Carta te escribimos, Martín
JUAN JOSÉ ALONSO PERANDONES /
En este camposanto, al que hemos llegado en tu compañía, carta te escribimos Martín: Gemma, con esa fortaleza y entereza que son testimonio del amor más profundo, tus queridos hijos, Jimena y Miguel, Gemma, tus nietos, José Manuel y Moisés –compañeros de ronda por las calles de Astorga–, Titas, tan cerca siempre, otros familiares y este grupo de amigos, Adela, Benito, y tantos que para ti hemos cogido la pluma y la palabra en esta tarde en la que tenemos un poco aventados los ojos. En el filandón de Estébanez de la Calzada esta noche alguien se acordará de las historias que tú les has revivido, y cuando mencionen tus juegos de los bolos, la tarusa, o la hoguera de Reyes, y sus coplas, cantos y pitanzas, bien dirán “este rapaz, qué bueno, qué listo era”.
El pasado día en que Colasa y Zancuda te pidieron salieras al balcón consistorial porque estábamos en la Plaza, impacientes, por ver cómo adulabas todo lo nuestro, nos dijiste “procuré ensalzar cuanto pude esta ciudad que me había acogido”. Y nos lo comunicabas con esa voz tuya cultivada en las ondas de Radio Popular durante tantos años, tan sonora y complacida en nuestros oídos, tan familiar que entonces nos quedamos con su eco, pero no del todo con su sustancia. Ahora te comprendemos mejor: junto a los afanes familiares, vienes queriendo y quieres nuestra ciudad, sus comarcas y la diócesis, es decir, su historia, sus gentes, su desarrollo, sus problemas… Y tu empeño es que queramos a Astorga, sus comarcas y su diócesis como tú: para eso nos dejas montones de libros, cientos de artículos, miles y miles de palabras grabadas en las cintas con el pulso de la actualidad de cada día.
Va a ser inevitable, Martín, por mucho que te empeñes en que el agradecimiento es el tuyo, que no te echemos de menos, porque ahí, en tus escritos y palabras, sí que están nuestras cosas y cositinas, tu voz libre reclamando, velando por los bienes patrimoniales de la ciudad, la denuncia de las tropelías contra el común y tragándote las propias; aquí quedan, cierto es, pero a partir de hoy ya tendremos que pedir audiencia en el cielo para que nos orientes en la organización de las festividades, de los acontecimientos, de las onomásticas de astorganos venerables.
Cuando se hizo oficial el nombramiento de Cronista bien sabíamos todos que era un poco un abuso de confianza, una obligación gratuita y generosa que te encomendábamos como reconocimiento a una labor apasionada en pro de la ciudad desde que en ella te afincaste. A ti teníamos todo confiado: junto a tu sabiduría, la de don Augusto y también la de tantos astorganos queridos que contigo nunca para nosotros se fueron del todo, a saber, don Luis, Ricardo Gullón, José María Luengo, los hermanos Carro Celada… Sí, es verdad, nos quedan tus escritos, tus palabras, pero tendremos que pedir audiencia de cuando en cuando en el cielo para que no se nos rompa ese hilo tuyo, que tan bien hilvanado tienes, de la historia de la ciudad y de sus gentes, de la política, de la ciencia, de la literatura…, desde los antiguos tiempos, y aún más del siglo pasado y de este que nos ha llegado harto cicatero.
En tu último paseo esta mañana hacia la Casona, y ya cuando entraste en ella, seguro que te percataste de que por el sur se desplazaban las nubes y entreveraban el cielo, de suerte que un sol tontorrón, tamizado, arrullador, te complacía con su aureola cepedana, dorada y azul, en ese noble Salón municipal en el que has dejado los ojos por descifrar pergaminos y contarnos cuál es nuestro pasado para tomar nota en el presente.
Coincidirás con nosotros en que hoy es un día de esos que aquí llamamos amoroso: tan pronto corre una brisina que te enfría la piel, como te la templa el sol, o se desperezan las nubes y nos obsequian con una lluvia, no tormentosa, sino fina, que va calando, calando en las fincas de labor. Y es que ni siquiera hoy que queremos ocuparnos de ti descansas para agraciarnos, y nos anuncias una buena sementera este otoño, y para el siguiente, y para el de los otoños venideros: tu fecunda presencia en los libros, en las palabras, y sobre todo en los afectos. Bien adiestrado está Pedro Mato en dirigir su veleta hacia este camposanto y velar tanto de los que a su lado andamos, como de aquellos otros que para siempre descansáis felices por haber cumplido la palabra empeñada: con los padres, la esposa, los hijos y los nietos, y con todos nosotros, caramba, con todos nosotros, que también somos hoy cómplices en la orfandad y en el cariño que en los corazones dejas.
JUAN JOSÉ ALONSO PERANDONES /
En este camposanto, al que hemos llegado en tu compañía, carta te escribimos Martín: Gemma, con esa fortaleza y entereza que son testimonio del amor más profundo, tus queridos hijos, Jimena y Miguel, Gemma, tus nietos, José Manuel y Moisés –compañeros de ronda por las calles de Astorga–, Titas, tan cerca siempre, otros familiares y este grupo de amigos, Adela, Benito, y tantos que para ti hemos cogido la pluma y la palabra en esta tarde en la que tenemos un poco aventados los ojos. En el filandón de Estébanez de la Calzada esta noche alguien se acordará de las historias que tú les has revivido, y cuando mencionen tus juegos de los bolos, la tarusa, o la hoguera de Reyes, y sus coplas, cantos y pitanzas, bien dirán “este rapaz, qué bueno, qué listo era”.
El pasado día en que Colasa y Zancuda te pidieron salieras al balcón consistorial porque estábamos en la Plaza, impacientes, por ver cómo adulabas todo lo nuestro, nos dijiste “procuré ensalzar cuanto pude esta ciudad que me había acogido”. Y nos lo comunicabas con esa voz tuya cultivada en las ondas de Radio Popular durante tantos años, tan sonora y complacida en nuestros oídos, tan familiar que entonces nos quedamos con su eco, pero no del todo con su sustancia. Ahora te comprendemos mejor: junto a los afanes familiares, vienes queriendo y quieres nuestra ciudad, sus comarcas y la diócesis, es decir, su historia, sus gentes, su desarrollo, sus problemas… Y tu empeño es que queramos a Astorga, sus comarcas y su diócesis como tú: para eso nos dejas montones de libros, cientos de artículos, miles y miles de palabras grabadas en las cintas con el pulso de la actualidad de cada día.
Va a ser inevitable, Martín, por mucho que te empeñes en que el agradecimiento es el tuyo, que no te echemos de menos, porque ahí, en tus escritos y palabras, sí que están nuestras cosas y cositinas, tu voz libre reclamando, velando por los bienes patrimoniales de la ciudad, la denuncia de las tropelías contra el común y tragándote las propias; aquí quedan, cierto es, pero a partir de hoy ya tendremos que pedir audiencia en el cielo para que nos orientes en la organización de las festividades, de los acontecimientos, de las onomásticas de astorganos venerables.
Cuando se hizo oficial el nombramiento de Cronista bien sabíamos todos que era un poco un abuso de confianza, una obligación gratuita y generosa que te encomendábamos como reconocimiento a una labor apasionada en pro de la ciudad desde que en ella te afincaste. A ti teníamos todo confiado: junto a tu sabiduría, la de don Augusto y también la de tantos astorganos queridos que contigo nunca para nosotros se fueron del todo, a saber, don Luis, Ricardo Gullón, José María Luengo, los hermanos Carro Celada… Sí, es verdad, nos quedan tus escritos, tus palabras, pero tendremos que pedir audiencia de cuando en cuando en el cielo para que no se nos rompa ese hilo tuyo, que tan bien hilvanado tienes, de la historia de la ciudad y de sus gentes, de la política, de la ciencia, de la literatura…, desde los antiguos tiempos, y aún más del siglo pasado y de este que nos ha llegado harto cicatero.
En tu último paseo esta mañana hacia la Casona, y ya cuando entraste en ella, seguro que te percataste de que por el sur se desplazaban las nubes y entreveraban el cielo, de suerte que un sol tontorrón, tamizado, arrullador, te complacía con su aureola cepedana, dorada y azul, en ese noble Salón municipal en el que has dejado los ojos por descifrar pergaminos y contarnos cuál es nuestro pasado para tomar nota en el presente.
Coincidirás con nosotros en que hoy es un día de esos que aquí llamamos amoroso: tan pronto corre una brisina que te enfría la piel, como te la templa el sol, o se desperezan las nubes y nos obsequian con una lluvia, no tormentosa, sino fina, que va calando, calando en las fincas de labor. Y es que ni siquiera hoy que queremos ocuparnos de ti descansas para agraciarnos, y nos anuncias una buena sementera este otoño, y para el siguiente, y para el de los otoños venideros: tu fecunda presencia en los libros, en las palabras, y sobre todo en los afectos. Bien adiestrado está Pedro Mato en dirigir su veleta hacia este camposanto y velar tanto de los que a su lado andamos, como de aquellos otros que para siempre descansáis felices por haber cumplido la palabra empeñada: con los padres, la esposa, los hijos y los nietos, y con todos nosotros, caramba, con todos nosotros, que también somos hoy cómplices en la orfandad y en el cariño que en los corazones dejas.