Apoteosis de Augusto
A raíz del bimilenario de la muerte de César Augusto, en Astorga y en otras ciudades que florecieron bajo su mandato, se vienen celebrando diversos actos de homenaje. Una brizna más para recuperar aquel momento en que su conciencia se transfiere a un doble del cuerpo, y la máscara haya de caer...
Eloy Rubio Carro
![[Img #10997]](upload/img/periodico/img_10997.jpg)
Mí espíritu es como un vilano, los que creéis que el pico del águila me llevaría hasta los dioses no tendréis dificultad en creer que viaje en un vilano. Cualquier mínimo cambio de temperatura me encumbra o me envilece, me agita o esparce de acá para allá, de lo bello a lo más hermoso. Así el sol me martiriza cuando prende y se dora en esas pajas de avena amarilleándolas; como si esa luz de la belleza pudiera arder entre dos sombras, la sombra de mi nacimiento y la de la oscuridad de los arbustos. En esa mitad fue mi tiempo, la avena venteada que la luz hizo visible, la que cifra el sol a la memoria.
Me he derramado como una saliva del pico del águila, pues la luz que inflama las almas en la altura no es hermosa como lo es ésta; siendo diáfana y unísona no ha lugar para la noche en los arbustos. He vuelto entre dos ceguedades para escribir en la tumba de Cesarión. Sombrear de esa mácula este segundo cuerpo mío de sombra, este segundo nacimiento de la muerte…
Cesarión, como una mosca cazada de un golpe de mano en el boscaje, conmigo ahora en el pico del águila, al lado de los dioses donde el resplandor de la sombra.
De mí se dijo que tenía una rara belleza, una mosca entre los dedos, un tasajo disimulado por la barba, unos ojos vivos y brillantes, con pequeños dientes blancos y desiguales y la mordiente careada de la víbora, el cabello apenas ensortijado y algo turbio, la nariz aguileña y puntiaguda, luz de carne estremecida…
Hay otra forma del cuerpo, algo que no lo es pero lo hace, una copia inmóvil, que viaja a soplos de viento, inorgánica, no para la muerte como el otro, el natural; sino para los dioses, un cuerpo para el águila de los dioses, la tez entre morena y alba, cerúlea, no cereal ahora.
Entonces, si se vio el águila ascendente nada se dijo de mi caída al sol. Una memoria tan alabanciosa no es cierta, y yo ya solo suelo vivir en la memoria. No son míos los recuerdos que proclaman las columnas conmemorativas.
El sol que vuelve a ennegrecer en estas cosas ya no podrá mirarse en formas mías ni solazarse en mi belleza, la oscuridad de los arbustos que a su paso incendiaban. Soy una sombra que no le detiene, la negrura de un nombre olvidado. Mi nombre oscuro en una piedra.
Luego la memoria ya es la vuestra y yo eso que en parte alguna pasa, un carro desfondado al fondo de un barranco. Eso me duele y al tiempo me hace ser quien fui.
Un dios en el recuerdo, mi tiempo ya fue cumplido y es invivible y me será lícito poseer la verdad en un alma y en un cuerpo.
Eloy Rubio Carro
![[Img #10997]](upload/img/periodico/img_10997.jpg)
Mí espíritu es como un vilano, los que creéis que el pico del águila me llevaría hasta los dioses no tendréis dificultad en creer que viaje en un vilano. Cualquier mínimo cambio de temperatura me encumbra o me envilece, me agita o esparce de acá para allá, de lo bello a lo más hermoso. Así el sol me martiriza cuando prende y se dora en esas pajas de avena amarilleándolas; como si esa luz de la belleza pudiera arder entre dos sombras, la sombra de mi nacimiento y la de la oscuridad de los arbustos. En esa mitad fue mi tiempo, la avena venteada que la luz hizo visible, la que cifra el sol a la memoria.
Me he derramado como una saliva del pico del águila, pues la luz que inflama las almas en la altura no es hermosa como lo es ésta; siendo diáfana y unísona no ha lugar para la noche en los arbustos. He vuelto entre dos ceguedades para escribir en la tumba de Cesarión. Sombrear de esa mácula este segundo cuerpo mío de sombra, este segundo nacimiento de la muerte…
Cesarión, como una mosca cazada de un golpe de mano en el boscaje, conmigo ahora en el pico del águila, al lado de los dioses donde el resplandor de la sombra.
De mí se dijo que tenía una rara belleza, una mosca entre los dedos, un tasajo disimulado por la barba, unos ojos vivos y brillantes, con pequeños dientes blancos y desiguales y la mordiente careada de la víbora, el cabello apenas ensortijado y algo turbio, la nariz aguileña y puntiaguda, luz de carne estremecida…
Hay otra forma del cuerpo, algo que no lo es pero lo hace, una copia inmóvil, que viaja a soplos de viento, inorgánica, no para la muerte como el otro, el natural; sino para los dioses, un cuerpo para el águila de los dioses, la tez entre morena y alba, cerúlea, no cereal ahora.
Entonces, si se vio el águila ascendente nada se dijo de mi caída al sol. Una memoria tan alabanciosa no es cierta, y yo ya solo suelo vivir en la memoria. No son míos los recuerdos que proclaman las columnas conmemorativas.
El sol que vuelve a ennegrecer en estas cosas ya no podrá mirarse en formas mías ni solazarse en mi belleza, la oscuridad de los arbustos que a su paso incendiaban. Soy una sombra que no le detiene, la negrura de un nombre olvidado. Mi nombre oscuro en una piedra.
Luego la memoria ya es la vuestra y yo eso que en parte alguna pasa, un carro desfondado al fondo de un barranco. Eso me duele y al tiempo me hace ser quien fui.
Un dios en el recuerdo, mi tiempo ya fue cumplido y es invivible y me será lícito poseer la verdad en un alma y en un cuerpo.






