La eternidad cerca de Dunhuang
Mario Paz González
Después de la reciente publicación de la novela Dakovika, de Bruno Marcos, Manual de Ultramarinos edita ahora una antología que, además, supone el inicio de su colección de libros de poesía. Raros de tiempo reúne varios textos de Jorge Carbalho Branco, Bruno Marcos, Eduardo Moga, José Luis Puerto, Eloy Rubio Carro y Tomás Sánchez Santiago, además de un prólogo de Mario Paz González.
![[Img #10123]](upload/img/periodico/img_10123.jpg)
Cerca de Dunhuang, ciudad china de la provincia de Gansu citada por Rustichello da Pisa y Marco Polo en su Libro de las maravillas del mundo, el explorador británico de origen austrohúngaro Sir Marc Aurel Stein descubrió para occidente, en el año 1907, las llamadas cuevas de los Mil Budas o cuevas de Mogao.
Stein, que siguiendo la Ruta de la Seda había conseguido hallar restos hasta entonces desconocidos del extremo occidental de la gran muralla china, escuchó hablar a un mercader turco, en el desierto de Lop Nor, de unos antiguos santuarios excavados en la roca en el siglo IV surgidos de una desaforada hipérbole. Un monje llamado Lo-tsun había tenido la visión de mil Budas que le mandaron erigir en aquel mismo lugar un gigantesco templo en su honor, decorándolo con pinturas, esculturas y textos sagrados.
Quien informó al explorador de la existencia de estas cuevas, lo advirtió también de que estaban custodiadas por un monje taoísta llamado Wang Yuanlu, que había encontrado unos años antes, en una de ellas, una biblioteca llena de textos manuscritos en papel y en seda que guardaba celosamente.
![[Img #10125]](upload/img/periodico/img_10125.jpg)
Movido por la natural curiosidad, Stein llegó al lugar en marzo de 1907 y se ganó la amistad de Wang Yuanlu. En su narración nos cuenta cómo, al entrar en la cueva que albergaba la biblioteca del santuario, la pequeña lámpara del monje alumbró “una apretada masa de manuscritos enrollados y apilados en estratos sin orden” que, para su sorpresa, “alcanzaban los tres metros de altura y llenaban ciento cincuenta metros cúbicos como pude medir posteriormente”. Aquel lugar contenía unos cuarenta mil documentos que habían permanecido allí ocultos desde hacía mil años, cuando la cueva fue sellada al ser invadida la región por la tribu nómada de los Tangut, también citados en el hermoso libro de Rustichello da Pisa.
Pero lo más curioso del descubrimiento de Stein fue el hallazgo de un buen número de libros impresos varios siglos antes de la invención atribuida a Gutenberg. Uno de ellos, con una longitud de cinco metros enrollados en un cilindro de madera, incluso tenía fecha. Databa del “decimotercer día de la cuarta luna del noveno año de Xiantong”, en la época de la dinastía Tang, fecha que se correspondería con el 11 de mayo del año 868 de nuestra era. Se trataba de un antiguo texto budista conocido con el nombre de Sutra del Diamante.
Al leer los poemas que incluye la presente antología no pude dejar de evocar esta historia que bien podría proceder de un manual de ultramarinos, pues ¿quién sabe hasta cuándo puede durar la tenacidad del olvido? ¿Quién puede saber la posteridad que aguarda a un texto, a un autor, a un libro hasta que la eternidad acuda en su rescate como ocurrió cerca de Dunhuang? Como una moraleja que se nos impone a través de la aventura protagonizada por Stein, el Sutra del Diamante recuerda la enseñanza central del budismo, pues habla de la importancia de la no permanencia, del cambio constante…
![[Img #10124]](upload/img/periodico/img_10124.jpg)
Quisiera también añadir unas consideraciones sobre el título de esta antología. Reunir en un volumen una serie de poetas “heridos por el tiempo”, insinuando con ello que sobre sus textos pudiera gravitar el peso del olvido, puede parecer un acto de desafío o una provocación. Una paradoja, en cualquier caso. Su misma publicación, el solo hecho de reunirlos y ofrecerlos al lector los carga de una sustancia de eternidad indefinible que insiste en contradecir la noción que el propio título parece invocar. Hacerlo, sin embargo, en una colección secreta es darle otra vuelta de tuerca. Es un intento, quizás vano pero más que loable, de tratar de restaurar a su lugar exacto el orden natural de las cosas.
AA.VV.
Raros de tiempo.
León: Manual de Ultramarinos.
2014.
Mario Paz González
Después de la reciente publicación de la novela Dakovika, de Bruno Marcos, Manual de Ultramarinos edita ahora una antología que, además, supone el inicio de su colección de libros de poesía. Raros de tiempo reúne varios textos de Jorge Carbalho Branco, Bruno Marcos, Eduardo Moga, José Luis Puerto, Eloy Rubio Carro y Tomás Sánchez Santiago, además de un prólogo de Mario Paz González.
Cerca de Dunhuang, ciudad china de la provincia de Gansu citada por Rustichello da Pisa y Marco Polo en su Libro de las maravillas del mundo, el explorador británico de origen austrohúngaro Sir Marc Aurel Stein descubrió para occidente, en el año 1907, las llamadas cuevas de los Mil Budas o cuevas de Mogao.
Stein, que siguiendo la Ruta de la Seda había conseguido hallar restos hasta entonces desconocidos del extremo occidental de la gran muralla china, escuchó hablar a un mercader turco, en el desierto de Lop Nor, de unos antiguos santuarios excavados en la roca en el siglo IV surgidos de una desaforada hipérbole. Un monje llamado Lo-tsun había tenido la visión de mil Budas que le mandaron erigir en aquel mismo lugar un gigantesco templo en su honor, decorándolo con pinturas, esculturas y textos sagrados.
Quien informó al explorador de la existencia de estas cuevas, lo advirtió también de que estaban custodiadas por un monje taoísta llamado Wang Yuanlu, que había encontrado unos años antes, en una de ellas, una biblioteca llena de textos manuscritos en papel y en seda que guardaba celosamente.
Movido por la natural curiosidad, Stein llegó al lugar en marzo de 1907 y se ganó la amistad de Wang Yuanlu. En su narración nos cuenta cómo, al entrar en la cueva que albergaba la biblioteca del santuario, la pequeña lámpara del monje alumbró “una apretada masa de manuscritos enrollados y apilados en estratos sin orden” que, para su sorpresa, “alcanzaban los tres metros de altura y llenaban ciento cincuenta metros cúbicos como pude medir posteriormente”. Aquel lugar contenía unos cuarenta mil documentos que habían permanecido allí ocultos desde hacía mil años, cuando la cueva fue sellada al ser invadida la región por la tribu nómada de los Tangut, también citados en el hermoso libro de Rustichello da Pisa.
Pero lo más curioso del descubrimiento de Stein fue el hallazgo de un buen número de libros impresos varios siglos antes de la invención atribuida a Gutenberg. Uno de ellos, con una longitud de cinco metros enrollados en un cilindro de madera, incluso tenía fecha. Databa del “decimotercer día de la cuarta luna del noveno año de Xiantong”, en la época de la dinastía Tang, fecha que se correspondería con el 11 de mayo del año 868 de nuestra era. Se trataba de un antiguo texto budista conocido con el nombre de Sutra del Diamante.
Al leer los poemas que incluye la presente antología no pude dejar de evocar esta historia que bien podría proceder de un manual de ultramarinos, pues ¿quién sabe hasta cuándo puede durar la tenacidad del olvido? ¿Quién puede saber la posteridad que aguarda a un texto, a un autor, a un libro hasta que la eternidad acuda en su rescate como ocurrió cerca de Dunhuang? Como una moraleja que se nos impone a través de la aventura protagonizada por Stein, el Sutra del Diamante recuerda la enseñanza central del budismo, pues habla de la importancia de la no permanencia, del cambio constante…
Quisiera también añadir unas consideraciones sobre el título de esta antología. Reunir en un volumen una serie de poetas “heridos por el tiempo”, insinuando con ello que sobre sus textos pudiera gravitar el peso del olvido, puede parecer un acto de desafío o una provocación. Una paradoja, en cualquier caso. Su misma publicación, el solo hecho de reunirlos y ofrecerlos al lector los carga de una sustancia de eternidad indefinible que insiste en contradecir la noción que el propio título parece invocar. Hacerlo, sin embargo, en una colección secreta es darle otra vuelta de tuerca. Es un intento, quizás vano pero más que loable, de tratar de restaurar a su lugar exacto el orden natural de las cosas.
AA.VV.
Raros de tiempo.
León: Manual de Ultramarinos.
2014.