La rehumanización de la naturaleza en la obra de Marta Rivera
![[Img #9937]](upload/img/periodico/img_9937.jpg)
Al final, ninguna claridad vino del cielo sino que nos asiste desde el fondo de nosotros, haciéndose luz por la imagen oscura que la retiene. Llega de muy atrás y viene como empujando, primero surge una mandíbula monstruosa como de oso paleolítico, luego es un soplo de aliento el que espira una pompa, una cara ya sin fauces. De la tierra, de eso que ya existía antes de todo, se han ido conformado los cuerpos que llegan a respirar y que la autora nos va presentando cara a cara.
Esas son las caras de las figuras que expuso Marta Rivera en una de las salas de la recién remozada Casa de Panero.
La Bestia de Lascaux acaba de salir de aquel fondón, ‘sus costados hinchados y caídos están dolorosos, van a vaciarse de su preñez’. Todavía el animal no podía ocultar esa luz -un fuego de discernimiento-, era muy reciente y aún estaba en la memoria el traspaso del umbral de la ceguera.
![[Img #9938]](upload/img/periodico/img_9938.jpg)
Marta Rivera lleva 20 años trabajando la cerámica, lo hace en Cogorderos, en su taller, desde donde acude a las ferias monográficas que se organizan en Castilla y León.
Las esculturas son de cerámica, de gres cocido a 1.240 grados y decoradas con pigmentos de una tonalidad muy suave. Se le nota el oficio de esos 20 años de trabajo en la perfección de los acabados, en la maestría y firmeza de los rasgos, en la expresividad de las caras de animales y de los humanos.
Es como si el grito del Chamán de Lascaux lo devolviera rebotado, siendo ahora ya un habla, ya no aquella afirmación de la claridad primera, sino un lenguaje de autor; un lenguaje que al volver sobre las cosas las humaniza, las reconoce de un tronco común. Como si aquellas líneas de desarrollo de comprensión que había en aquella primera Naturaleza se realizaran ahora tras la intelección humana, devolviéndoles a los animales, a las cosas la maravilla de la cara que habla, que entiende portadora de la luz, esa luz que retorna al fondo oscuro del oráculo.
Entonces vemos un pez con cara de niño que nada en el océano de una madre, todo fluye parece decir en el momento del reflujo. Pero también los animales juegan al disfraz de no ser animales, es decir de hacer como si lo fueran disfrazados.
Esa rehumanización de la naturaleza, esa posibilidad de reencuentro, muy en equilibrio con la ecología, aparece muy bien representada en la escultura titulada ‘El nido’, donde una mujer desnuda semeja un árbol de vida en el que habita una pajarería. En su enredada melena vegetal, han construido un nido, un nido grande con huevecillos para ser empollados, en cuyos entresijos del nido menudean otros pajarillos.
Los títulos hacen su labor importante, vuelven sobre la cosa y le dan el sentido que su autora pretende. No es entonces solamente lo que el ojo vea; así la imagen cruel en la que un gato devora con su ferina dentadura a un pajarillo, el cual parece comerse a una lombriz, queda transformado en ‘Tres amigos singulares’; una imagen amable, regocijante, de reconciliación en el mundo animal.
![[Img #9939]](upload/img/periodico/img_9939.jpg)
El pavo solo se ha vuelto real, cuando realiza el gesto de reconocimiento, disfrazándose de humano. El gato se ha comunicado haciendo otro tanto, se hace gato de sí mismo engatusándose, al inflarse de su boca abierta un chicle, un psicopompo inteligente.
Abundan los personajes femeninos, los animales en sintonía con lo humano o viceversa, las maternidades. Los niños aun permanecen del lado de la animalidad; tendrán que esperar a crecer para traspasar el espejo y que un rostro humano les alcance.
Al final, ninguna claridad vino del cielo sino que nos asiste desde el fondo de nosotros, haciéndose luz por la imagen oscura que la retiene. Llega de muy atrás y viene como empujando, primero surge una mandíbula monstruosa como de oso paleolítico, luego es un soplo de aliento el que espira una pompa, una cara ya sin fauces. De la tierra, de eso que ya existía antes de todo, se han ido conformado los cuerpos que llegan a respirar y que la autora nos va presentando cara a cara.
Esas son las caras de las figuras que expuso Marta Rivera en una de las salas de la recién remozada Casa de Panero.
La Bestia de Lascaux acaba de salir de aquel fondón, ‘sus costados hinchados y caídos están dolorosos, van a vaciarse de su preñez’. Todavía el animal no podía ocultar esa luz -un fuego de discernimiento-, era muy reciente y aún estaba en la memoria el traspaso del umbral de la ceguera.
Marta Rivera lleva 20 años trabajando la cerámica, lo hace en Cogorderos, en su taller, desde donde acude a las ferias monográficas que se organizan en Castilla y León.
Las esculturas son de cerámica, de gres cocido a 1.240 grados y decoradas con pigmentos de una tonalidad muy suave. Se le nota el oficio de esos 20 años de trabajo en la perfección de los acabados, en la maestría y firmeza de los rasgos, en la expresividad de las caras de animales y de los humanos.
Es como si el grito del Chamán de Lascaux lo devolviera rebotado, siendo ahora ya un habla, ya no aquella afirmación de la claridad primera, sino un lenguaje de autor; un lenguaje que al volver sobre las cosas las humaniza, las reconoce de un tronco común. Como si aquellas líneas de desarrollo de comprensión que había en aquella primera Naturaleza se realizaran ahora tras la intelección humana, devolviéndoles a los animales, a las cosas la maravilla de la cara que habla, que entiende portadora de la luz, esa luz que retorna al fondo oscuro del oráculo.
Entonces vemos un pez con cara de niño que nada en el océano de una madre, todo fluye parece decir en el momento del reflujo. Pero también los animales juegan al disfraz de no ser animales, es decir de hacer como si lo fueran disfrazados.
Esa rehumanización de la naturaleza, esa posibilidad de reencuentro, muy en equilibrio con la ecología, aparece muy bien representada en la escultura titulada ‘El nido’, donde una mujer desnuda semeja un árbol de vida en el que habita una pajarería. En su enredada melena vegetal, han construido un nido, un nido grande con huevecillos para ser empollados, en cuyos entresijos del nido menudean otros pajarillos.
Los títulos hacen su labor importante, vuelven sobre la cosa y le dan el sentido que su autora pretende. No es entonces solamente lo que el ojo vea; así la imagen cruel en la que un gato devora con su ferina dentadura a un pajarillo, el cual parece comerse a una lombriz, queda transformado en ‘Tres amigos singulares’; una imagen amable, regocijante, de reconciliación en el mundo animal.
El pavo solo se ha vuelto real, cuando realiza el gesto de reconocimiento, disfrazándose de humano. El gato se ha comunicado haciendo otro tanto, se hace gato de sí mismo engatusándose, al inflarse de su boca abierta un chicle, un psicopompo inteligente.
Abundan los personajes femeninos, los animales en sintonía con lo humano o viceversa, las maternidades. Los niños aun permanecen del lado de la animalidad; tendrán que esperar a crecer para traspasar el espejo y que un rostro humano les alcance.