cual fue bautizada a finales del siglo XVIII como Cochabamba. Pedro García Ovalle, con calle familiar en Astorga, fue un destacado jurista, fiscal en la Audiencia del Perú, y fundador del mayorazgo que hasta bien entrado el siglo XX disfrutaba el Ayuntamiento de la ciudad.

Y por no hacer exhaustiva la relación citemos a Juan Fuertes, astorgano que llegó a poseer una encomienda en Nueva Granada y casó con una princesa india; o el boticario Pedro González que lo era en 1583 de la nao ‘Santa María de la Cinta’.

Y si de Cuba hablamos, en la expedición de Grijalva llegó a la isla un Bartolomé Astorga, quien después pasó a Méjico que entonces se decía Nueva España donde, retirado del ejército, fue encomendero; y finalmente en 1521 encontramos como regidor de Sancti Spiritus, en Cuba, al también astorgano Alvaro Oblanca.


La emigración maragata del siglo XVIII

Si la primera migración de la Somoza, como hemos visto, era más bien selectiva y casi exclusivamente centrada en la ciudad de Astorga, la que ahora nos ocupa es esencialmente rural.

Repetimos que hemos de tener en cuenta que no es una migración de arrieros; éstos disfrutaban de un estado económico bien saneado y no necesitaban de aventuras de las cuales disponían, en abundancia, por los caminos que unían Galicia con Castilla y viceversa.

Es una migración de campesinos y artesanos: agricultores, carpinteros, herreros y otros oficios menores, casi todos procedentes de localidades maragatas, aunque también hay astorganos, según recoge el profesor Paniagua. La superpoblación de Maragatería -a finales del siglo XVIII ya se había normalizado este nombre o el de Maragatos- exigía una salida que vino a propiciar una medida adoptada por Carlos III.

En tierras de Maragatería se publicó en 1778 -el año en que nació nuestro Santiago de la Cuesta- un bando que ofrecía grandes ventajas a quienes embarcaran a repoblar en las provincias de ultramar, especialmente Argentina y Uruguay. Medida con la cual se aliviaban estos pueblos del exceso de población y a la vez se procedía a la repoblación de aquellos extensos predios americanos.

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Astorga en menor medida, los dos Rabanal (el Viejo y del Camino), Argañoso, Andiñuela, Foncebadón o Viforcos fueron el vivero de estos emigrantes, casi todos labradores que buscaban mejor fortuna más allá de los mares. Pocos la encontraron porque en Argentina, el virrey Ceballos los dejó a su suerte y tardaron más de 25 años en percibir los beneficios prometidos, aquellos que los percibieron. A los que se embarcaran rumbo a esas nuevas tierras se les ofreció casa y tierras gratuitas, los aperos necesarios, semillas y un real diario por cada miembro de la familia desplazado hasta recoger la primera cosecha. Familias enteras se encuentran registradas en nuestra comarca que partieron hacia El Dorado prometido.

Por la Patagonia anduvo el mítico y desconocido maragato Juan de la Piedra fundador en 1779, con el andaluz Viedma, de Carmen de Patagones en una banda del río Negro, mientras en la otra se asentaba Viedma; el carácter taciturno y belicoso de Juan lo llevó a intentar el exterminio de la población autóctona; para ello organizó una desgraciada expedición; en la sierra Ventana fue sorprendido, derrotado y muerto, así como su lugarteniente Villarino y la mayor parte de los expedicionarios, por los indios del cacique Chanel.

Las municipalidades de San Julián o Rocha fueron fundadas y sus tierras colonizadas por buen número de gentes maragatas.

En la llamada Provincia Oriental, Uruguay, tuvieron más suerte, pues el virrey Loreto sí cumplió, al menos en parte, las estipulaciones. Las familias maragatas fundaron, o repoblaron localidades como San Carlos, Minas, Palmira, Santa Lucía, Colonia o San José de Mayo. Los habitantes de este último, como los de Carmen de Patagones en Argentina, son llamados ‘maragatos’, patronímico recordatorio de sus fundadores. No es este el momento de ampliar la intervención y la influencia de los maragatos en estas poblaciones del Cono Sur.

Menos influencia numérica tuvo esta oleada migratoria en Cuba, Méjico o Perú. Cuba, el país que ahora nos interesa no presentaba mucho interés para los desheredados; las tierras cubanas se las tenían repartidas entre unos centenares de familias por lo que no había posibilidades de conseguir unos predios como en Argentina. En Cuba solamente necesitaban mano de obra para trabajar en los cafetales y en los ingenios azucareros; y eso era ‘un trabajo de negros’, trabajo de esclavos, que sustituían a los aborígenes, diezmados por la miseria, las enfermedades y el maltrato que sufrían.

Los viajeros a Cuba a finales del siglo XVIII, y en buena medida a los largo del XIX y del XX, eran emigrantes selectivos, con cierta capacidad económica y en su mayor parte atendiendo a la llamada de parientes bien situados económicamente; también aquellos que mantenían desde la Península comercio con la isla. Es el caso de nuestros personajes, los Cuesta Manzanal, Pedro y Santiago; que sepamos no acudieron a la llamada de ningún familiar, si bien comercialmente tenían fuertes contactos con los isleños. Su paso a Cuba lo hicieron de motu propio, quizás siguiendo el pálpito de Pedro quien, como buen comerciante, debió intuir un rico filón en los negocios con la isla. De esta manera se entiende que llegara a invertir una cantidad tan considerable, para aquella época, como eran los 75.000 reales de vellón que arriesgó en mercaderías al embarcarse con su joven hermano Santiago, rumbo a Cuba. Fue en 1790.

Embarcados en el bergantín ‘San Antonio’, sin perder de vista los géneros con los que iniciarían sus negocios en La Habana, navegaron los dos hermanos de Val de San Lorenzo rumbo a lo desconocido, donde encontraron la buena fortuna. Pedro, el mayor contaba 22 años de edad y solamente 12 Santiago. 16 años más tarde, en 1806 habían triunfado definitivamente; gozaban de un status económico y social envidiable y Santiago contrae matrimonio, en la misma catedral de La Habana con la hija de una de las familias más ricas y conspicuas de la sociedad habanera: los González Larrinaga.


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La tercera y prolongada migración maragata

La tercera oleada migratoria de Maragatería tiene marcados dos tiempos. El primero se inicia con la debacle de la arriería por la aparición del ferrocarril y se prolonga hasta la década de los treinta del siglo XX.

En el último cuarto del XIX, los maragatos, los arrieros, desaparecen de Maragatería; se asientan en lugares tan extremos como Galicia y Madrid; los que quedan por la provincia se instalan en León o Astorga y se hacen rentistas y comerciantes al por mayor.

Otros emprenden la emigración atlántica. Argentina y Uruguay siguen siendo, especialmente el primero, los países más atractivos. En Uruguay aparece la gigantesca figura de don Matías Alonso Criado que canaliza la fuerza maragata. Antes un maragato Vicente Medina había creado en tierras uruguayas el primer saladero de carnes; poco más tarde otro, éste de Andiñuela, Francisco Martínez Nieto, aplicó el vapor a los saladeros y mejoró la fabricación del jabón. En 1890 el Ayuntamiento de Montevideo aprueba dar el nombre de Francisco Martínez a una de sus calles, designación que se mantiene; discurre esta calle entre las de Cochabamba y Luis Braille, paralela a la gran avenida Camino Maldonado y perpendicular a Cellar, Ombú y Justino Jiménez.

De Santiagomillas era Nicolás Crespo quien en 1875 fabricaba en Montevideo los cigarrillos ‘El Maragato’. Y ‘El Maragato’ era el nombre de un barquito de recreo que hacía la ruta fluvial desde Montevideo a la Colonia de Sacramento, cuyo propietario era Manuel Criado, que había nacido en Quintanilla de Somoza. Lo suponemos pariente de don Matías quien se llevó a Uruguay a sus hermanos, destacando todos ellos en sus respectivos campos.

Miguel Alonso Criado fundó una industria textil que llegó a tener hasta 600 trabajadores. Santiago, que era ingeniero llevó a cabo las mediciones del Chaco Austral; ya jubilado se retiró a vivir en Astorga donde ejerció muchos años como Cónsul de Uruguay; en su domicilio, en el número dos de la plaza Mayor ondeó la bandera de aquel país hasta los años 50 del pasado siglo. Otro hermano, Manuel Alonso Criado fundó en Buenos Aires el Instituto Mercantil de enseñanza comercial y universitaria. Del mismo Quintanilla eran los hermanos Santiago y José Turienzo que fueron los introductores del cultivo de la vid y del lino en el departamento de Soriano. Del mismo pueblo, y sobrino de don Matías a cuya sombra se acogió en Uruguay, era el atrabiliario y curioso personaje, Serafín Cordero Criado; escribió la novela titulada ‘Los Charrúas(2), todo un tratado de antropología y etnografía; fundó en Montevideo un par de periódicos, el Centro Republicano de aquella ciudad y la Asociación de Libreros de Uruguay.

La emigración maragata siguió a lo largo del siglo XX hacia estos países, Cuba, Puerto Rico o Estados Unidos.

Se produjo un curioso fenómeno, en esta primera oleada del siglo XX, llamado ‘golondrina’. Se iban a esas tierras con carácter temporal; trabajaban unos meses; ahorraban, si podían, y regresaban para comprar una pareja de bueyes, el carro u otros aperos de labranza; operación que realizaban varios años, hasta poder asentarse en el pueblo decentemente; otros regresaban derrotados. De esta manera fueron despoblándose los lugares maragatos.

La puntilla definitiva a la comarca, que es el segundo tiempo de esta prolongada sangría citada, les llegó una vez pasada la guerra de 1936. De nuevo Argentina -en los años 40 y 50- con Uruguay, Cuba, Méjico y Estados Unidos eran los países preferidos; se iniciaba el éxodo hacia Brasil que tuvo mucho éxito. Y como final desgraciado para los pueblos, en los años 60 el éxodo los llevó a Europa y las ciudades industriales de España para dar el cerrojazo a las aldeas nativas.


(1) PANIAGUA, Jesús y MARTÍNEZ, María del Carmen, Diccionario de Leoneses en América y Filipinas.

(2) CORDERO, Serafín, Los Charrúas, síntesis etnográfica y arqueológica del Uruguay, Montevideo, 1960.

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