Miércoles, 26 de Marzo de 2014

¡El circo, el circo, que viene el circo!...

JUAN JOSÉ ALONSO PERANDONES / 

[Img #8510]
                                         
Aunque anochece algo más pronto que otros días, en esta tarde de aguanieve, Francisco de la Torre, director del circo Coliseo, sigue subido a su grúa elevadora enderezando y asentando en el suelo las diversas torretas que sujetarán las inmensas lonas, de bandas azules y blancas, para que los astorganos y visitantes asistan con confort al mejor espectáculo del mundo. El Melgar, en su parte no urbanizada, es un conglomerado de vehículos: máquinas para el  montaje, camiones con enormes remolques que albergan bien todo tipo de útiles, herramientas y vestuarios, o diversas clases de animales, además de varias caravanas-vivienda bien equipadas.

Siempre me gustó tanto el montaje del circo como el propio espectáculo: de la noche a la mañana personas errantes levantan un inmenso casquete, colocan las gradas, y un  escenario donde acróbatas, payasos, domadores de tigres, osos, elefantes y leones, equilibristas, bailarines... ofrecen un espectáculo en el que  el ritmo, la música y la variedad son su sustancia. Antaño se asentaban en la plaza del Ganado nueva (la manzana de los antiguos Ambulatorios) y los niños estábamos pendientes de qué parte de la lona era más vulnerable para, una vez que cesaba la vigilancia porque ya había transcurrido una buena parte del espectáculo, colarnos bajo las gradas; había a veces que esperar, con mucho temblor, bajo aquel enjambre de pantalones y de medias, pero nunca faltaron adultos que nos cogieran las manos para elevar nuestro pequeño y flexible cuerpo; y, como nos introducíamos como serpientes entre los escalones,  además se veían obligados a realizar  todas las operaciones necesarias hasta dejarnos  acomodados como a los demás espectadores. 

Francisco me repite una y otra vez, con algunos aditamentos en italiano por su infancia en la nación de la loba Luperca, "anunciamos lo que presentamos", "somos los únicos que tenemos lobos de Siberia", "los únicos con un temerario" (un acróbata) que voltea en las alturas sin red de seguridad... Me cuenta y me cuenta cómo los animales que tienen, igual que él mismo, han nacido en este circo, como los bisabuelos, me cuenta y me cuenta de la vida dura de sus artistas, porque, ¿sabes?, ya nacen con este gusanillo, y yo no dejo de escudriñar qué parte de la lona será vulnerable para sufrir de nuevo un temblor bajo una nube de medias de cristal y holgados pantalones.  

Ruge el león, 
lo oigo bajo las gradas, 
con gran temblor. 


(*) Texto extraído del blog de Juan José Alonso Perandones (juanjoaperandones.blogspot.com.es/)
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